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En fuga continua de mi propia prisión.

viernes, diciembre 25, 2009

Un lapsus de navidad

Observando estas fiestas desde la calle húmeda mientras voy de una casa a otra, reflexionando a propósito de algunas fotos ajenas sobre la paternidad, la herencia y la cultura heterosexual, escuchando música antigua hecha ex profeso para el día de navidad, fisgoneando la miserable vida de los otros (que es la mía también)... uno se siente profundamente tranquilo al pensar que uno se irá con todo, que tras uno se sellará el mundo conocido, dejando atrás ese algo calamitoso que es común a toda la humanidad.

martes, diciembre 15, 2009

Otra memoria sucia

Ahora que se había ido el desconocido, aquella habitación de pensión barata parecía aún más sórdida: la cama estaba desecha, las sábanas revueltas y sobre la moqueta estaban desperdigados sus calcetines, sus zapatos, sus tejanos arrugados y su jersey de cuello vuelto. Excepto el abrigo y el juego de bufanda, gorro y guantes, todo lo demás estaba tirado por los suelos. Aquello parecía obra de Pulgarcito. El extraño olor de un encuentro entre desconocidos se había sumado a la humedad de aquel día de lluvia y a los olores propios de una habitación tan maltratada como aquella... era un olor que sacaba los colores a cualquiera. Un olor que jamás te gustaría que oliese una persona querida. Un olor privado e íntimo. Como los que emana un enfermo antes de darse una ducha. Cuando encendió la luz del baño, ésta parpadeó durante un rato antes de iluminar el espejo desconchado que había sobre un lavabo macizo. Abrió uno de los paquetitos de jabón y se lavó las manos y la cara. Estuvo un rato observando frente al espejo su cara mojada, y cómo le caían las gotas sobre el pecho. La calefacción estaba al máximo. Una vez vestido, se acercó a la ventana y levantó la hoja en forma de guillotina. En realidad esto sólo lo hizo mentalmente. Estuvo un rato sobre la cama sentado, a oscuras. No podía moverse.
Cuando pasó por la recepción observó a una pareja apostada sobre el mostrador. La mujer, una falsa rubia de mediana edad, se reía a carcajadas mientras apagaba de forma enormemente teatral un cigarrillo sobre la papelera-cenicero que había junto a ella. El recepcionista no estaba.
Cuando salió a la calle el frío húmedo de la tarde le cortó la garganta. No sabía hacia dónde dirigirse... por suerte las tiendas estaban aún abiertas y mucha gente salía y entraba en ellas con bolsas en las manos cargadas de regalos. Unos coros infantiles cantaban villancicos desde altavoces estratégicamente escondidos entre los árboles. Pasó delante del escaparate de una librería. Uno de los títulos destacados era aquella novelita de Jean Rhys: "Después de dejar el Sr. Mackenzie". Recordó que en aquel libro la protagonista siempre estaba pidiendo dinero prestado y que la mayoría de sus escenas transcurrían a aquella hora de la tarde.

Ma mémoire sale

Lave
Ma mémoire sale dans ce fleuve de boue,
Du bout de ta langue nettoie moi partout,
Et ne laisse pas la moindre trace
De tout
Ce qui me lie et qui me lasse
Hélas!

Chasse,
Traque la en moi, ce n'est qu'en moi qu'elle vit,
Et lorsque tu la tiendras au bout de ton fusil,
N'écoute pas si elle t'implore,
Tu sais
Qu'elle doit mourir d'une deuxième mort
Alors,
Tue la... encore.

Pleure!
Je l'ai fait avant toi et ça ne sert à rien,
A quoi bon les sanglots inonder les coussins?
J'ai essayé, j'ai essayé
Mais j'ai
Le coeur sec et les yeux gonflés
Mais j'ai
Le coeur sec et les yeux gonflés

Alors brûle!
Brûle quand tu t'enlises dans mon grand lit de glace
Mon lit comme une banquise qui fond quand tu m'enlaces
Plus rien n'est triste
Plus rien n'est grave
Si j'ai...
Ton corps comme un torrent de lave
Ma mémoire sale dans son fleuve de boue
Lave!

Lave!
Ma mémoire sale dans ce fleuve de boue
Lave!

Ma mémoire sale, Les chansons d'amour

jueves, diciembre 10, 2009

Final para una novelita deliciosa y efímera como un jarrón con tres flores de lis

"Añadió:
-¿Bajo qué uniforme ocultaré un corazón tan grande como el mío? Siempre se notará.
Jacques sentía que volvía a ser sombra. Sabía que para vivir en la Tierra es preciso seguir las modas y el corazón ya no se estila".

Jean Cocteau, La gran separación

martes, diciembre 01, 2009

Un poema de dios deseante y deseado

A P., por sus enseñanzas en lengua muerta.

Si te levantas de la siesta como expulsado de una densa nube de polvo,
si hay un aire de rémora a tu alrededor (y tras la ventana),
que todo lo embarga y desordena;
si la identidad de las cosas está perfectamente partida
como el embozo de una cama de hotel,
y todo tiene el aspecto de un ennegrecido cuadro mitológico marino
(de alguna escuela de tercera o cuarta fila),
si intuyes que los bellos compases del rondó
se tocaron minutos antes en una habitación contigua a ésta,
quizás haya llegado el momento de hacer una profunda reverencia
a ese dios descarnado de lo desconocido
que te ha abierto la verja herrumbrosa de su jardín secreto.
El otro día te habló con los ojos inyectados de vida concentrada,
con toda su antigüedad y apenas treinta años,
en un formato ahorro como de lengua muerta,
y una cortina de opacidad lluviosa al fondo.
Tú no entendiste nada...
aunque quedaste harto tocado, profundamente emocionado, despierto para siempre.
Ese dios te ha hecho una revelación afortunada
que todavía no puedes apreciar.
Crees que ha venido a contarte una historia de corazones y cartas bajo tierra,
a anunciarte la próxima llegada de ese ángel de plumas empalagosas
con los pies tiznados de hollín...
pero estás equivocado.
Ese dios está en tí,
en la distancia prudente que guardas al acercarte a los espejos,
al asomarte a los acantilados de las estampas de Friedrich.
En el tormento leve que te devuelven las fotografías,
agazapado entre tus manos y los que siguen siendo tus dedos,
y la tapa del librito azul que descansa en tu mesilla.
Allí está con su cara de dios satírico pero hermoso,
descubriendo que el tiempo se cuelga pero pasa,
advirtiéndote, con su inflexión tonante,
de ese miedo ancestral a dormir en alcobas con dos camas gemelas
y deshacer sólo una.