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En fuga continua de mi propia prisión.

viernes, diciembre 25, 2009

Un lapsus de navidad

Observando estas fiestas desde la calle húmeda mientras voy de una casa a otra, reflexionando a propósito de algunas fotos ajenas sobre la paternidad, la herencia y la cultura heterosexual, escuchando música antigua hecha ex profeso para el día de navidad, fisgoneando la miserable vida de los otros (que es la mía también)... uno se siente profundamente tranquilo al pensar que uno se irá con todo, que tras uno se sellará el mundo conocido, dejando atrás ese algo calamitoso que es común a toda la humanidad.

martes, diciembre 15, 2009

Otra memoria sucia

Ahora que se había ido el desconocido, aquella habitación de pensión barata parecía aún más sórdida: la cama estaba desecha, las sábanas revueltas y sobre la moqueta estaban desperdigados sus calcetines, sus zapatos, sus tejanos arrugados y su jersey de cuello vuelto. Excepto el abrigo y el juego de bufanda, gorro y guantes, todo lo demás estaba tirado por los suelos. Aquello parecía obra de Pulgarcito. El extraño olor de un encuentro entre desconocidos se había sumado a la humedad de aquel día de lluvia y a los olores propios de una habitación tan maltratada como aquella... era un olor que sacaba los colores a cualquiera. Un olor que jamás te gustaría que oliese una persona querida. Un olor privado e íntimo. Como los que emana un enfermo antes de darse una ducha. Cuando encendió la luz del baño, ésta parpadeó durante un rato antes de iluminar el espejo desconchado que había sobre un lavabo macizo. Abrió uno de los paquetitos de jabón y se lavó las manos y la cara. Estuvo un rato observando frente al espejo su cara mojada, y cómo le caían las gotas sobre el pecho. La calefacción estaba al máximo. Una vez vestido, se acercó a la ventana y levantó la hoja en forma de guillotina. En realidad esto sólo lo hizo mentalmente. Estuvo un rato sobre la cama sentado, a oscuras. No podía moverse.
Cuando pasó por la recepción observó a una pareja apostada sobre el mostrador. La mujer, una falsa rubia de mediana edad, se reía a carcajadas mientras apagaba de forma enormemente teatral un cigarrillo sobre la papelera-cenicero que había junto a ella. El recepcionista no estaba.
Cuando salió a la calle el frío húmedo de la tarde le cortó la garganta. No sabía hacia dónde dirigirse... por suerte las tiendas estaban aún abiertas y mucha gente salía y entraba en ellas con bolsas en las manos cargadas de regalos. Unos coros infantiles cantaban villancicos desde altavoces estratégicamente escondidos entre los árboles. Pasó delante del escaparate de una librería. Uno de los títulos destacados era aquella novelita de Jean Rhys: "Después de dejar el Sr. Mackenzie". Recordó que en aquel libro la protagonista siempre estaba pidiendo dinero prestado y que la mayoría de sus escenas transcurrían a aquella hora de la tarde.

Ma mémoire sale

Lave
Ma mémoire sale dans ce fleuve de boue,
Du bout de ta langue nettoie moi partout,
Et ne laisse pas la moindre trace
De tout
Ce qui me lie et qui me lasse
Hélas!

Chasse,
Traque la en moi, ce n'est qu'en moi qu'elle vit,
Et lorsque tu la tiendras au bout de ton fusil,
N'écoute pas si elle t'implore,
Tu sais
Qu'elle doit mourir d'une deuxième mort
Alors,
Tue la... encore.

Pleure!
Je l'ai fait avant toi et ça ne sert à rien,
A quoi bon les sanglots inonder les coussins?
J'ai essayé, j'ai essayé
Mais j'ai
Le coeur sec et les yeux gonflés
Mais j'ai
Le coeur sec et les yeux gonflés

Alors brûle!
Brûle quand tu t'enlises dans mon grand lit de glace
Mon lit comme une banquise qui fond quand tu m'enlaces
Plus rien n'est triste
Plus rien n'est grave
Si j'ai...
Ton corps comme un torrent de lave
Ma mémoire sale dans son fleuve de boue
Lave!

Lave!
Ma mémoire sale dans ce fleuve de boue
Lave!

Ma mémoire sale, Les chansons d'amour

jueves, diciembre 10, 2009

Final para una novelita deliciosa y efímera como un jarrón con tres flores de lis

"Añadió:
-¿Bajo qué uniforme ocultaré un corazón tan grande como el mío? Siempre se notará.
Jacques sentía que volvía a ser sombra. Sabía que para vivir en la Tierra es preciso seguir las modas y el corazón ya no se estila".

Jean Cocteau, La gran separación

martes, diciembre 01, 2009

Un poema de dios deseante y deseado

A P., por sus enseñanzas en lengua muerta.

Si te levantas de la siesta como expulsado de una densa nube de polvo,
si hay un aire de rémora a tu alrededor (y tras la ventana),
que todo lo embarga y desordena;
si la identidad de las cosas está perfectamente partida
como el embozo de una cama de hotel,
y todo tiene el aspecto de un ennegrecido cuadro mitológico marino
(de alguna escuela de tercera o cuarta fila),
si intuyes que los bellos compases del rondó
se tocaron minutos antes en una habitación contigua a ésta,
quizás haya llegado el momento de hacer una profunda reverencia
a ese dios descarnado de lo desconocido
que te ha abierto la verja herrumbrosa de su jardín secreto.
El otro día te habló con los ojos inyectados de vida concentrada,
con toda su antigüedad y apenas treinta años,
en un formato ahorro como de lengua muerta,
y una cortina de opacidad lluviosa al fondo.
Tú no entendiste nada...
aunque quedaste harto tocado, profundamente emocionado, despierto para siempre.
Ese dios te ha hecho una revelación afortunada
que todavía no puedes apreciar.
Crees que ha venido a contarte una historia de corazones y cartas bajo tierra,
a anunciarte la próxima llegada de ese ángel de plumas empalagosas
con los pies tiznados de hollín...
pero estás equivocado.
Ese dios está en tí,
en la distancia prudente que guardas al acercarte a los espejos,
al asomarte a los acantilados de las estampas de Friedrich.
En el tormento leve que te devuelven las fotografías,
agazapado entre tus manos y los que siguen siendo tus dedos,
y la tapa del librito azul que descansa en tu mesilla.
Allí está con su cara de dios satírico pero hermoso,
descubriendo que el tiempo se cuelga pero pasa,
advirtiéndote, con su inflexión tonante,
de ese miedo ancestral a dormir en alcobas con dos camas gemelas
y deshacer sólo una.

jueves, noviembre 26, 2009

miércoles, noviembre 25, 2009

Después de ver Maurice

Acabo de volver a ver, después de muchos años, Maurice, esa hermosa película basada en la novela homónima de E. M. Forster. Es difícil resistirse a su encanto: un "cuento de hadas para gayers", como dice mi amigo P. Para mí, el primero (y quizás el único) que me han contado. Maurice transcurre en la Inglaterra de primeros de siglo (que nunca será este sino el anterior), en los años posteriores al "escándalo Wilde". Yo, acostumbrado como estaba a El retrato de Dorian Gray y a toda la literatura decadente que por entonces devoraba, la taché en su día de ñoña, aunque en el fondo deseaba que me sucediese algo así... y sucedió, aunque sólo la primera parte. La parte Scutter la tengo pendiente. Eso sólo ocurre en las novelas que, como fue el caso de esta, se publican póstumas por deseo expreso del autor.
Los tres actores protagonistas están tan guapos (James Wilby, Hugh Grant y Rupert Graves) que no me extraña que (como descubrí ayer en los extras del DVD) causasen furor entre las colegialas japonesas del año 87 en que se estrenó, envenenadas como estaban de Candy, Candy.
Esta noche he disfrutado mucho de la ambientación de la película: tan masculina (los revestimentos de madera de Cambridge, el smoking, el boxeo, los pijamas de una sola pieza, las botas de montar), tan húmeda (oh, la campiña inglesa y esa lluvia que mancha las moquetas de barro) y tan cálida (el té humeante, las cartas, las lámparas de gas, el estilo Reina Ana); y, por supuesto, del planteamiento tan genial que hace Forster del "conflicto homosexual" en su novela, que da para todo un ensayo.

**************

Contemplo desde la oscuridad del salón (mientras escucho repetitiva la música del menú de inicio del DVD, que es ahora el único foco de luz) una perspectiva extraña de la que fue por mucho tiempo mi única ciudad; en ella vi Maurice por primera vez, cuando apenas tenía 16 años. La vi casi a escondidas: aquello era el porno de mi juventud, un "cuento de hadas para gayers".
La literatura y el cine no sólo son una forma de soñar, de imaginar, de ampliar el campo de visión (incluso de sobrevivir); son también un método de redescubrimiento (y eso lo sé ahora): los límites venían dados, pero igual no enfocábamos esa zona en penumbra, no caíamos en ese detalle... "Le temps retrouvé". Ocurre lo mismo con la ciudad que ahora contemplo: existía, pero yo no había tenido la oportunidad de verla "desde aquí" (desde este lugar y en este tiempo). Más allá de las azoteas que discurren en paralelo a la mía, dos edificios emblemáticos del centro descuellan sobre el horizonte. Se asemejan a los cascos herrumbrosos de dos viejos buques mercantes varados en puerto. Al fondo la luz roja de lo que parece una antena. La bruma que hay instalada esta noche sobre el mundo me hace sentir como si estuviese alojado voluntariamente en una habitación de hotel en algún remoto lugar del Mar del Norte (por decir algún lugar que me sea verdaderamente extraño). "La vida va en serio", te dices, como dijo Gil de Biedma. Y sin embargo, no parece haber condena más placentera que tratar de escudriñarla, de vivirla, de recrearla. El futuro depende de que cuentes bien tu historia. Nadie la contará por ti. No sabes si podrás, pero tienes que intentarlo. Después de ver Maurice...

lunes, noviembre 23, 2009

Otra conjura

"La silla Wassily, al igual que todos los muebles domésticos modernos, no tiene ningún mecanismo que permita a quien se sienta en ella ajustarla conforme a sus propias necesidades. Además, lo agudo del ángulo del asiento hace que resulte imposible sentarse en ninguna postura salvo la repatingada; por ejemplo, si trata uno de adelantarse para alcanzar una taza de café, se encuentra desagradablemente apoyado en el borde rígido del asiento. Si se da uno la vuelta de lado, los brazos brindan escaso apoyo. Como el respaldo y el asiento son planos, desalientan los movimientos; uno se empieza a sentir inquieto en seguida. Si se doblan las rodillas, los muslos ya no están apoyados por el asiento tenso, que también le impide a uno estirar las piernas totalmente. Al cabo de poco rato, el borde de cuero rígido empieza a introducirse dolorosamente en la parte de abajo de los muslos y las puntadas gruesas de los brazos de la silla crean un roce desagradable en los codos. Es una butaca en la que no puede uno estar cómodamente más de treinta minutos seguidos".

Witold Rybczynski, La casa; historia de una idea.

