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En fuga continua de mi propia prisión.

jueves, noviembre 19, 2009

A Day in Life (un estudio de luz)

Cuando llegó a la estación apenas eran las once de la mañana. El cielo estaba encapotado y algunas gotas de lluvia, gruesas, salpicaban las estrechas callejas del centro. No conseguía ver el mar, pero su presencia, tan próxima, se reverberaba en el cielo, que tenía el desorden y la densidad de un conjunto de materiales de derribo. Durante el trayecto en tren había estado leyendo sobre el desarrollo histórico del concepto de intimidad en Europa; el autor se deleitaba en la descripción de un fantástico interior holandés de De Witte, del siglo XVII, y como la ilustración quedaba al principio del capítulo había tenido que interrumpir en numerosas ocasiones la lectura y volver algunas páginas atrás para confrontar la descripción con su referente...
Aunque se dirigía a un sitio en concreto, el hecho de no conocer excesivamente bien la ciudad daba a su caminar (la vista posada a ratos sobre los balcones) un despreocupado ritmo de paseo. No llevaba paraguas ni capucha; sin embargo, el goteo de la lluvia no era molesto: alguien había colocado la pesa del metrónomo lo más alejada posible de su base. Su destino natural, más que una mañana de gestiones en interiores con teléfonos móviles, persinas verticales unidas por cadenitas de pequeñas cuentas metálicas, y corbatas, parecía ser una clase de piano en una casa con olor a apio y muebles rechinantes vestidos de croché. Se cruzó con muchos hombres de mediana edad, con gafas de culo de botella. Aquello le llamó la atención. La luz iba disminuyendo por segundos... cuando llegó a una calle más principal, la hora del día parecía haber cambiado con brusquedad: una luz amarillenta y escasa manchaba las fachadas de los edificios, los escaparates de los comercios, los portones de las casas. Todo parecía estar más junto. El cielo tronó y la lluvia comenzó a arreciar. La gente corría de un sitio a otro, exclamaba en voz alta, parecía perdida de repente. Se metió en un bar-cafetería, aunque no pasó de la entrada. Era el típico local con gente apostada en la barra y veladores con sillas de estilo vienés.... Había un delicioso olor a café allí dentro. La tromba de agua chocaba ruidosa sobre el toldo de la pequeña terraza que estaba ante él y caía desflecada sobre las mesas de metal vacías... a su lado había un chico con rastas, muy guapo, que mientras se ajustaba los aurículares del iPod sostenía un libro indescifrable a la altura de los ojos. Su pose resultaba totalmente forzada, pero él parecía sentirse cómodo...
Observó al chico con un suspiro soñador y miró la calle vacía y anegada. Estaba "solo" pero todo aquello tenía un aire de renovada intimidad que resultaba verdaderamente extraordinario.