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En fuga continua de mi propia prisión.

jueves, diciembre 27, 2012

Enajénate

No tenemos que preocuparnos
La vida sopla donde quiere
Más veloz que una bala
Procedente de una pistola vacía

Da una voltereta
Suelto que podríamos gastar
Rallando diamantes
Pásate de la raya, enajénate

La gente que empuja cada vez más fuerte
Contra sí misma
Afilan sus puñales
Más de lo que asoma en sus caras

Cariño, ahora te toca a ti
Suelto que podríamos gastar
Allá donde vayamos
Pásate de la raya, colócate
Pásate de la raya, enajénate

Traducción libre de Round The Bend, de Beck

miércoles, diciembre 12, 2012

Vinagre

1. Hoy, al ir a coger el aceite de la alacena, he visto la botellita de vinagre de Jerez que me compraron mis padres en el Bon Marché, nada más llegar. Quedaba para unas cuantas ensaladas; por mucho que lo utilice en los próximos días, el vinagre permanecerá y yo me iré. Se me ha caído el alma a los pies... Como en la novela de Balzac, ¡cuántas ilusiones perdidas!

2. Antes las ciudades me recordaban a París. Era fácil, teniendo en cuenta que fue el modelo en el que se reflejó todo el urbanismo decimonónico. Siempre había un palacete, una avenida, una farola... Ahora, una urbanística del corazón, del recuerdo, hace que cuando pasee por París, por el París más recóndito, vea trozos de otras ciudades en las que viví...

3. Pensaba en la Viena de Von Hofmannsthal, una ciudad que ya no existe. Quizás ni siquiera existió en la época del Imperio. Las ciudades de la literatura son magníficas, llenas de personajes bigger than life. Las ciudades reales, sin embargo, están llenas de débiles resentidos, como diría Nietzsche, de personajes tristes, desesperados, desarraigados, absurdos, insanos, tenebrosos, ridículos y profundamente vulgares. Sobre todo, profundamente vulgares.

4. París y yo no deberíamos nunca haber convivido. La convivencia no está hecha para los amores planónicos e irreales.

5. Decía San Juan de la Cruz, que "para venir a lo que no gustas,/has de ir por donde no gustas".

6. A pesar de cierta tendencia a la melancolía y al pesimismo soy una persona alegre. Me gusta la literatura triste, pero la gente alegre, con un punto de locura siempre sana. ¿Es esto una impostura o una simple manía, un tic? Lo cierto es que me gustan la alegría y el lamento. Soy andaloser, qué le voy a hacer. Un pueblo nietzschiano, un überpueblo, fatalista y alegre... Debo tratar, en lo sucesivo, de escribir con más alegría. Divertir haciendo reir.

lunes, diciembre 03, 2012

Autoscopia

A veces, mientras me dirijo al parque o al Pavillon du Lac, a media tarde, entre semana, miro a través de los árboles pelados y te observo más allá de la ventana de casa: una figura encorvada, de cara a la pared, frente al ordenador, perdiendo el tiempo o ganándoselo a cualquier precio. Al verte así, resignado, una enorme congoja hace que enrosque los pies a las patas de la silla del café, o que acelere el paso hacia el agua marrón del estanque, porque eres otra ilusión más desperdiciada, un engranaje oxidado, un condenado, una flor del mal mustia olvidada entre las páginas de un libro de allá por los noventa, no obstante amarillento como una primera edición de Baudelaire.

Los acostados

Ocupar una cama y atrincherarse en su horizontalidad es el acto más revolucionario que existe.
No es cambiar el mundo, no. Es negarlo, directamente.

jueves, octubre 25, 2012

Sprezzatura

A mediodía, entre las doce y la una, era corriente encontrarla en la Wallace Collection, Manchester Square, Marylebone, Londres. A veces entraba con los restos de su lunch bag en ristre, una manzana que estaba demasiada pasada mordida o el estuche de plástico con fuerte olor a mostaza de una ensalada. Subía la escalera, atravesaba el comedor, lleno de pintura rococó francesa, y se dirigía, en un estado de inminencia parecido al que antecede a un juego en el que asumimos cierto riesgo, a la galería del siglo XVI, donde estaba el retrato en cuestión, frente al que tomaba asiento en una de las banquetas, de manera ordenada y elegante, como disimulando su prisa, su enajenación. Justo detrás de ella, sobre las vitrinas donde se exponían piezas de vajilla, porcelana y cristal, colgaban algunas obras destacables de la escuela veneciana, así como alguna obra religiosa de Cima de Conegliano y Bernardino Luini. A esa hora del otoño londinense, la luz que entraba por los cuarterones inferiores de los ventanales, apenas tapados por las cortinas, una luz que incluso en los días en que no había bruma o llovía, parecía formar parte - de tan debilitada - de un último suspiro, se confundía con la luz artificial de las lámparas de araña estilo Imperio, de modo que resultaba fácil pensar que ya era tarde, que había casi transcurrido otro día. Los visitantes eran escasos y en su mayoría solitarios; a lo sumo, alguna pareja en la que uno asumía el rol explicativo y el otro se dedicaba a prestar oídos y a asentir. A veces se oía la tos del vigilante, poco más o menos que escondido tras un aparador, o la sonería de algún reloj de la sala contigua.