Muchas de esas sillas de arquitecto, más que invitarnos al descanso parecen escupirnos hacia la actividad continua. Los arquitectos se han conjurado para hacernos la vida más frenética. Y más incómoda.

jueves, noviembre 19, 2009

A Day in Life (un estudio de luz)

Cuando llegó a la estación apenas eran las once de la mañana. El cielo estaba encapotado y algunas gotas de lluvia, gruesas, salpicaban las estrechas callejas del centro. No conseguía ver el mar, pero su presencia, tan próxima, se reverberaba en el cielo, que tenía el desorden y la densidad de un conjunto de materiales de derribo. Durante el trayecto en tren había estado leyendo sobre el desarrollo histórico del concepto de intimidad en Europa; el autor se deleitaba en la descripción de un fantástico interior holandés de De Witte, del siglo XVII, y como la ilustración quedaba al principio del capítulo había tenido que interrumpir en numerosas ocasiones la lectura y volver algunas páginas atrás para confrontar la descripción con su referente...
Aunque se dirigía a un sitio en concreto, el hecho de no conocer excesivamente bien la ciudad daba a su caminar (la vista posada a ratos sobre los balcones) un despreocupado ritmo de paseo. No llevaba paraguas ni capucha; sin embargo, el goteo de la lluvia no era molesto: alguien había colocado la pesa del metrónomo lo más alejada posible de su base. Su destino natural, más que una mañana de gestiones en interiores con teléfonos móviles, persinas verticales unidas por cadenitas de pequeñas cuentas metálicas, y corbatas, parecía ser una clase de piano en una casa con olor a apio y muebles rechinantes vestidos de croché. Se cruzó con muchos hombres de mediana edad, con gafas de culo de botella. Aquello le llamó la atención. La luz iba disminuyendo por segundos... cuando llegó a una calle más principal, la hora del día parecía haber cambiado con brusquedad: una luz amarillenta y escasa manchaba las fachadas de los edificios, los escaparates de los comercios, los portones de las casas. Todo parecía estar más junto. El cielo tronó y la lluvia comenzó a arreciar. La gente corría de un sitio a otro, exclamaba en voz alta, parecía perdida de repente. Se metió en un bar-cafetería, aunque no pasó de la entrada. Era el típico local con gente apostada en la barra y veladores con sillas de estilo vienés.... Había un delicioso olor a café allí dentro. La tromba de agua chocaba ruidosa sobre el toldo de la pequeña terraza que estaba ante él y caía desflecada sobre las mesas de metal vacías... a su lado había un chico con rastas, muy guapo, que mientras se ajustaba los aurículares del iPod sostenía un libro indescifrable a la altura de los ojos. Su pose resultaba totalmente forzada, pero él parecía sentirse cómodo...
Observó al chico con un suspiro soñador y miró la calle vacía y anegada. Estaba "solo" pero todo aquello tenía un aire de renovada intimidad que resultaba verdaderamente extraordinario.

lunes, noviembre 16, 2009

Un tiempo irrecobrado

En la nueva casa en la que estás, se ven muchísimos tejados. Los perfiles de muchos edificios del centro se levantan ante tus ojos como si fuesen un recortable de papel, como si tuvieses delante un enorme libro pop-up abierto. Apenas llega el ruido de las callejas de abajo, que ya imaginas en navidad animadas por gentes en abrigo, saliendo y entrando de las tiendas, con bolsas en las manos, buscando el último gadget de moda, apretadas ante los mostradores, humedeciendo de vaho los escaparates. De vez en cuando se escuchan las campanas de la torre del ayuntamiento, un sonido reconocible desde antaño, que jamás pensaste que llegase a estar tan presente en tu vida cotidiana. El silencio es tal que podrías pensar que has sumergido la cabeza en agua, que te encuentras en una pecera, en un lugar dentro de otro envasado al vacío. Ahora suena el Cuarteto en Do Mayor, op. 59 nº. 3 "Rasumovsky", de Beethoven. Llevas apenas dos días viviendo en esta casa, tras meses de negociaciones, gestiones, compras, mudanzas. Hoy tienes un leve dolor de garganta y cuando te metes en la cama, con la intención de leer "La casa. Historia de una idea", de Witold Rybczynski, el libro que te ha regalado A., la febrícula te sube hacia la cara, dejándote el rostro vuelto hacia el balcón, el edredón bajo las piernas y el humor vencido por el pasado...
"Ya tienes la casa; ahora te tienes que inventar una vida", te dices. Pero la vida se inventa sola y ahí están esos recuerdos banales de cuando volvías de El corte inglés de Arapiles (has tenido que pararte para recordar el nombre), con tus bolsas, con o sin el iPod, parando en el semáforo de la calle San Bernardo, bajando aceleradamente la calle Fuencarral, con ese sol tan denso y hermoso de los atardeceres de Madrid. Doblabas siempre las mismas esquinas y llegabas a casa con aquella compra para dos, que luego ordenabas automáticamente repartiéndola por el exiguo espacio de la cocina... mientras calentabas la "pava" para hacerte un té...
El atardecer de ahora se parece mucho al de los domingos de la infancia cuando volvías de haber pasado el día en el campo con tus padres y tenías las manos ásperas... tiene un colorido bronco, y es tristón como el objeto inútil y feo que alguien arrumba en un cajón.
Has dormido en tu cama de nuevo, respetando el espacio de la derecha, que no era el tuyo: y ahí te has quedado, acurrucado y febril bajo las sábanas, dándole vueltas al tiempo que se fue, a la persona que se fue (¿o fuiste tú quien se fue?); estás extrañado de tanto cambio, de tanta continuidad. Apropiarse de una casa, de unas costumbres lleva su tiempo. Hay rincones, como tu mesa de trabajo, que apenas han cambiado... ahí están tus fruslerías, sus postales escritas por el reverso, sus regalitos, tus libros de gramática para consultas... parece mentira que estemos tan lejos a día de hoy. Esta tarde asomaron los recuerdos por mis ojos vidriosos, aquella complicidad tan primigenia, aquella confianza de lo cotidiano, aquellas sonrisas, aquellas zonas de confort. Justo antes de levantarme de la cama y tratar de ordenar mi vida verticalmente, estábamos saliendo, una mañana de febrero, de la que fuera la residencia del embajador de Chipre en la ciudad; nos disponíamos, juntos, curiosos, felices, inconscientes, abrigados, eternos, a adentrarnos en el laberinto brumoso y a ratos soleado de las calles de una Venecia que parecía no formar parte de este mundo.

martes, octubre 27, 2009

Diez misterios de la literatura

1. El bosque de la noche, Djuna Barnes
2. Sodoma y Gomorra, Marcel Proust
3. El libro de los pasajes, Walter Benjamin
4. Petersburgo, Andrei Biely
5. La leyenda dorada (Legenda Aurea), recopilada por Jacopo della Vorágine
6. La conciencia de Zeno, Italo Svevo
7. A contrapelo, Joris-Karl Huysmans
8. Salomé, Oscar Wilde
9. La pasión según G.H., Clarice Lispector
10. La montaña mágica, Thomas Mann

lunes, octubre 26, 2009

Un escalofrío

En las páginas del Drácula de Bram Stocker se encuentra uno de los pasajes más terroríficos que jamás haya leído. Se trata del momento en que Jonathan Harker, después de haber escapado del destino terrible que le esperaba en el castillo de Drácula en Transilvania, durante el transcurso de un paseo por las calles de Londres una mañana soleada, reconoce a su repugnante captor entre la multitud...

Hay días en que un elemento terrorífico de proporciones similares merodía mi más apacible cotidianidad.

miércoles, septiembre 16, 2009

Dos pasajes de Márai

"La tía Zsüli era la guardiana de muchos secretos familiares, la heroína de sus propios relatos, un miembro de la familia, pero al mismo tiempo una extraña... Vivía en un apartamento minúsculo de dos habitaciones, en el segundo piso de un edificio, en condiciones más bien humildes; y, sin embargo, todo parecía noble y elegante a su alrededor porque todo lo que tenía era muy personal, su casa, sus muebles, sus vestidos, sus guantes y sus sombreros, y su manía de mezclar, con fines didácticos, palabras en francés en sus discursos... Estaba siempre de viaje, siempre haciendo planes para el futuro, escribiendo relatos y novelas, participando en veladas, viajando a París. Para mí era un fenómeno brillante. Tenía algo incombustible, algo elemental y radiante, algo que ni siquiera el tiempo, las penurias, la soledad o los desengaños lograrían cambiar. La tía Zsüli era una mujer de verdad, una obra maestra del fin de siècle".

"En la vida no suelen ocurrir cosas importantes. Al volver la vista atrás, al buscar el instante en que ocurrió algo decisivo, algo definitivo e irremediable - la experiencia o el accidente que decidió nuestra vida posterior -, tan sólo encontramos algunas huellas sin importancia, a veces ni siquiera eso. En realidad no existe más experiencia que la familia, como tampoco existe más tragedia que el momento en que te ves obligado a decidir si permaneces en el seno de la familia y en sus variantes a escala más amplia, como la clase social, la ideología, la raza, o bien te marchas por tu propio camino, a sabiendas de que te quedas solo para siempre, de que eres libre, estás a merced de todo el mundo y sólo puedes contar contigo mismo... Yo tenía catorce años cuando me escapé de casa, y después ya sólo regresé de visita, en los días de fiesta, durante breves temporadas (...)".

Sándor Márai, Confesiones de un burgués

martes, septiembre 08, 2009

Ascesis

Con la excusa de comprar tabaco, te lanzas a la calle. Es esa hora en que las heridas suelen quemar como soles, las cinco de la tarde. Algunas persianas metálicas sueltan a lo lejos sus bostezos perezosos. Apenas hay nadie. En las bocacalles que dejas a tu paso, en los espacios abiertos y penosos que atraviesas como un fantasma, el Levante, ya más fresco, forma corrientes de una sensualidad casi líquida. Se te mete por las gafas de sol, por los perniles de tus bermudas, por entre los dedos de tus manos hinchados por el calor, por la planta de los pies cuando levantas el talón de la chancla. En tus auriculares, una medida profiláctica que pronto convertirás en armadura comprándote unos auténticos cascos, suena lo último de Grizzly Bear, un producto de acabado perfecto made in Brooklyn, es decir, en el epicentro del universo. Al cruzar el estanque de un parque, si se puede denominar a este despropósito urbanístico de aquella manera, las libélulas vuelan bajas y allá en lo alto del cielo un helicóptero desaparece de tu campo de visión. Tu mente está tan vacía como la ciudad que ahora recorres. En esta época del año, los rayos de sol ya no caen tan perpendiculares sobre el trópico de Cáncer. Acabas de cumplir años. Te inunda una extraña e injustificada felicidad. Se parece a la del campesino griego que encontró a la Afrodita de Milos, a la de los jarrones de flores frescas cuando se les cambia el agua, a la de dos respiraciones acompasadas durante la siesta. Te has tumbado sobre el césped y nada importa, ni siquiera tú, porque todo ha pasado, hic et nunc.

domingo, agosto 02, 2009

Bajo este sol tremendo

Así de bien se llama la ópera prima de Carlos Busqued, autor que, junto con otros, participa actualmente en eso que el Babelia de ayer denominaba el "perpetuo florecer de la literatura argentina".
Siempre me han gustado los títulos que empiezan con preposiciones: Contra la interpretación, En busca del tiempo perdido, Ante el espejo, Entre tinieblas, A sangre fría. Son dinámicos, contundentes, prometedores. De entre todas las preposiciones, "bajo" es una de las más condicionantes. Establece una relación subyugadora, de opresión, difícilmente voluble. La vida, la voluntad del personaje o de los personajes, quedan a merced de poderes superiores, ya sean humanos o naturales. Una presencia casi omnipotente demarca la escena, haciendo sumamente complejo escapar a su influjo. Me viene a la cabeza esa gran novela sobre la autodestrucción que es Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, donde los volcanes de Popocatepetl e Iztaccihuatl (a cuyos pies está Cuernavaca, ciudad en la que está destinado Firmin, el alcohólico cónsul protagonista), sirven de prolongación natural a un paisaje humano asfixiante y amenazado. Vivir "bajo" algo hace referencia directa a las relaciones de poder, a veces microscópicas, por las que tratamos que se escurra nuestra voluntad, sorteando todo tipo de avatares. Se trata de una posición de reconocimiento y revelación mítica, relacionada con la fatalidad y los grandes paisajes naturales en la antigüedad clásica (uno de cuyos apéndices contemporáneos podría ser el Far West) y que desemboca en la gran partitura, todavía por interpretar, del materialismo urbano de Benjamin, cuyos pasajes siempre están "bajo" las capas verticales que constituyen la ciudad.

