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En fuga continua de mi propia prisión.

sábado, octubre 28, 2006

Diez días de lluvia

Lo mejor de los días de lluvia es que el polvo no se acumula sobre mis muebles...
Eso y la sensación de formar parte activa de esta gran enfermedad que es la vida.

lunes, octubre 16, 2006

Edad de hombre (II)

"Volví en 1933, habiendo matado por lo menos un mito: el del viaje como medio de evasión. Desde entonces no me he sometido a tratamiento psicológico más que dos veces, y una por un breve lapso de tiempo. Lo que aprendí sobre todo fue que, por muy heteróclitas que sean las manifestaciones superficiales, uno termina por permanecer siempre idéntico a sí mismo, que hay una unidad en la vida y que todo se reduce, pase lo que pase, a una pequeña constelación de cosas que tenemos tendencia a reproducir, bajo diferentes formas, un ilimitado número de veces. Parece que estoy mejor y que ya no me obsesiona lo "trágico" ni la idea de que no puedo hacer nada sin enrojecer. Doy a mis actos y a mis gustos su justo valor, apenas me entrego ya a aquellas burlescas calaveradas, aunque todo sucece como si las construcciones falaces sobre las que vivía hubiesen sido minadas desde la base sin tener nada para reemplazarlas. El resultado es, sin duda, que actúo con más sagacidad, pero que el vacío en el que me muevo es también más acentuado. Con una amargura que antes no sospechaba llego a darme cuenta de que, para salvarme, bastaría con un pequeño fervor, pero que a este mundo le falta, decididamente, algo POR LO QUE SERÍA CAPAZ DE MORIR".

Michel Leiris, Edad de hombre

Edad de hombre (I)

"Desde siempre me ha gustado la pureza, lo folclórico, lo que es infantil, primitivo, inocente. Cuando estoy en lo que los rigoristas llaman bien, aspiro al mal, porque me es necesario para distraerme; cuando estoy en lo que suele llamarse mal, advierto en mí una confusa nostalgia, como si lo que el común de las gentes entiende por bien fuera realmente una especie de seno materno en el que se pudiera beber una leche capaz de refrescarme. Toda mi vida está hecha de esos titubeos: cuando estoy tranquilo me aburro a muerte y deseo cualquier molestia, aunque cuando aparece en mi existencia un elemento real de trastorno, por pequeño que sea, pierdo pie, vacilo, huyo y la mayor parte de las veces recuncio. Soy incapaz, en todo caso, de actuar sin reticencias y sin remordimientos, no me entrego jamás sin una segunda intención de arrepentirme y, si permanezco replegado en mí mismo, no es nunca sin añorar un abandono del que experimento un vivo anhelo. Ahora que soy adulto siento un constante deseo de amistad ideal y amor platónico, junto a lo que algunos consideran como caídas sin grandeza en la bajeza y el vicio".

Michel Leiris, Edad de hombre