El retrato en cuestión era el de Lord Herbert de Cherbury, de Isaac Oliver, pintor y miniaturista de origen francés nacido en la década de 1560, cuya familia, de religión protestante, se había instalado definitivamente en Inglaterra huyendo del clima inhóspito en que se hallaba Francia tras el estallido de las guerras de religión. La pintura, no exenta de la rigidez y de la perspectiva algo torpe que caracteriza al último período jacobino, resultaba sin embargo enormemente llamativa y, por su excesivo colorido y su temática, derivada de los estudios que, tan en boga en aquella época, relacionaban la bilis negra o melancolía con el genio artístico, entraba de lleno en eso que se ha dado en llamar "romanticismo isabelino": en mitad de una hermosa floresta, de un verde intenso y casi de mentira, ligeramente interrumpido por algunas hojas agostadas de los árboles más cercanos al espectador, bajo un cielo de finales de verano, nos encontramos en primer término con Lord Herbert, yaciendo de frente en toda la longitud del cuadro, ante un arroyo que, en el imperativo de su discurrir rumoreante, semeja desprenderse del listón de abajo del marco. Al fondo a la derecha, en un claro del bosque, vemos al paje del noble, que parece haber colgado la armadura de su señor sobre unas ramas, y que todavía porta en la mano el casco empenachado de un rojo intenso. A su lado descansa un caballo blanco, deliciosamente enjalbegado de azul, justo detrás del que se adivina otro marrón. Lord Herbert apoya su cabeza, a la altura de la sien, sobre una mano y hace descansar la otra, de un blanco níveo y bellamente modelada por el pintor, sobre su jubón. El elaborado encaje de los puños y el cuello desvelan una cierta vanidad. A pesar de que el brazo que se extiende a lo largo del cuerpo lleva sujetos el escudo y la espada, a pesar de las botas de montar, con espuelas, a pesar también de su mirada directa e intensa, que parece no cavilar en una ensoñación bajo el signo de Saturno, a pesar de todo ello, la pose del caballero, de una sprezzatura propia de los de su clase pero relajada (desabrochada, dijéramos), y todo ese tiempo de reposo generalizado que transcurre en un segundo plano, nos invitan a pensar en un carácter más bien melancólico, ajeno a este mundo, afín a la poesía...

Eso pensaba también ella, mientras observaba cada detalle del cuadro, sentada frente a aquel frontispicio de otra realidad, tan cercana y a la vez tan lejana, antigua y muda. En la cara del caballero, que con su barba y su bigote ralos, intensamente negros, y con su tímida e inteligente sonrisa, irradiaba una feminidad perdida aunque estructural (parecida a la de algunos transexuales masculinos), creía ver ese exceso de amor por uno mismo con el que algunos seres excepcionales compensan lo poco que les pueden dar los demás, porque de lo contrario se volverían locos. También le recordaba a un compañero de oficina, galés como el retratado, del que había creído estar enamorada a principios de ese otoño, por aquello de sobrellevar mejor el día a día en la agencia de alquiler de locales para grandes eventos donde trabajaba, por aquello de recibir una carta manuscrita (redactada por ella misma) entre tanta factura y correspondencia del banco; por aquello de no volverse loca, en definitiva. Con él había terminado un par de veces en algún afterwork cercano a Regent's Park al acabar la jornada, como a dos palmos del suelo, deslizándose por un idioma que no era el suyo como quien lleva zapatos inadecuados para la lluvia y teme resbalarse, con las agujetas del que aprieta durante un buen rato el vientre para no dejar que la barriga se descarríe en su obscena curvatura, agarrada al brillo de unos ojos ajenos entre el olor agrio de la cerveza.