Parece que los días de levante han pasado, por el momento.
El estado de estulticia de mis primeras jornadas deja paso a un estado de reconocimiento, de caída controlada, bajo este sol tremendo.
Cuando una ciudad que tiene tan poco que ofrecerte como Jerez se te antoja como un claro es porque vienes de atravesar una enorme maraña. Una maraña psicológica, parecida a la colisión espontánea de materiales que conforman la ciudad de los pasajes de Benjamin. No hay responsables, tan sólo agentes. Y una necesidad infinita de proteger los buenos recuerdos (que son tantos) y a las personas (y esto es futuro) que participan en ellos.
Ha sido una jugada arriesgada... sin embargo, a veces, en el desierto se respira mejor que en la jungla.

lunes, julio 20, 2009

Un juego

Imaginemos un juego.
Imaginémoslo, en este día de bochorno y olor a tierra mojada.
Imaginemos por un momento que el nombre, nuestro nombre de pila, no nos es dado al nacer sino que debemos hacer "méritos" para conseguir uno.
Imaginemos que el nombre deja de ser un capricho, una promesa, un deseo de otros... y se convierte en una descripción, en un premio, en la última pieza por encajar del puzzle.
Imageninemos que somos una trans, un artista, un heterónimo, un alter ego literario.
Un santo en busca de advocación. Un cuadro en busca de título.
Imaginemos una fiesta, la del rebautizo, en la que los presentes, algunos conocidos, otros amigos y otros absolutos desconocidos, se pusieran nombres en función de lo que parecen o "son", según el grado de conocimiento y relación que los una entre sí.
La pregunta es clara: ¿con qué otro nombre bautizaríais al que escribe estas palabras? Pensadlo bien...

martes, junio 23, 2009

Ángeles en América

Contemplo los títulos de crédito de la serie Angels in America, una de las más bellas que jamás he visto, basada en la obra de teatro de Tony Kushner. Una pieza soberbia sobre la historia de EE.UU., sobre el éxodo y la pandemia que vinieron marcando el siglo pasado y marcarán el siglo por venir, sobre la enfermedad y sus metáforas bíblicas, sobre los ángeles anunciadores, que comparten alas con Cupido pero cuyo batir es mucho más ensordecedor, escalofriante e inaudito, sobre los hospitales y sus rincones en penumbra, donde aparecen los fantasmas encarnados del pasado, sobre la hospitalidad de los extraños, sobre el pasado de nuestros cuerpos, sobre la incansable travesía del ser humano allende los mares, y allende sus madres, sobre el sexo, y sobre eso que se ha dado en llamar homosexualidad: un limbo lleno de ángeles deshabitados, con los pies tiznados...
En esta calurosa tarde de verano, horas antes de que empiece la noche de San Juan, contemplo frente al ordenador al ángel que bendice las aguas de la fuente de Bethesda en Central Park, reflejo de aquella otra de Jerusalen, que todo lo curaba... Han pasado apenas unos años desde que vi por primera vez esta serie, en la terraza de un amigo, una de las primeras tardes del verano también, quizás la víspera de la noche más corta del año. Estaba en otra ciudad, con otros miedos y otras heridas, terminando de redactar mi tesina...
Este agosto cumplo 33 años. Una nueva Perestroika personal. Noto cómo la tierra se resquebraja a mis pies. Lo hace a golpe de pequeños estruendos secos, como el sonido que hace una alfombra cuando la sacudimos con fuerza. ¿Un batir de alas, quizás?
El miedo y el calor me tienen derramado por los suelos. Que el ángel de Bethesda me proteja y me haga beber de su fuente.

miércoles, junio 17, 2009

Ceniceros

Releo una entrada del blog, de este blog, fechada el 31 de agosto de 2006. Se titula Vértigo:

"Mi relación con F. se extingue.
Sin embargo, la esperanza sigue ahí, agazapada: aunque el final más probable de un cigarrillo a medio consumir sea el cenicero, a veces alguien te lo pide para insuflar vida a un nuevo cigarrillo. Ese nuevo cigarrillo sería mi nueva vida con F. Una segunda oportunidad.
Ante la espera de esa insuflación, a menudo surgen brotes de ansiedad, que en absoluto ayudan a arreciar el fuego del cigarrillo que languidece. Al contrario, sólo sirven para desarreglarlo todo aún más.
Romper mis votos con F. se me antoja el episodio más trágico de mi vida. Me deja huérfano de futuro. Como decía Djuna Barnes, "en lo insoportable se halla el nacimiento de la curva de la alegría".
Por eso, hay momentos de ensimismamiento en que imagino una vida futura sin él. Es como si estar lejos de él me resucitase, me alargase la vida. Como si la vida sin él, algo inimaginable, fuese por eso mismo otra vida, una nueva vida, la prórroga feliz que procede a la muerte.
Esos momentos de ensoñación en el futuro se parecen al vértigo que sentimos ante un precipicio: el impulso de un vacío que nos atrapa. El interrogante que viene después del dolor. La paz quizás.
Durante la siesta leo a Gil de Biedma. Su evocación de lugares y sensaciones me marea como el olor de la gasolina..."

El vértigo de los ceniceros. La pace, sin duda.

viernes, junio 12, 2009

Preferirías no hacerlo...

Podrías haber escrito sobre la pandemia global, o sobre la enfermedad del dinero, o sobre El cisne de Tuonela, de Jean Sibelius, ese hombre unido al despilfarro. O ponerte, a ver qué pasaba, La última primavera de Edvard Grieg, cuyo título no hubiese podido servir para este post por cuestiones puramente supersticiosas. Después de cambiar "última" por "penúltima" o "antepenúltima", hubieses hablado de esta primavera en Madrid, de aquellas otras que pasaste en Sevilla o Barcelona o Granada, de los castaños de Indias y las estatuas del Jardin du Luxembourg, de los libros que se quedan olvidados sobre sus bancos individuales de herrumbre verde, del final de Sonrisas y lágrimas (The sound of music), que resume todo el cine que viste de pequeño: oh, la familia Trapp atravesando a pie los Alpes en su huida de los nazis... una escena bíblica...
Podrías haber hablado del enorme vacío que sentiste al volver de Roma, el último escalón del costoso ara coeli de las ilusiones cotidianas (¿y luego qué?), del trabajo alienante de esta última semana, de las sesiones solitarias delante del ordenador, como Penélope tejiendo y destejiendo ante el telar... o mejor aún, como la Scherezade amenazada de Las mil y una noches, porque mañana habrá otras traducciones a las que no podrás decir que no. Podrías haber escrito sobre la creencia de que todos tus problemas se resumen en uno sólo: la falta de dinero "suficiente", "suficiente" para no sentirte como Bartleby, el amanuense de Melville, cuyo nombre no sabrías pronunciar en inglés, ni falta que te ha hecho. Bartleby, cuya historia no sabes si entra en el ámbito de la inanición o de la inanidad, se ha paseado sigilosamente por la casa (igual ha salido en alguna de las fotografías que has tomado con el móvil), comiendo tus pocas sobras y sentándose tras de ti ante el ordenador... él está acostumbrado a las vistas de tres dimensiones que parecen de dos, así que no se ha debido de extrañar de estar frente a una de dos que parece de tres... Podrías haber hablado de que tus lecturas deberían ser perpendiculares, porque cuando son paralelas, como la de esta semana, corres el riesgo de toparte con tu doppelgänger, y no hay visión más terrorífica y llena de malos augurios que la de pisar a tu propia sombra...
Podrías haber hablado de las ganas que tienes de pronunciar aquella frase que alguien leyó un día en el Hola, "la vida me lo debía", o de que sabes que es precisamente su proximidad, como en el caso de los accidentes aéreos, la que aleja la probabilidad de que la pronuncies, de que ocurra...
Y sí, podrías haber hablado del vértigo que te produce asomarte a tu futuro, porque una de las trampas de la edad madura se tiende en el casino de la costumbre y consiste en preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer... y porque estás lleno de dudas y te sientes irremisiblemente condenado a caer por el desagüe (cosas de la gravedad). Ahí están los sueños que lo atestiguan, como el de la otra noche, que se desarrollaba en un andamio a gran altura y en el que tenías que sortear una gran cantidad de boquetes hambrientos de ti.
Podrías haber hablado de todo lo demás: de los pequeños aciertos, de las pequeñas compañías, de los pequeños hallazgos, pero siempre has sido muy absolutista y muy lastimero, sobre todo cuando piensas y escribes y, claro, como todo es demasiado pequeño para ti habrá un día en que sufrirás una miopía galopante y perderás todo de vista...
Podrías haber hablado de todo esto pero, qué duda cabe, preferirías no hacerlo.

domingo, mayo 31, 2009

Nosotros/Ellos

A través de la conciencia plural del yo (reflejado en otro sinfín de yoes), se crean las identidades sociales. Vivimos en un mundo donde las fuerzas hegemónicas suelen nombrar, clasificar y cosificar aquello que no es ellos, esto es, lo otro. En esta operación de creación de sujetos subyugados, las fuerzas dominantes se guardan bastante de caer en una definición. Su identidad hegemónica existe pero queda al resguardo de conceptos poco susceptibles de crítica: dígase Naturaleza, Historia o Cultura. Las identidades son evidentemente ficciones y su "esencia" es por tanto difusa e inestable. Sin embargo, en un mundo hegemónico, las identidades débiles son un dispositivo altamente útil: crean conciencia política y acorralan las "esencias" de las identidades hegemónicas, nombrándolas, clasificándolas, cosificándolas. De ahí que sea sumamente necesario el uso político del nosotros/ellos. Sin este nosotros/ellos, no hubiesen existido las revoluciones burguesas, ni el feminismo, ni las revueltas antirrascistas, ni la lucha de clases, ni la liberación de las llamadas "minorías sexuales".
La reivindicación de la diferencia es absolutamente necesaria para luchar contra las fuerzas hegemónicas y crea microrrelaciones de poder enormemente liberadoras.
Me extraña que esos que ahora no quieren diferenciar el binomino gay/hetero entre el nosotros y el ellos, no tengan reparos en diferenciar el binomio hombre/mujer (nosotros/ellas), el binomio guapo/feo (yo/él), o el binomio moderno/cateto (nosotros/ellos).
Las identidades negra, lesbiana, mujer o gay se han creado desde los dispositivos de poder hegemónicos y han sido llenadas de identidad positiva por sujetos, que además de padecerlas, se ha visto muy influidos, en su formación como individuos sociales, por esa diferencia y alteridad creadas desde el discurso hegemónico.
¿Cómo negarles ahora su nosotros/ellos, si este binomio ha sido el pilar básico de su formación como sujetos, y posteriormente quizás, de su mirada política sobre el mundo?
Pues bien, ahora parece que utilizar esta herramienta te convierte en un pobre militante.
P.D.
1. Y que conste que cada día soporto menos a mis amigos gays, a los gays en general y a mí mismo. Será que me estoy volviendo un misántropo.
2. También detesto a los hombres (heteros o gays) cuya única finalidad en la vida es que les hagan una buena mamada. Que aprendan a COMER CULOS. La hegemonía se desestabiliza...

sábado, mayo 30, 2009

Un alma solitaria (anti-Ulises)

Era esa hora de la tarde entre perro y lobo. De un viernes.
Estaba en una terraza, frente a la gente, que parecía chocarse y evitarse a la vez. La ruptura no estaba siendo fácil, así que trataba de no pensar en ella. Cuando el ojo se entretiene, la mente descansa. Se sentía como si le acabasen de robar el bolso, con todos sus objetos de valor; pero ese sentimiento de pérdida (física, material) estaba localizado muy abajo de sus hombros, en los sótanos de la conciencia.
Mientras miraba aquí y allá, mientras escuchaba fragmentos de conversación de unos y otros, iba comiéndose una a una las aceitunas que le habían puesto sobre la mesa. Se las pasaba de un carrillo a otro, desgajando su carne tierna y sabrosa con fruición. Ahora pensaba en un pasaje de Brodsky, sobre esa época del invierno en que la nebbia cubre Venecia un día tras otro: "Es un buen momento para leer, para hacer gasto de electricidad todo el día, para fustigarse a uno mismo sin contemplaciones o abandonarse al café, para escuchar las noticias internacionales de la BBC o irse temprano a la cama. En resumen, una época para olvidarse de uno mismo, inducida por una ciudad que ha dejado de ser visible. Sin darte cuenta, sigues su ejemplo, en especial si, como ella, no tienes compañía".
Era difícil no verse como un submarino en mitad del océano.
El sol había desaparecido. Los tejados, los árboles, los desperdigados lienzos de cielo raso, se manchaban de rosas y malvas... esos colores tan venecianos que están en el origen y en el final de las cosas.
Observó el mundo, que se desplegaba frente a él con toda su vitalidad e indiferencia. Era como observar el reflejo desvaído atrapado en el azogue corrupto y oxidado de un viejo espejo.
La niebla había entrado en su alma. Se le había colado por todos sus resquicios, por todas sus grietas, pero ¿por cuánto tiempo?
Y como una arcada, procedente de la zona menos ventilada de su más profundo sótano, le vino esa otra frase de Nicholas Ray: "El drama contemporáneo es que no podemos volver a casa".

viernes, mayo 22, 2009

Telegrama

Saliendo del cine. De ver La belle personne, de Christophe Honoré. Inspirada en La pricesa de Clèves, de Mme. Lafayette. Y, añado yo, en Candy, Candy, la serie japonesa de nuestra infancia. En las calles de Madrid hace calor. Aún no es de noche. Nada que ver con los grises parisinos de la película. Se escuchan los vencejos. Observo las copas de los árboles. Me fijo en la cruz de la iglesia de Nuestra Sra. de los Dolores. Estampada sobre el cielo. En las esquinas, grupos de adolescentes. Se empujan levemente los unos a los otros. Se agarran de los bolsillos. Tampoco se parecen a los de la película. Esos estaban mejor vestidos, mejor peinados. Como los de Candy, Candy. Mensaje de F. À la recherche du temps perdu. Una frase. De la película. "Si somos personas como las demás, nuestro amor será normal. Nos amaremos durante un tiempo. Pero, ¿por cuánto tiempo? No hay amor eterno. Ni siquiera en los libros. No habrá milagro para nosotros. No somos más fuertes que los demás". Una vez cazado, el amor nos lo comemos. Luego toca defecarlo. El amor es un peligro.

Adagietto

El día había empezado y terminaba con muertes.
Por la mañana, al entrar en el estanco, había oído cómo el dueño respondía con consternación a un cliente: "Ha muerto. Esta noche. De pronto". Antes de decir esa frase, había pronunciado el nombre de una mujer, que ahora no podía recordar. Reconstruyó el diálogo mentalmente:
Cliente: "¿Qué tal...?
Dueño: "... ha muerto. Esta noche. De pronto".
Hacía días que no veía a la chica que normalmente le atendía. No sabía su nombre. Ella tampoco el suyo. Él pedía sus Gauloises y ella solía preguntarle: "¿uno o dos paquetes?".
La chica, en realidad, ya no lo era tanto. Estaba delgada y parecía sufrir mucho con la meteorología. Exageraba el gesto al hablar de estas cosas. Él suponía que simplemente se trataba de una forma de interactuar con el cliente, casi de entretenerse tras el mostrador.
Cuando le despacharon, permaneció un segundo frente al dueño y junto al otro cliente. Estuvo a punto de preguntar por ella pero no le pareció oportuno. Se fue de ahí con la duda, que lo acompañó todo el día. "Qué alegría me da verte", pensó que le diría la próxima vez que se encontrase con ella tras el mostrador. Ella no lo entendería del todo y haría algún comentario ampuloso sobre el tiempo...
Hacía calor. La gente caminaba más despacio que de costumbre y el asfalto había cobrado el aspecto gelatinoso de un reptil prehistórico.
Después de hacer unas compras en el mercado y de recoger unas chaquetas de la tintorería, pasó el día encerrado en casa. De alguna forma, estaba triste e impaciente. Asaltó varias veces el frigorífico e interrumpió compulsiva y repetidamente la marcha de su trabajo. Estuvo navegando por Internet sin tón ni són. Cambió varias veces su estado en FaceBook. Ponía discos que, apenas llegados a la mitad, cambiaba por otros. Fumó mucho.
Se tumbó sobre la cama para echar una siesta. No pudo. Las sábanas olían levemente a sudor y a saliva seca y un pensamiento denso le cubría el espíritu, aunque no acertaba a determinar cuál era. Los primeros días de calor son terribles: peor que un jetlag transatlántico.
La tarde pasó, como siempre. Ahora ya era de noche y seguía allí, frente al ordenador, contemplando un vídeo del 62 en que Céleste Albaret, el ama de llaves de Proust, narraba los últimos momentos de vida de "monsieur". Hablaba con emoción, sobre jeringuillas y médicos, sin haber perdido ese acento de montesa llegada a París antes de la Gran Guerra, con una dulzura anticuada, extraña. Se puso a hacer cuentas: "Si Proust murió en el 22, ¿qué edad tenía Céleste entonces para no resultar tan mayor en este vídeo?". Las imágenes de Proust recién difunto le impresionaron. Una barba espesa pero esmerada le cubría la mitad del rostro. Los párpados de los ojos, macizos, le recordaron esos de plástico de las muñecas antiguas, que se cerraban al ponerlas en horizontal. Con el ratón, deslizó rápidamente el control de reproducción hacia adelante y sintió como si un insecto con muchas patas cruzase a toda velocidad por su espalda. Pensó en la mujer del estanco.
Una espesa oscuridad se apoderó intensamente de la casa. Inevitable como el olor a gasolina. Bajo el balcón del dormitorio se escuchaban las voces de los grupos de chavales que se reunían allí antes o después de entrar en los bares de la zona. Sintió ganas de ponerle rostro a cada voz, pero estaba acostado, con los ojos apretados y los dedos de los pies bien abiertos. Desde el balcón llegaban las primeras brisas de aquella larga jornada y, con ellas, la promesa de cierta paz, de cierto reposo.

lunes, mayo 18, 2009

La loca de L'avare

(Un homenaje al cuarto capítulo de El bosque de la noche y, en general, a toda la literatura iracunda)

Vivía sola, en la parte más aireada y ventilada de la ciudad, pero sobre las ruinas de un infierno. Hacía años había escrito y publicado un par de novelas cortas ("nouvelles" las llamaba ella), aunque llevaba tiempo acabada. Su único modo de vida consistía en recibir migajas económicas de una parte de su familia. Este "mecenazgo" no se debía a que creyesen en ella; era simplemente por pura lástima.
Aquellos defectos que durante su juventud pudieron darle cierto encanto y humanidad se habían convertido en rasgos inamovibles de su carácter, eran como el pegamento de una personalidad insegura y resquebrajable: ahora era tacaña, indolente, histérica y obsesiva. En su pequeño mundo sólo entraba ella, y apretando el culo para no tirar los pocos principios que (sólo ella) creía que le quedaban.
Se había obsesionado con los números: se pasaba el día haciendo cuentas, contabilizando amigos, descargándose archivos, ahorrando espacio y economizando sus tareas domésticas; sumando y restando, con la boca torcida. Sufría una auténtica bulimia moral. Su producción literaria había crecido enormemente, sin duda, pero en detrimento de su calidad. Sus amigas, que eran cada vez menos, bajaban la cabeza cuando escuchaban sus relatos y pasaban a otra cosa: preferían alabarle el último arreglo de una vieja chaqueta o decirle lo bonitas que estaban sus plantas. Su apego a la frivolidad (ya sólo cultivaba relaciones frívolas) ponía de manifiesto un enorme poso de amargura.
A los extraños les resultaba divertida, pero no por sus ocurrencias sino porque toda ella era un disparate. El descubrimiento de las redes sociales virtuales hicieron que se deslizase peligrosamente a la "ascética" de los hikikomori. A su edad...
Su casa, donde ella creía que reinaba el buen gusto, producía una extraña sensación de miseria. Era como estar frente a la jaula vacía y sucia de un animal salvaje moribundo. Le gustaban los hombres feos y delgados. Había perdido el norte de la belleza.
Era imposible confiar en ella, porque no sabía guardar un secreto.
Vivía obsesionada con el tiempo y era profundamente insegura. Su frase más recurrente era "un momento, un momento", como si viviese amenazada por el resplandor de un flash que le impidiese salir bien "en la foto". A veces se creía víctima de las conspiraciones más absurdas y cuando estaba fuera de casa, parecía desnortada: como si le hubiesen hecho dar vueltas y vueltas y acabasen de soltarla a empujones en el juego de la gallinita ciega. Dada su inseguridad, le encantaba la compañía de la gente anodina, aunque tenía clavada la espinita del beau monde. Le encantaba ir a los saraos para besar a todo el mundo y espetarles un exagerado "hoooooola".
Era especialista en crear conflictos... la tercera en discordia. Nadie se acordaría del jueves si no estuviera en medio de la semana.
Su estrecho universo personal bebía a medias del dogmatismo pequeñoburgués y de la baratura New Age. Había recogido lo peor de cada mundo: del primero su obsesión por las formas más ridículas (cómo se debe comer, cómo se debe hablar); del segundo su obsesión por un contenido pseudotranscendente (qué se debe comer, sobre qué se debe hablar). Evidentemente, ambos ejes eran completamente ajenos al arte verdadero.
El amor la consumía, literalmente. Dado el reducido espacio de su mundo, enamorarse era para ella como tirar tabiques y abrir ventanas. Pero le podía la codicia... al final se sentía como un mendigo en un palacio. Sus posibles parejas huían de ella como de la peste bubónica.
Esquivaba los problemas, excusándose en su infancia. Pero era tal su grado de indolencia, de desimplicación, que esto empezaba a convertirse en un asunto mayor. Creía estar en posesión de la verdad y del saber estar, así que se pasaba el día corrigiendo a los demás, interviniendo sin solicitud previa. Podría estar reventando bajo su propia viga que su último suspiro se le iría en quitar pequeñas pajas de los ojos ajenos.
Era, en resumen, una mala persona. Pero no en la acepción moral del término. Era mala en su género, como una de sus malas novelas.

domingo, mayo 17, 2009

Asalto

...Era una noche fría y ventosa: el viento acariciaba los altos edificios de La Castellana con torpeza, originando un chirrido similar al que produce un principiante cuando pasa el arco por el vientre de un violín. Acompañados de mis padres, con las manos en los bolsillos de nuestros abrigos, F. y yo buscábamos el restaurante Sacha, escondido bajo los soportales atoldados de una zona residencial ajardinada. Estas zonas residenciales siempre me recuerdan a Jerez, a una parte de Jerez: a la zona de Manuel de la Quintana, un complejo de pisos de lujo construido en los sesenta, amplios, con su clasista distribución de puertas para el servicio y mostrador a la entrada para el portero. En uno de sus parquecitos, sentados en un banco, ya de madrugaba, nos dimos un beso S. y yo. Fue mi primer beso. Sólo se oía el ruído de los aspersores girando sobre el césped.
Aquella noche en Madrid las calles estaban prácticamente vacías, y los coches llenos de almas solitarias que escuchaban la radio. La noche de un día invernal. De un año, al final de una década.
Siempre que ejerces de guía en una ciudad, la sientes más tuya. Así fue aquella noche.
Llevo días despidiéndome de Madrid, de la forma enfermiza en que tiendo a despedirme de las cosas, con la mirada vaga, con esa asfixiante sensación de apego material.
La melancolía es una enfermedad emparentada con la penuria y la carencia. A falta de tesoros, a falta de ilusiones, bulimia de recuerdos y déjà-vus, reelaborados hasta la extenuación.
Miedo a cambiar, a abandonarme, a perderme en la traducción.
Pero la vida está en otra parte. Y la resurrección, el resurgimiento, exige que hayamos muerto. Noli me tangere.

viernes, mayo 15, 2009

Pantallas

Además de las pantallas domésticas de la televisión, el ordenador, el móvil o la BlackBerry, una más: la del propio Madrid, ciudad por la que me he paseado de forma muy virtual durante los últimos dos años. Apenas sensación de contacto real, los pies a dos palmos del suelo, los dedos de las manos tocando algo parecido a un periférico, a una interfaz... la textura gelatinosa de los sueños.
Y, al otro lado de la pantalla, el frufrú de las copas de los castaños de Indias en primavera.

martes, mayo 12, 2009

Dos estados de ánimo relacionados con el tiempo

"Todo esto, combinado con el agobiante calor de la ciudad en verano, me había dejado reducido a un estado de inercia nerviosa".

"Se quedó encorvado y silencioso, como si estuviera escuchando la canción de aquel antiguo verano. Llevé la cuenta de los dos a la caja. Mientras yo pagaba, se me acercó. Salimos juntos y nos fuimos andando hacia Park Avenue. Era una noche fría, ventosa; la brisa agitaba sonoramente los fláccidos toldos".