Un día entró en el museo un grupo de escolares, pequeños, de entre cuatro y seis años, acompañados de sus tutores y valedores, armando gran trapatiesta. El tumulto de sus voces extranjeras, de tono menor y atiplado, primerizas, le produjo una fuerte conmoción; se sujetó a la banqueta como si estuviese en mitad de un temporal en alta mar, clavando su mirada a la del caballero. Era como si en aquellas voces infantiles no encontrase asidero con el que aferrarse a la realidad, como si aquel sonido, otras veces perfectamente reconocible, perfectamente familiar, perfectamente sentimental, le remitiese ahora a un lugar que jamás hubiese pisado - una laguna atroz, un vacío descomunal. Cuando al cabo de no se sabe cuánto tiempo, los niños abandonaron la sala y su alboroto dejó paso en escala al graznido de las aves que, tras los cristales, revoloteaban entre los árboles de la plaza, se levantó, atravesó el comedor, bajó veloz la escalera principal y casi saltó al exterior mientras se abrochaba con firmeza el cinturón de la gabardina. Luego, ya no volvió ahí nunca más.

lunes, octubre 15, 2012

Colillas

- ¿No es extraño?
- ¿Qué? - le espetó.
- Que haya perdido la alegría. Ha bastado un día para que la pierda.
- Pero si saliste ayer entusiasmado del cine; fue como si te hubieses dado un revolcón por la playa y te hubieses embadurnado de arena y de agua...
- Sí, pero al volver a casa...
- ¿Qué pasó?
- No sé, un desconocido se dirigió a mí. No había un alma en la calle. Era noche cerrada y parecía que fuésemos los dos últimos seres con conciencia sobre la faz de la tierra. El desconocido me dijo algo que yo no entendí. Una desconfianza extraordinaria se apoderó de mí y apreté el paso hacia la cancela del parque que se erguía misterioso al final de la calle. El parque desprendía una mudez ensordecedora y negra, y las raíces de los árboles cercanos a la verja deformaban levemente la acera, que parecía un cuerpo blando atravesado por una arteria palpitante. Cuando llegué a casa el aire frío se había instalado de tal forma en mi garganta que me hice una manzanilla. Quería deshacerme de ese cuchillo frío y afilado. Sostuve la taza entre las manos y me fui a la cama con ella. La luz de la mesilla desprendía un tipo de luz semejante a la de una chimenea. Tenía muchos libros empezados junto a mí, pero no sé por qué, me puse a leer ese maldito y soberbio libro, Los anillos de Saturno.
- Es un libro ciertamente inquietante... aunque brilla entre sus contemporáneos como Sirio en el cielo nocturno.
- Pues a mí me apagó la alegría. Hoy me levanté con una enorme sensación de cansancio, como si llevase siglos viviendo y todo fuese una condena.
- No le des importancia. Cuesta hacerse al invierno; es eso, simplemente.
- Desperté y me sentía magullado y aturdido. Como si una ola me hubiese arrastrado por la orilla del mar; desconcertadamente ridículo, como después de una caída. Los movimientos económicos y automáticos con que ejecuto el ritual del desayuno eran torpes y me sentía como en una casa nueva, como si estuviera de visita quizás. La alegría es como "un copo de hollín etéreo que se desprende de una chimenea", por citar al escritor del que hablamos...

Su interlocutor no dijo nada. Se limitó a mirar al suelo con un indisimulado histrionismo, para luego arrojarle de golpe toda aquella fingida histeria sobre los ojos. Entonces él apartó la mirada y observó que aquí y allá, entre el adoquinado mojado por los restos de lluvia, ahora reluciente por un sol aún tímido, colillas de diferentes marcas, aspecto y color, yacían deformadas como víctimas de un combate feroz.

miércoles, mayo 09, 2012

Contra Jaime Gil de Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

¡Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, 1968

martes, mayo 01, 2012

Astrum Rex

El sol, esa estrella que rige nuestra existencia (y la mía muy en particular, como Leo), esa presencia diurna a la que apenas podemos mirar, es mi más perfecto ansiolítico. Cuando cierro los ojos ante su luz cegadora y noto la carne encendida de mis párpados cerrados, el calor en mi cara, todo yo se paraliza. Mi ser se ensambla a la perfección con el entorno, haciendo desaparecer toda narrativa y, por tanto, toda ansiedad. El sol nos ciega hasta reequilibrar el resto de los sentidos perdidos por la hegemonía de la vista. Presencia, pre-esencia, presente. Origen de todo, sí, aunque lo que hoy es justa medida el devenir convertirá en veneno que acabará abrasando toda la tierra. Así sea.