Truman Capote, Desayuno en Tiffany's

martes, mayo 05, 2009

Not ready to love

Ha sido esta mañana, al subir la persiana para que entrara la luz.
La calle, a veces, cuando es temprano, está así... sólo se escucha el piar de algún pájaro entre los árboles.
La potente luz del sol me ha hecho girar la cara hacia el pasado, que es el único lugar desde donde obtengo una visión panorámica de la felicidad... y he recordado mi casa de Sevilla, y esa cotidianidad con F., tan idealizada.
Y durante toda la mañana no he podido dejar de pensar en esa canción de Rufus Wainwright, que luego ha saltado sola en el iPod:

I'm not ready to love, I'm not ready for peace
I'm givin' up the dove to the beast
I'm not ready to surrender to another glove murderer

I'm not ready to love, I'm not ready to fly
I'm givin' up? in the sky
So you can take my sin in up above on high, say goodbye

I'm not ready to love, I'm not ready to love
I'm not ready to love until I'm ready to love you the way you should be loved
Until I'm ready to hold you the way you should be held
You should be held, but I'm not ready to...

viernes, mayo 01, 2009

El vuelo del globo rojo

De aquella iniciativa fallida que tuvo el Musée d'Orsay de encargar a varios cineastas de prestigio una serie de cortometrajes en los que apareciese el museo para luego darles forma de película conjunta, surgieron finalmente dos felices largos: L'heure d'été, ya comentada en otro post, y El vuelo del globo rojo, de Hsiao-hsien Hou. Ambas películas excepcionales.
El vuelo del globo rojo, utilizando la excusa del paseo caprichoso de un globo rojo y su cuerda blanca por los cielos, tejados y puentes de París (globo que, luego veremos, está sacado de una de las pinturas impresionistas del Musée d'Orsay), nos introduce en la cotidianidad más radical de una familia cualquiera: Suzanne (Juliette Binoche), una madre separada, que trabaja como narradora en un espectáculo de marionetas, su hijo Simon (quizás el niño más encantador que hemos visto en el cine en los últimos años) y la cuidadora de éste (Song, una estudiante taiwanesa de cine que está tratando de hacer una película con el mismo motivo de la que nosotros estamos viendo). De todos los personajes, el único que parece ver el globo, una y otra vez, es el niño... Rodada en largos planos secuencia y con una magia (durante las apariciones del globo) parecida a la del Pickpocket de Bresson, El vuelo del globo rojo es una fábula sobre la aparición de lo extraordinario en lo cotidano: ya sea la contemplación por un grupo de niños de un cuadro antiguo en un museo, una espera en la que nos ponemos a hacer crêpes por primera vez con ayuda de desconocidos, el afinamiento de un piano, su traslado de una planta a otra de una casa desaliñada, la improvisada conversación posterior que tenemos con los obreros que lo mudan, la contemplación de una extraña escultura sobre marionetas en un parque mientras un niño nos cuenta quiénes son los integrantes de su familia, el regalo de una vieja postal china comprada en Londres a un maestro marionetista durante un soleado viaje en tren, etc.
Juliette Binoche nos ofrece una lección magistral sobre su oficio. Pocas actrices tan capacitadas como ella para acercarnos a una verdad tan difícil como la de su personaje: que la vida de los adultos "es complicada", complicada en sus filigranas diarias, en la superación de sus pequeñas trampas cotidianas, en la futilidad de sus gestos, de sus alegrías, de sus disgustos...
Uno se reconcilia con el mundo ante piezas tan delicadas como ésta, aunque sólo sea momentáneamente.

miércoles, abril 29, 2009

Confusión

"Yo era muy religiosa, y no es imposible que la confusión con que percibía la identidad de Dios y de su Hijo propiciara mi inclinación por las actividades de cálculo. Dios era la voz tonante que llamaba a los hombres al orden sin mostrar su rostro. Pero me habían enseñado que Él era al mismo tiempo el muñequito de yeso rosa que yo colocaba todos los años en el belén, el infeliz clavado en la cruz ante la cual se reza -sin embargo, uno y otro eran también su Hijo-, y asimismo una especie de fantasma llamado Espíritu Santo. Por último, yo sabía que José era el marido de la Virgen y que Jesús, aun siendo Dios e hijo de Dios, le llamaba "Padre". La Virgen, por su parte, era sin duda la madre de Jesús, pero a veces decían que era también su hija".

Catherine Millet, La vida sexual de Catherine M.

sábado, abril 18, 2009

Tristón

Hoy he tenido ganas de llamar a mi madre y decirle que estoy tristón. Ella me hubiese preguntado: ¿por qué, hijo?, y lo le hubiese dicho pues no sé mamá, por todo y por nada, por el día que ha estado nublado, por el ligero chaparrón que ha golpeado las ventanas al caer la tarde, porque he estado leyendo a Chéjov y escuchando a Bach, porque quizás estoy un tanto cansado de ser yo mismo, porque tú me cuidabas mejor de lo que yo me cuidaré nunca a mí mismo, porque hay días que me siento muy solo, aun estando acompañado, por mis primeras lecturas, que fueron los decadentistas y esa joya de la tristeza que es El bosque de la noche, porque F. está muy lejos, porque hoy tuve resaca y ahora me duele un poco la cabeza, porque tengo los pies fríos, porque la casa no tiene flores frescas y la planta que compró F. se está afligiendo como yo, porque todo es muy difícil y tú lo sabes, porque tengo pendiente un sinfín de cosas que siempre he creído importantes y quizás no las haga nunca, porque crecer es complicado, por cómo se derrama hoy la luz de las bombillas sobre la casa vacía, porque me siento derrotado y siento haber perdido muchas batallas mínimas, porque echo de menos esos días en que estaba enfermo, de pequeño, y te escuchaba hacer tus quehaceres por la casa cuando volvías del trabajo, porque me encantaba que me pusieses el termómetro y leer libros entre el calor de mi propia fiebre y de tus sábanas, porque me siento un poco perdido y nada encontrado, porque los días se pasan sin clemencia, porque no me ocurre nada grave y fíjate todo lo que te cuento, porque me he instalado en el desencanto, porque menos el tuyo no me acabo de creer del todo el cariño ajeno, o me lo creo pero nunca es en la medida que yo necesito, porque, igual, estoy un poco deprimido, como tú el año pasado, porque he perdido cierto ángel y el de la guarda se olvida a veces de mí, porque la vida es triste en estas latitudes y mis ilusiones están un poco mojadas, como las ventanas de la casa, porque mi propia pena es mi peor consejera y me vuelve inactrativo y porque, mamá, te costó mucho trabajo sacarme adelante y mira cómo me encuentro...

viernes, abril 17, 2009

Soirée Lavapiés

La melancolía que me picó esta tarde se me ha ido pasando a fuerza de poner una y otra vez Lavapiés, de la Suite Iberia de Albéniz.
Verdadera ciclotimia, sí.
Ahora tengo ganas de que lleguen esas tardes de verano con actividades y compromisos sociales. Y de sentir el olor a gel de ducha en la piel fresca y desnuda...

Gran barrera de coral

"Sus personajes están sometidos a una vida sin alicientes de la que parecen no poder escapar: ‘Por alguna razón Nadia tenía la impresión de que así sería toda su vida, sin cambios y sin fin’ (La novia). Se trata del prosaísmo cotidiano del mundo burgués: las miserias de la profesión, el hogar y la provincia. Toda esa rutina a la que en la novela decimonónica se responsabiliza del desencanto: de la domesticación de los impulsos juveniles o del desgaste de los ideales y las ilusiones".

José Muñoz Millanes, Prólogo a los Cuentos de Antón Chéjov

Lees El profesor de ruso, acostado. Estás a punto de cerrar los ojos suavemente, de dejar que el libro se escurra de tus manos... de repente, como un insecto que se posa inadvertidamente sobre nosotros, te asalta un pensamiento sobre la vida breve. Ha sido apenas un roce, con la forma de algún año que ya pasó por el calendario, pero te ha dejado nublado el resto de lo que llevas de tarde. Del mismo modo que un corte de agua pone en jaque nuestra vulnerabilidad haciéndonos repentinamente sentir sed, ese insecto en forma de año pasado, de mes pasado, de día pasado, ha desatado tu congoja. Piensas en el tiempo que te falta en todo sentido, en tu trabajo de mierda, en tus ansiedades cotidianas, en la escasa trascendencia de muchas de tus relaciones, en lo profundamente insatisfecho que estás siempre, en tu cobardía. Suena el piano de Die Kunst der Fuge de J.S. Bach y te parece mentira que una música tan melancólica pueda venir de un hombre que creía en Dios, de un tiempo habitado por Dios. La música del Antiguo Régimen puede sonar tonante o jubilosa, pero ¿melancólica? ¿No fue Mendelssohn el que redescubrió a Bach?...
En el centro de todo este desaguisado está tu relación con F., el envejecimiento de tus padres, el mundo que cambia, el traspaso de locales, las mudanzas, los amigos que perdiste, la monotonía de tu propio cuerpo, el miedo que crece prolijo como las uñas de los muertos, el desencanto, el arroz pasado que es tu vida. Cuando uno se refugia en los libros de esa forma tan desesperada en que lo haces tú, es porque ha claudicado, ha tirado la toalla, como te dijo ayer el otro F., refiriéndose posiblemente a otra cosa. Enterrado bajo libros con olor a hojas muertas. Arriba, la vida de los otros, que intuyes tan miserable o más que la tuya. Esa música ya la conoces. Es fácil de bailar, pero prefieres quedarte sentado en el reservado. De vez en cuando alguien te saca y tú haces el paripé, pero ¡qué rápido te cansas!
En las antípodas de todo esto, en una profusión de vida que de tan elevada parece un cáncer en plena metástasis, la gran barrera de coral: una mezcla de las ilusiones perdidas y por venir, de abigarrado paisaje al otro lado de la ventanilla, denso como el archivo de la memoria, lleno de olores renovados, de un azul turquesa tan rabioso que no parece de este mundo.

martes, abril 14, 2009

Place des États Unis

Resulta apabullante pensar en la cantidad de domicilios célebres que contiene una ciudad como París. Tomemos como ejemplo la place des États Unis, no muy lejos de la que fuese última morada de Proust, en el 44 de la rue Amiral Hamelin.

Lo que prosigue está copiado de la versión en inglés de Wikipedia (la negrita es mía y hace referencia a los moradores):

·No. 1, Place des États-Unis: The Embassy of Kuwait. Originally the townhouse of the Countess Roza Branicka (1863-1941), this place was also a gathering-place for Polish immigrants at the beginning of the twentieth century.

·No. 2: The Ephrussi Mansion. Constructed in 1886 by Ernest Sanson for the banker, Jules Ephrussi (1846-1915). In 1922, it was acquired by the Egyptian king, Fuad I, whose eventual fall from power prompted the successor government, the Republic of Egypt, to seize it for use as the residence of its ambassador to France.

·No. 3: Here, the American ambassador, Levi Morton, established his residence and, for a brief period, the offices of the entire American legation. The American novelist, Edith Wharton, also lived here for a time.

·No. 3B: The Embassy of the Government of Bahrain. This small brick-and-stone building was built for Olga von Meyendorff (1838-1926) before becoming the home of the painter, Théobald Chartran, and his wife, Sylvie. The Chartrans' place was the haunt of artists, writers, and politicians.

·No. 4: The Deutsch de la Meurthe Mansion. Originally constructed for the industrialist and aviation pioneer, Henry Deutsch de la Meurthe (1846-1919), this building was, during World War II, occupied by the Gestapo. Beginning in the late 1940s, it was the residence of Francine Worms-Weisweiller (1916-2003), a descendant of the Deutsch de la Meurthe family, who was the patron of Jean Cocteau, and her husband, the American financier, Alec Weisweiller.

·No. 6: Former home of Prince Alexander Bariatinski (1870-1910) and of the princess who was born Catherine Alexandrovna Yurievskaya (1878-1959), the daughter of Czar Alexander II of Russia. Today, it is a showroom for the wares of the crystal-maker, Arc International, formerly known as Cristallerie d'Arques.

·No. 7: A building constructed on the site of the townhouse Ida Rubinstein, the dancer and patron of the arts, moved into in 1921. Nothing is left of her home, which was designed and decorated by the great Léon Bakst. The Nazis seized her valuables during their World War II occupation of Paris. Whether the house was razed as an act of wanton destruction or whether it came down under other circumstances is unclear; sources vary.

·No. 8: This attractive private house belonged, at the beginning of the twentieth century, to M. Saint-Paul, an influential counselor of state. Then it housed the renowned literary salon of the poet, Edmée de La Rochefoucauld (1895-1991), a cultivated environment often referred to as the waiting room for the prestigious French Academy.

·No. 10: The De Brantes Building, presently occupied by lawyers' offices.

·No. 11: The Bischoffsheim Building, also called the De Noailles Building, was constructed in 1895 by Ernest Sanson for the financier, Raphaël-Louis Bischoffsheim (1823-1906), and subsequently occupied by his granddaughter, the Viscountess Marie-Laure de Noailles (1902-1970), who provided there a haven for artists and writers. Madame de Noailles supported artistic luminaries such as Jean Cocteau, Luis Buñuel, and Man Ray. She lived at the Place des Etats-Unis from age eighteen until her death in 1970. During her tenure there, she was renowned for throwing exquisite parties and cultural soirees where the guest list often included the likes of Pablo Picasso, Alberto Giacometti, Picabia, Balthus, Henri Matisse, and Salvador Dalí. The house later belonged to the Syrian-born Saudi arms dealer, Akram Ojjeh, then to his widow, Nahed, who sold it to the crystal-maker, Baccarat. This firm renovated the building with the help of the designer, Phillipe Starck, in order to open a luxurious showroom there, a facility it calls "a museum of crystal", and a restaurant named the Crystal Room.

·No. 12: This building, once a vast private house, is now the headquarters of the international liquor company, Pernod-Ricard.

·No. 14: A building constructed in 1910 on the site of the townhouse of the duc d'Isly (duke of Isly).

·No. 16: Having served as the American embassy, this structure became the property of Francisco-María de Yturbe y Anciola, the former Finance Minister of Mexico, who spent the last years of his life living there. It passed to his oldest son, Francisco-Tirso de Yturbe, another Mexican diplomat posted to Paris, then to his second son, Miguel de Yturbe, also a diplomat. Miguel de Yturbe married María Teresa Limantour, daughter of José Yves Limantour, who was also Finance Minister of Mexico for eighteen years under President Porfirio Díaz.

·No. 17: Presently the headquarters of the Association of Regional Daily Newspapers (Syndicat de la presse quotidienne régionale, or SPQR), the building was occupied by Count Charles Cahen d'Anvers and his wife, the countess. Cahen d'Anvers was the man who, in 1935, donated the château at Champs-sur-Marne to the French state. The Lebanese businessman, Samir Traboulsi, lived here at the time of the Pechiney-Triangle business and political corruption scandal.

·No. 18: A building at the western end of Square Thomas Jefferson, constructed by the architect, Pierre Humbert (b. 1848), for the young and wealthy Madmoiselle Mathilde de Montesquiou-Fézensac (1884-1960), who, much later, in 1920, married the musician and composer, Charles-Marie Widor (1844-1937), when she was 36 years old and he was 76.

domingo, abril 12, 2009

Barco de la noche

Ayer, "barco de la noche" en casa de F., como en los viejos tiempos. Sin la urgencia impuesta otras veces por el deseo o el hábito de salir, P., A., F., J. y yo estuvimos hasta las seis de la mañana pasándonos el timón, en medio de la tormenta dialéctica, a fin de que el barco no se hundiese. Hubo un momento crítico cuando nos quedamos sin tabaco, pero conseguimos remontarlo.
Aunque no salimos, hablamos mucho de ello. No exactamente de "salir", sino de todas las circunstancias que precipitan ese hecho: las relaciones con los otros, la necesidad de sentirse atractivo, el deseo, la pertenencia o adherencia a un grupo, los cambios que el tiempo ha operado en las costumbres y en nosotros. Resulta curioso que "salir" sea un verbo tan gráfico en español: pasar de dentro a fuera, manifestarse, sobresalir, darse al público.
F. decía que las relaciones interpersonales se habían visto muy influidas por la era de las comunicaciones digitales. No sólo por la impaciencia propia de Internet y sus lecturas hipervinculadas y rápidas (Google, Wiki), sino también por la facilidad para mentir a la que se presta lo virtual (caso del chat) y el interés característico de las redes sociales (Facebook, Tuenti, MySpace). A todo esto habría que añadir, supongo, el celebrity system (evolución "trash" del star system), los quince minutos de fama (a bailar), la realidad espectacularizada, la información narrada como suceso (fenómeno frecuente en los telediarios, incluso en los más serios), la fragmentación de la ideología y el éxito del storytelling del que hablaba ayer Vidal Beneyto en un magnífico artículo publicado en El País. Otros fenómenos inquietantes son los del "archivo de archivos" (que nos ha convertido a todos en exploradores, en investigadores) y el del asociacionismo de ideas, gustos y semejanzas, caso del "los que han comprado este objeto también han comprado este otro" de algunas tiendas virtuales o el "X relacionados", donde X se puede sustituir por vídeos, noticias, temas, etc. Una forma de búsqueda por remembranzas y sinonimias que, contrariamente a lo previsto, te puede llevar a lugares de lo más peregrinos.
El mundo cambia. Somos nosotros los que nos resistimos al cambio. O quedamos exhaustos en nuestro afán de continua adaptación a él (y es verdad que el ritmo de los últimos años ha sido como una clase de spinning para principiantes). En la obra de Chéjov (Platonov) que vimos ayer en el María Guerrero había un personaje que se lamentaba por los usos y costumbres perdidos en tan sólo una generación y que ni él mismo (debido a su juventud) había experimentado.
En eso, como en las travesías nocturas en barco, no hemos cambiado mucho. Por suerte para nosotros.

viernes, abril 10, 2009

Fantasmas

Días perezosos y familiares en Jerez.
Ayer, en un acceso de orden, limpié la biblioteca del salón y tiré muchísimos papeles (revistas, folletos turísticos, coleccionables sin encuadernar y manuales obsoletos) al contenedor de reciclaje. Junté toda nuestra colección de El barco de vapor y la coloqué en un estante: blanco, azul, naranja, azul, amarillo, blanco, naranja, naranja, rojo, amarillo, azul, naranja, rojo. Así quedaron los lomos. Cada color hacía referencia a la edad adecuada para leerlos. Pensaba que hasta Julio Verne, Poe y Wilde había leído poco, pero no, había leído mucho, no sólo de El barco de vapor, sino de Alfaguara juvenil, de Los cinco, de alta mar (ed. Bruño), de Elige tu propia aventura... aparecieron muchos libros de terror y Los últimos días de Pompeya, de Bulwer Lytton, que recuerdo que me encantó.
Por la tarde, mientras veía con mi madre una peli cursilona con Maryl Streep (Dancing at Lughnasa), que habíamos elegido "a la carta", me quedé dormido en el sofá, con una mantita echada. Me desperté con la sensación diáfana de que acababa de estar con S., mi primer amor adolescente. Aquella boca fresca, aquel olor suyo, aquella piel lampiña estaban tan cerca de mí como entonces, como si no hubiesen pasado los años, como si su fantasma de aquellos días me hubiese visitado y, después de haberse despedido de mi madre, acabase de salir por la puerta. Fui a la cocina a por un cuenquito de arroz con leche, me lo comí y terminé de ver la película.
Entre los fantasmas de ayer, mi dietario de cuando hice Inter-rail con quince o dieciséis años: "Cuaderno de viaje por tierras francesas, italianas y austriacas con desenlace en la Cité Lumière", así lo titulé. Pensé en llevármelo a Madrid, pero luego decidí que es mejor que algunos cuadros no salgan de su emplazamiento habitual. Lo he leído esta mañana, después de volver de la madrugá con mis tíos y con mi madre. Lo he leído con premura, sintiendo cierta vergüenza, como si estuviese violando la intimidad de una vida ajena a la mía. Descubrí, por ejemplo, que durante la estancia en Venecia tuve unas fiebres muy altas. No me acordaba en absoluto. De hecho, después de leerlo sigo sin acordarme... como si me lo hubiese inventado.

miércoles, abril 08, 2009

Todo va a ir bien...

En 1922, su último año de vida (año en que también murió Proust), Katherine Mansfield anota en su diario muchos sueños. Sueña con su madre, con que vuelve a Australia, con América.
Sus últimas palabras: "Todo va a ir bien".

lunes, abril 06, 2009

Navidad en Roubaix. Los franceses. El último Almodóvar.

Un conte de Noël (2008), primera película estrenada en España de Arnaud Desplechin, transcurre en Roubaix, una localidad provinciana, fea y aburrida del norte de Francia, cerca de la frontera belga. Allí, en la casona familiar, es donde padre (Jean-Paul Roussillon) y madre (Catherine Deneuve), deciden reunir a sus hijos, nueras, yernos, nietos, sobrinos e incluso a la "viuda" de la difunta hermana lesbiana del padre. La excusa que sirve de pauta a tal reencuentro familiar es el día de navidad, aunque el verdadero motivo es la enfermedad degenerativa que le han diagnosticado a la madre, un tipo de leucemia ya conocido por todos, puesto que mató al segundo hijo de la familia a la edad de seis o siete años. Ante la necesidad de encontrar a un donante genéticamente compatible, la familia al completo, con sus análisis bajo el brazo, se reune después de años sin hacerlo. El principal conflicto está en el reencuentro de todos con el hijo desterrado (Mathieu Amalric), inútilmente concebido en su día para curar al hermano muerto y con el que las mujeres de la familia (tanto la madre como la primogénita), mantienen una relación de marcado odio y desamor. Sin embargo, él es (esta vez sí) el único miembro de la familia, junto con el nieto mayor (esquizofrénico e hijo de la primogénita), que puede curar a la madre. Partiendo de esta trama folletinesca y acogiéndose al esquema de ese género tan americano de reencuentro-familiar-en-fiestas-de-guardar (Navidad, Thanksgiving), Desplechin, empleando un sinfín de recursos cinematográficos (que van de la voz en off a la confesión epistolar, pasando por el recitado a cámara, la animación o una división del relato en capítulos), le da la vuelta al cuento tradicional como si de un calcetín se tratase, y partiendo de esa "médula cancerosa" que es la institución familiar burguesa, disecciona toda una serie de clichés y ramificaciones temáticas de modo irónico y con un gran talento.
La película, de dos horas y media de duración, despliega lo mejor y, quizás también, lo peor del cine y, por extensión, la cultura franceses, resultando, a la postre, una obra fascinante, compleja y rica, llena de referencias literarias y cinéfilas, cuyo primer visionado se queda corto, dejándote con ganas de más. Se trata, en definitiva, de una de esas obras de ficción que ensanchan las fronteras de lo real, amplificando la vida, testimoniando el poder de la cultura como prótesis tecnológica enormemente regenerativa y fundamental. Un conte de Noël remite al Bergman de Fanny y Alexander, a Vértigo de Hitchcock (fantástica la escena en que la recién llegada a la familia, judía, novia del hijo pródigo, se encuentra casualmente con Catherine Deneuve en el museo provincial de arte), a Cocteau, a Nietszche, a Emmerson, al Rey Lear, a Macbeth, a Antonioni y la Nouvelle Vague, pero también a Beautiful Girls y a todas esas películas americanas de enredos amorosos y reencuentro con la ciudad de provincias en que naciste, a la teleserie de matriarca con cáncer típica de la sobremesa, al Dickens de "Cuento de navidad" pero en versión dibujitos, a las películas de temática religiosa de los grandes estudios que nos pasan por la tele en Navidad o Semana Santa (Los diez mandamientos, Ben-Hur)... la lista sería interminable, porque muchos de los guiños culturales de la película se me habrán pasado o los desconozco. Y luego están las escenas desnaturalizadas madre-hijo que comparten la Deneuve y Amalric sentados en un columpio de la parte trasera de la casa y frente al altar de la iglesia local durante la Misa del Gallo...
Los franceses son seres enormemente raros. Tienen un algo imprevisible que los hace enormemente literarios, como personajes de Shakespeare. A diferencia de culturas más exóticas (a la mía) como la japonesa o la india, cuando me enfrento a determinados aspectos de su cultura me siento como quien se asoma a un relato de ciencia-ficción escrito durante la Guerra Fría. Quiero decir: todo resulta familiar (porque la invención humana es limitada en recursos) pero es como si todo se hubiese cambiado de orden. Esas reuniones familiares en las que se pueden pasar horas hablando del pixelado de una nueva cámara de fotos, esa extraña frialdad que tienen a veces siendo tan latinos otras, esa capacidad para la digresión (y no sólo me refiero a Godard o a Derrida, sino a situaciones cotidianas) me resultan sumamente extrañas. Lo extraño es mucho más inquietante que lo exótico, porque es como la locura, absolutamente imprevisible... como el vértigo, que tiene mucho que ver con la proximidad del vacío.
La película de Desplechin estrenada estos días es un contrapunto curioso del último Almodóvar. Ambas son epítomes de eso que se ha dado en llamar postmodernismo: películas barrocas, llenas de referencias culturales, de cinefilia, de flirteos con el kitsch, metaartísticas, enrevesadas en su exposición, en su montaje... el problema es que la de Almodóvar, como decían en la versión española de Cahiers du cinema, no mira directamente a los ojos de las obras que refleja, mientras que la de Desplechin sí. En ese sentido, el último Almodóvar es una obra fallida, artificial, profundamente forzada y esforzada. Una presencia un tanto invisible, translúcida como una escultura de cristal.
Yo, ya la he olvidado...

domingo, abril 05, 2009

Una gota de la Isla de Pascua

Esta mañana, mientras me cepillaba los dientes, una gran gota-moái observaba en silencio mi gesto desde el seno del lavabo. ¿Qué querría decirme?

sábado, marzo 28, 2009

Un cuento de navidad

Hoy te has levantado con ese tipo de pensamiento negativo que deberías sacudir de tu cabeza como se sacude un mantel. Estabas pensando en toda esa gente que en tu boda o no te regaló nada o no te regaló "en serio". ¿Hicieron lo mismo cuando los invitaron a cualquier boda heteruza "de ley"? Seguro que no...
Luego, todavía en la cama, te has puesto a pensar en toda esa gente que no te ha dejado pasar ni una... aunque enseguida, has pensado en todo lo contrario, en la gente que te ha dejado pasar una y otra vez, como tú a ellos, y en la gente que te ha ayudado, entendido, acogido, acompañado. Pensamiento negativo desintegrado.
Quizás la culpa de todo la tenga la televisión. El kitsch moral y estético que destila todos los días, cuya fetidez va a acabar con nuestro olfato; el que todo, en ella, se retrate como un suceso (hasta la política); el nuevo anuncio de Telefónica sobre la crisis (no se puede ser más cínico); y luego, fuera de la televisión, pero junto a ella, la especulación inmobiliaria, la desfachatez cultural, los niveles de baratura y chapuza a los que ha llegado este país.
Ayer, ante tanta miseria moral vista fuera y dentro de la tele, te dieron ganas de volver a leer ensayo. Ensayo radical. ¿Laclau, Zizek, Preciado?
Has dudado entre incluir o no esta entrada aquí, en el blog. "Hay demasiadas cosas negativas en mi vida como para incluir una más", has pensado. Sin embargo, hay que confesarse, desnudarse, publicarse.
Tienes muchas ganas de ver Un conte de noël, de Desplechin.

viernes, marzo 27, 2009

Un marido muy Bloomsbury

Los Diarios de Katherine Mansfield son los de una mujer abatida.
Una mujer a camino entre el siglo XIX y el XX. Entre Australia y Europa. Entre la niñez y la edad madura. Entre la vida y la muerte.
Tiene momentos preciosos, en especial cuando describe paisajes o se detiene en "tonterías". También me gustan sus comentarios sobre literatura: rusa e inglesa especialmente.
La mayor parte de las entradas están hechas desde la desesperación y el desánimo. Es como si fuera consciente de su prematura muerte y viviese la vida desde el apuro, en todas sus acepciones. Sin embargo no hay amargura. Sólo el desaliento propio del que corre porque algo mostruoso le persigue...
Su inteligencia, aguda, suave, es como un hermoso día de primavera amenazado a lo lejos por nubes de tormenta. El texto está plagado de esos adverbios encantadores a los que son tan aficionados los anglosajones: terribly, merely, etc.
Una de las cosas que más sorprende en ellos es la indiferencia hacia su marido, reseñado como J. Sobre todo porque, con el libro en las manos, sabemos del gran amor y respeto de J. hacia ella. John M. Murry, además de marido, fue su editor y una de las personas que más confió en su talento como escritora. Algunas de sus entradas más íntimas están primorosamente comentadas por él, sin ningún tipo de dobleces o rencores. No sé si esto es debido a su profesionalidad como editor que cuida a sus autores o al amor inmaculado que se profesa a los muertos...
Dejando a un lado a la propia autora, J. es un personaje fascinante, porque cuando aparece es aquel del que tenemos más información. Él fue el que rescató los papeles diseminados que dan forma al diario, el que lo comentó, el que se empeñó en publicarlo. Un gesto generoso, como el de aquel que comparte un hallazgo.
El marido es aquí como un ángel custodio. Una presencia débil pero fundamental.

jueves, marzo 26, 2009

Adonis vernalis

En la radio una pieza de piano de Chopin (luego descubro que se trata de su Barcarola). Varea mi memoria, como si se tratase de un peral en julio, y hace caer algunos recuerdos. Los recojo con cierta impostura y me echo hacia atrás en la silla. Estoy frente a la ventana de mi antiguo cuarto, el que compartía con mi hermano... el pasado y el futuro se pliegan sobre mí como las mangas de un jersey que tratamos de guardar en una maleta. Hay una sensación prístina en todo este deslizamiento. Es ajena a los espejos, a la realidad prohibitiva, a la caída del pelo y de los dientes... una brisa pequeña se enrosca en los árboles de enfrente. Yo estoy hinchado y mojado pero el ambiente se parece al de una habitación antigua en la que se acabase de bailar una chacona.

Última anotación

El día antes de ser arrestada por la Gestapo en la Francia ocupada, Irène Némirovsky, autora de David Golder, escribe en su diario la que sería su última anotación:
"Estoy rodeada de agujas de pino, sentada encima de mi cárdigan azul en medio de un océano de hojas... en el bolso llevo el segundo volumen de Ana Karenina, el Diario de Katherine Mansfield y una naranja".
Y una naranja...

lunes, marzo 23, 2009

Hundimiento

Zambullirte una y otra vez en la lectura, en el sueño. Como un delfín exhausto después de una pirueta dramática.
De nuevo Cheever: "... de modo que no alcanzo a percibir una parte de la mañana, como si el momento tuviese un umbral o una serie de umbrales, y ya no pudiera franquearlos". Aquí, estos días, hay un olor perdido de flores abriéndose que anuncia la llegada de la semana santa. Forma parte de otra vida.
Desatendiendo a mis obligaciones de trabajo, me he hundido en el sofá y me he leído Reencuentro, de Fred Ulhman, de una sentada. Es un libro tan hermoso. En clase nos habían encargado un final, otro final. Supongo que en el mío habrá perdón.
Me siento como un animal con la cabeza gacha lamiéndose las heridas, sin otra actividad que esa.
Necesito dinero. Dinero y tiempo. En este sur de mis dolores, de la precariedad y el fracaso anunciado, del dios dirá... me atenaza el miedo al futuro, a la miseria moral y física, al hundimiento.
Las encias no paran de sangrarme. Siento el sabor metálico de la sangre entre los dientes.
Una tierra que en los días más hermosos del año llena sus calles de vírgenes llorosas y cristos sangrantes... eso es mala suerte.

domingo, marzo 15, 2009

Primer verano

Retrocedamos algunos meses, algunos años atrás. Estamos a finales de 2001, principios de 2002. Hacía poco que acababas de llegar a Sevilla, procedente de Barcelona. Las Torres Gemelas habían caído meses antes. Tú estabas en casa de tus padres, a punto de echarte una siesta; Pedro Almodóvar, como viste ayer en el archivo de RTVE, estaba rodando algunas escenas de Hable con ella en Lucena, con un constipado terrible. P., una amiga de la adolescencia, te había propuesto participar en su revista, El laberinto rojo, y aceptaste. Luego vinieron las colaboraciones con Clone. El laberinto rojo... hoy han aparecido los ejemplares que conservabas de los números en los que colaboraste. Han aparecido mustios como flores aplastadas; el papel también es un fiambre. Estabas buscando entre tus cajas repuestos de almohadillas para los auriculares del iPod, porque hoy, mientras ibas a saludar a F. a la estación de Atocha (estaba de paso hacia Barcelona, por fin vuelve mañana), has perdido el de la oreja izquierda sin darte cuenta... Charito Mucha Marcha, Mr. Glinz, Andrés de Gino. Estos eran tus psudónimos en aquella época. Has sentido una mezcla de vergüenza y ternura mientras te releías. ¿Dónde estabas instalado en aquella época? Ha sido incluso peor que cuando tu madre, la última vez que fuiste a Jerez, te dio a leer uno de los pocos escritos que conservas de tu adolescencia: un cuento que le regalaste una vez por su cumpleaños... en aquella época, al fin y al cabo, eras muy joven y querías imitiar rabiosamente a Oscar Wilde, pero hace siete años ya estabas crecidito y habías leído lo tuyo... Comparando una escritura (aquella) con la de ahora (esta), te has visto maduro, más sobrio... No es cuestión de escribir mejor o peor. Es cuestión de depuración, de ocupación, de asentamiento. Te ha pasado lo mismo en Atocha cuando observabas el comportamiento y las maneras de un conocido de FaceBook, un tal M., amigo de C. Al "enfrentarte" a él, que por supuesto no te ha visto (que ni siquiera te conoce) has notado, de repente, un excelente control sobre tu cuerpo, una dignidad física que sólo viene con los años. Esa ocupación decontractée que tienen los edificios antiguos respecto de los nuevos...
Has visto a F. y lo has visto bien. Lo has abrazado y has sentido esa cotidianidad tan ausente durante las últimas semanas. Luego has vuelto a casa, en camiseta de manga corta, con las gafas de sol, con las manos ocupadas por bolsas con el logo "Out of Africa". Antes de Atocha, habías estado al sol, leyendo a Cheever: "Parecía que sus diferentes y dolorosas desilusiones la habían apartado de la corriente de la vida, y ahora estaba sentada en la orilla, con su aire implacablemente lúgubre, mirando cómo el resto descendía deprisa hacia el mar". El mundo gira, Roma entra y sale de tu cabeza (pronto estarás allí con toda tu familia, dios mediante), será semana santa y a lo mejor disfrutas de las noches de Jerez en esa época, hay gente que se ha ido para siempre y otras que quizás estés a punto de conocer. Pedro vuelve a estar de promoción; queda una semana para el estreno de sus Abrazos rotos. Tú sigues sin dar ni golpe. Sin dar el golpe. Pero hay algo que no cambia y que te gusta: es esa sensación liviana de todas las primaveras, de ir desnudando la piel.
Hoy ha crepitado aquí en Madrid. La primavera, sí. Como un huevo fresco en una sartén llena de aceite caliente.

Recuerdos de Roma (III): todo gira

“Aquí está, caminante, la Roma entera, la graciosa, la santa, la putana. Tu laberinto de cada mañana, Roma que se venera y desvenera. Roma que te anonada y enaltece, que te pudre, te exalta, te enfurece. Un español te lleva de su mano y te repite, oh caminante, en vano: si entras en Roma no saldrás de Roma”.

Rafael Alberti

En Roma, a pesar de las ruinas, hay algo que te quita años de encima. El ambiente que encuentras en algunas calles, la sensación con la que te levantas ante un abrumador plan turístico, se parecen a los de los tiempos del instituto. No sé si es o no una ciudad segura, pero te sientes valiente y vital caminando por sus calles. Por la tarde una gama de ocres, naranjas y rosas. Por la mañana el verde de los pinos y el gris de las fuentes y de las ruinas. De repente una plaza, o una callecita, y al final una iglesia y en la iglesia una escultura y sales de la iglesia y ves una terraza y comes por la calle y ves a los gatos urgar en la basura. Y el orín de los romanos bajo las fachadas de los jesuítas. Y el olor de la tarde, y el amor virginal de las colinas y de las estatuas parlantes. Y el jersey caído por los hombros, como si fuera semana santa...
Roma es una ciudad difícil de ordenar. Todo en ella gira, se retuerce, se tira por los suelos, se eleva, se excava y se descubre, se esconde. Como la mole del coliseo, como la capa abandonada que parece formar el teatro Marcello.
Luego, en la isla Tiberina, miras a un lado y al otro. Pasa alguna moto y alguien te dice algo, algo obsceno, y todo gira... y de noche de nuevo las terrazas... y todo el mundo parece estar estudiando algo, y la gente guapa desaparece tras las ventanas de los palacios y todo gira... y vuelven los pájaros, y los versos de Goethe o de Keats, y la muerte en verano.... y las cuestas inclinadas... y el calor de la vida y la resurrección. Es verano, siempre verano.

viernes, marzo 13, 2009

Fatiga geológica

"De pronto, desde una elevación, vio el lugar debajo. Había un pequeño lago, en realidad un estanque: uno de esos estanques redondos cuyas aguas color té y los bosquecillos de pinos originan en uno cierta impresión de cansancio geológico".

John Cheever, Una norteamericana culta

jueves, marzo 12, 2009

Ratonera

- Es como cuando a un ratón lo pones a hacer el mismo circuito una y otra vez. Al final, autogenera estrés... Pues eso.

sábado, marzo 07, 2009

Recuerdos de Roma (II): una casa para cada santo

"Every day is like Sunday"
Morrisey

En Roma está la iglesia más famosa y más grande del mundo, San Pedro, pero hay otras muchas cuyo enorme encanto hace que nos olvidemos pronto de aquella...
Mi afición por las iglesias viene desde pequeño, de aquellos paseos que daba con mi abuelo Salvador por el centro de Jerez. Era ver una y querer entrar en ella, haciendo siempre la misma pregunta: "abuelo, y ésta ¿cuál es?". A diferencia de los palacios, cuyo nombre evocaba el de sus dueños desde el posesivo (de Domecq, de Riquelme) aquellos edificios respondían directamente a un nombre propio (San Mateo, San Lucas, Santiago), algo absolutamente cautivador. En mi imaginación infantil, las iglesias eran como transmutaciones fantásticas de sus propias advocaciones, como brujas de cuento convertidas en dragón, como príncipes convertidos en sapo. En las características arquitectónicas de cada iglesia estaba la huella física del santo que les daba nombre y aquello había que estudiarlo, observarlo, aprenderlo de inmediato. Las iglesias tenían para mí el misterio que para otros niños tienen los dinosaurios.
Viniendo de una familia tan alejada de la religión como la mía, no deja de ser curiosa mi fascinación por las iglesias. Para mí una iglesia, que siempre debe ser antigua y silenciosa (no las soporto cuando están de oficios, ni cuando son nuevas), es el ejemplo vivo de lo inútil y trascendente, un intersticio perfecto para la ensoñación y el recuerdo. Me gustan por fuera y por dentro y hasta tal punto necesito sentirlas cerca que una de las cosas que más echo de menos en Madrid es no tener alguna en el vecindario. Las iglesias, su antigüedad, su historia, me hacen conectarme con un no-sé-qué muy mío, una especie de inclinación hacia la reverencia o la veneración, y hacia la ruina, o hacia eso que Djuna Barnes, refiriéndose al barón Felix, denomina "la sombra de uno mismo", que no es otra cosa que "su asombro postrado".
Las iglesias de París asombran por sus campanarios (oh campanas de París, que me aceleran los pulsos y el rumbo cual Cenicienta). Las de Roma, por sus fachadas. Fachadas teatrales, tentadoras como tartas de cumpleaños. Como la del Gesu, sede de los jesuitas, o la de Sant'Andrea al Quirinale, o la de San Carlo alle Quattro Fontane, de Borromini, o la cóncava de Santa Maria della Pace... Luego están aquellas que han ganado espacio a la ciudad, como si inseguras de su belleza hubiesen necesitado de un corrillo que las preceda y anuncie: Santa Maria sopra Minerva (en cuya plaza hay un hermoso obelisco sostenido sobre el lomo de un elefante) o Santa Maria del Popolo (con famosas obras de Caravaggio, Bernini, Carracci y Rafael) o Santa Maria en Aracoeli, con su gran escalinata de más de cien peldaños.
Entre las que guardan hermosos tesoros y a las que merece la pena desplazarse, aunque queden fuera de la ruta turística: Santa Maria della Vittoria, con el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini, San Pietro in Vincoli, con el Moisés de Miguel Ángel, o San Pietro in Montorio, donde los Reyes Católicos encargaron construir a Bramante, sobre el lugar donde se creía que había sufrido martirio San Pedro, su famoso tempietto, para conmemorar la toma de Granada.
En Roma, cabeza de la Iglesia de Cristo, y ciudad de peregrinos, no podían faltar las iglesias mandadas a construir por estados y comunidades para acojer a sus compatriotas y conciudadanos: así Santa Maria in Monserrato degli Spagnoli, cuya advocación nos recuerda que antes de Felipe V la patrona de España no era la virgen del Pilar sino la de Monserrat, o Santo Stefano Rotondo, de los húngaros, o San Giovanni Battista dei Fiorentini, o San Atanasio dei Greci. Y por supuesto, San Luigi dei Francesi, en cuya capilla Contarelli están dos de las mejores pinturas del Caravaggio: La vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo. Y las iglesias medievales, como Santa María in Cosmedin (con su torreón románico y su Boca della Verità), o Santa Maria in Trastevere (con sus mosaicos del siglo XIII). Y las que los cristianos reciclaron, en nombre de dios, a partir de edificios destinados en la antigüedad a otras funciones, como la Curia Julia, hoy Sant'Adriano, donde se reunía el senado romano. O el Panteón de Agripa, Santa María de los Mártires en su nomenclatua cristiana, uno de los vestigios mejor conservados de la antigüedad clásica, con su óculo en la cúpula, por donde entra la tromba de luz más sólida y divina de la tierra... y también la lluvia...
Desde el punto de vista de la especulación inmobiliaria, de lo productivo y beneficioso, Roma, escombrera de lujo de la historia, se me antoja como un gran queso gruyère sembrado de huecos. Huecos entre los que caben su multitud de iglesias, inútiles y bellas.
Quizás sea ése el sentido último de lo sagrado.

martes, marzo 03, 2009

Lares Domestici

Complacencia de las cosas del hogar.
Lo piensas mientras le robas un cigarrillo a tu trabajo, fumándotelo bajo el dintel que separa el salón de la cocina.
En el escurridor del fregadero, brilla el amarillo de una taza de desayuno. La luz artificial de la campana se reverbera sobre el negro bruñido de la vitrocerámica.
Todo parece estar en su sitio.
En el equipo, Un barque sur l'ocean de Ravel.
La tormenta parece haber amainado...

domingo, marzo 01, 2009

Recuerdos de Roma (I): via Giulia

"¡Tantas Romas, en realidad!
Tiempo para recordar, cuando el tiempo mismo ya esté muerto".

Terenci Moix, Crónicas italianas

Descubrí via Giulia en mi primer viaje a Roma. Posiblemente viniese caminando de la turba y el revuelo de Campo dei Fiori (lugar en el que la inquisición quemó a Giordano Bruno y cuyo fantasma encapuchado parece haber hecho todo tipo de alquimia hasta transmutar la zona en un alegre mercado diurno y animado punto de encuentro nocturno). O de observar admirado el famoso trampantojo de Borromini en uno de los patios de la Galleria Spada.
Me encontré con su arranque de golpe, tras recorrer algunas callejuelas ensombrecidas que desembocaban en uno de los puentes que cruzan el Tíber, el ponte Sisto. La experiencia de descubrir via Giulia, estando solo bajo el sol de mayo y con la única compañía de una arrugada guía de viajes en la mano derecha, fue parecida a experimentar un milagro. Aquella calle, larga y recta, flanqueada por edificios renacentistas y barrocos, estaba casi vacía, sin apenas turistas y, a pesar de no ser peatonal, apenas pasaban coches...
Via Giulia debe su nombre al papa Julio II, que la mandó construir a principios del siglo XVI como parte de su proyecto urbanístico de convertir Roma en una ciudad moderna. Lo moderno era entonces volver a la época clásica, con sus perspectivas teatrales y sus despejados y geométricos trazados. De ahí que via Giulia sea, quizás, el primer intento, desde la antigüedad, de renovación urbanística, de ensanche. En su origen, comunicaba el centro de Roma con San Pedro, algo que agradecerían enormemente las hordas de peregrinos que llegaban exhaustos de todos los rincones del orbe cristiano, acostumbrados como estaban a perderse en el laberinto de callejones de la ciudad medieval. Claro que el objetivo primordial de abrir esta arteria de casi un kilómetro de largo, que discurre en transversal a una de las ceñidas curvas del río, no era otro que concentrar en un solo espacio las principales instituciones económicas y gubermentales de la ciudad, así como facilitar el transporte seguro de mercancías procedentes del puerto fluvial de la Ripa Grande (en el Trastevere, hoy desaparecido) hasta el corazón financiero y comercial de la ciudad o el Vaticano.
En esta calle proyectó Bramante el que sería el proyecto estrella de Julio II, el Palazzo dei Tribunali, abandonado tras la muerte del papa y del que hoy sólo quedan algunos bloques de travertino. Porque el éxito de via Giulia fue relativamente fugaz. Si bien durante el papado de Julio II algunas de las familias más acaudaladas y poderosas de Roma compraron terrenos en la nueva calle de moda, convirtiéndola en objetivo de codiciosos y especuladores, tras la muerte del papa y el abandono de algunos de sus proyectos, como el mencionado palacio de justicia, la calle perdió parte de su atractivo y familias tan poderosas como los Spada y los Farnese construyeron las fachadas principales de sus nuevos palacios de espaldas a via Giulia. Uno de los encantos actuales de la calle es precisamente éste, observar los traseros ajardinados de los grandes palacios. De uno de ellos, del Farnese (actual embajada de Francia), sale el puente, también inacabado, con el que Miguel Ángel pretendía unir la sede romana de los Farnesio con villa Farnesina, residencia de recreo de la misma familia situada en la otra orilla del río, en el Trastevere (expresión latina que significa "detrás del Tíber"). Hoy está cubierto por una gran cortina de yedra...
En poco tiempo, via Giulia se convirtió en zona de burgueses y confraternidades mercantiles, que rompieron las imponentes líneas de los palazzi construyendo casonas más modestas, encantadoras para nuestros ojos de ahora, en su mayoría con pequeños jardines privados, y algunas de ellas con salida al Tíber. También se convirtió en el foco de la comunidad florentina en Roma, algo de lo que deja constancia la hermosa fachada barroca de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini, al final de la calle, no muy lejos del Castel Sant'Angelo.
Hacerse via Giulia de cabo a rabo, un día soleado, sentándose de cuando en cuando en las escalinatas de alguna de sus iglesias, degustando la sospechada quietud que emana de las altas tapias de sus jardines traseros, sintiendo el río no muy lejos, observando cómo algún pájaro se posa cantarín en el poyete de algún balcón renacentista, es una de las experiencias más hermosas que uno puede tener en la tierra.

sábado, febrero 28, 2009

Berlín

"Francisco Ayala recordaba el asombro de llegar una noche de finales de los años veinte a la estación central de Berlín y ver a la salida cientos de mujeres muy pintadas ofreciéndose obscenamente a los que pasaban y descubrir ya más de cerca que todas eran hombres".

Antonio Muñoz Molina, Luces de Weimar, artículo publicado hoy en Babelia

miércoles, febrero 25, 2009

La salamandra

"En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria".

Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica

martes, febrero 24, 2009

El zoológico de nuestros mostruos

Estoy leyendo un libro encantador: Manual de zoología fantástica, de Jorge Luis Borges. Me lo recomendó uno de los chicos de la también fantástica Librería del Centro, en Madrid. Es un librito pequeño y manejable, de cabida fácil en cualquier bolso o bolsillo, ideal para leer en el metro o en el avión. De escritura sencilla y carácter erudito, recopila por orden alfabético todos aquellos animales inexistentes en los que la humanidad, valiéndose de la imaginación, ha proyectado sus miedos y ansiedades, su siempre insatisfecha sed de conocimiento, su necesidad secular de investirse de una narrativa. Seres de las mitologías grecolatinas, como las arpías, los centauros, la esfinge o el ave fénix, inspirados a su vez en otras mitologías ancestrales, como la babilónica o la egipcia, o las de los primeros pobladores del Mediterráneo. Animales que la mística cristiana hizo propios, por su enorme analogía con la travesía de Cristo por la tierra, como el pelícano (no el común, sino el fantástico), que hallando a sus hijos muertos en el nido por la serpiente, se desgarra el pecho para devolverles la vida con su sangre. Animales de la fauna fantástica china, como el dragón, la liebre lunar o el ciervo celestial, que vive bajo la tierra y maldita la hora en que se le aparezca a algún minero. Animales colosales, como Behemoth, referidos por Job en la Biblia, o Bahamut, de la tradición arábiga, cuya función era servir de apoyo a la tierra. Aparecen también el unicornio y la mandrágora (que grita como un humano al ser arrancada), tan codiciados durante la Edad Media. Entes de la tradición talmúdica, como el Gólem de Praga, precursor del Frankenstein de Mary Shelley. Animales soñados por Edgar Allan Poe o por C. S. Lewis. O recogidos por Kafka de la literatura popular centroeuropea, como el odradeck, que es una especie de huso de hilo con forma de estrella y capacidad limitada para hablar (como algunos juguetes) o reirse (pero "una risa sin pulmones"), y que "suena como un susurro de hojas secas". Y otros animalitos más modernos, como el Hidebehind de los hacheros de Wiscosin y Minnesota, que siempre están detrás de algo y por más vueltas que dé un hombre para verlo, jamás podrá conseguirlo porque siempre lo tendrá detrás...
Un libro evocador de otros libros evocadores, como El libro de las maravillas, de Marco Polo, o Las mil y una noches, o La divina comedia, o la Teogonía de Hesíodo, o el Orlando Fusioso de Ariosto, o Las metamorfósis de Ovidio, o todos los libros del Antiguo Testamento, o Las analectas, de Confucio o tantos otros, raros y enciclopédicos, de la tradición germánica o anglosajona, tan estudiadas y conocidas por Borges.
Seres antropomórficos o hechos de retales de varios animales, como las hidras; seres enormemente terroríficos, como los tritones, que emergían con sus potentes músculos de mitad del negro y revuelto océano, haciendo naufragar a las embarcaciones. Bestias de una época en que los animales eran temidos y, por ello, venerados. Que hablan de la convivencia del ser humano con la bestialidad, de la extrañeza del mundo, de nuestra capacidad para elaborar narraciones, de lo mostruoso que hay en nosotros mismos. Un libro bellísimo de Jorge Luis Borges.

P.D. Jorge Luis Borges, un nombre prodigioso fonéticamente, en el que el castellano se vuelve difícil y único. Resemblanza de los Borgia, o del incendio del Borgo que Rafael pintase en las estancias que llevan su nombre en el Vaticano.