viernes, abril 20, 2012

Monique

Hoy, al despertar de la siesta quedé envuelto en el sueño que tuve. Era un sueño de futuro, pacífico. Estaba con Silvia, con Dani y con Julia, posiblemente estuvieran mis padres también. Estábamos a la mesa y ese que era yo, al que no le veía la cara (como en la vida misma), ese que era yo por esa cosa íntima con la que establecemos nuestro particular y unívoco vínculo con el mundo, ese que era yo en el sueño estaba contento de volver a ver a Julia y de volver a verlos a todos. Es decir, aquello que ante mí se desarrollaba era un reencuentro. La edad de Julia era indefinible porque, cosas de los sueños, ya hablaba, pero aún sus padres le daban de comer con una especie de cuchara en forma de pipa de fumar. Una alegría insustancial se había colado en aquella habitación en la que estábamos, que más bien parecía (o daba la sensación de) un escenario de teatro iluminado, con el enorme hueco de las tramoyas en vertical y unos límites confusos y sinuosos a nuestro alrededor. ¿De dónde venía yo? ¿de dónde venían ellos? Julia estaba enfrente de mí, sentada sobre el regazo de alguno de sus padres - no recuerdo cuál - y no paraba de decirme cosas. Cuando el sueño estaba a punto de desintegrarse para siempre, recuerdo que apareció el nombre de Monique. La niña lo pronunciaba con vehemencia. Yo le preguntaba encogiéndome de hombros: ¿quién es Monique? Entonces ella me decía, con un gesto de obviedad donde no cabía el perdón por semejante despiste: "Monique, la manzana de la tele".

martes, abril 17, 2012

Il tramonto

En esta deriva de desmemoria, incongruencias y vorágine; en esta mancha de sombras superpuestas; en este abril desangelado que más parece enero; en este ciclo en que, de lo macro a lo micro, del más allá al más acá, todo se torna ruín; en esta mala resaca; en este desamor, esta desafección; en esta desbandada de ángeles; en esta arcadia desolada; en este mar de los sargazos, todo bajíos; en este yo, en este mundo, en este ahora; en esta extraña desvinculación sólo reconstruida a base de espejismos y nocturnos; en estas horas de narcóticos y capitales riesgo; en esta escalada de hostilidades; en este giro leve de cabeza; en esta bajada de párpados de colosal abatimiento; en este piélago de gestos mezquinos que recogen mis ojos cuando van del ombligo que descubre mi pijama - oh, el mío - a la línea turgente del horizonte, de la mañana a la noche, del té al gin-tonic; en esta borrachera de presente sin futuro, prohibido; en este desastre, pequeñoburgués, ridículo, cobarde, un accidente infantil... nada se antoja mejor, nada más necesario, que reducir el mundo a una miniatura, a unos cuantos recuerdos, a dos o tres nombres, preferiblemente difuntos, a unos cuantos países, más míticos que reales, en el arco mediterráneo, el de la naturaleza dominada, para, anatomía de la melancolía, como el título de Robert Burton, con ellos matar el tiempo, o bien despilfarrarlo, apenas producir, sólo autoconsumirse, una y otra vez, como las ondas que hacen desbordar la pila de un surtidor, ligero arrullo, panorama in sfumatto, pleno de los ocres, los rojos terrosos y los dorados cegadores de esos cuadros de finales del quattrocento, primer cinquecento veneciano donde la vista prefiere perderse, orden de los museos, en el segundo plano del paisaje.

miércoles, febrero 01, 2012

Un diálogo de Pynchon

Hay novelas que introducen al lector en una piscina donde no se hace pie. En el caso de La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon, conviene ponerse cómodamente bocarriba y disfrutar de las palmeras, del cielo y del sol de California:
"- ¿Qué hay en la  Biblioteca Vaticana? - preguntó Edipa.
- Una versión pornográfica de La tragedia del correo. Yo no pude verla hasta el sesenta y uno, de lo contrario la habría comentado en una nota a pie de página en mi edición anterior.
- Lo que yo vi en el Teatro del Depósito no era pornográfico.
- ¿El montaje de Randy Driblette? Sí, a mí también me pareció típicamente pacata. - Contempló con ojos tristes el fragmento de cielo que se extendía detrás de Edipa-. Tenía unas ideas morales muy suyas. En el fondo apenas sentía respeto por la literalidad, pero en todo momento reprodujo con una fidelidad sorprendente el aura invisible que envuelve la obra, su espíritu. Si había alguien capaz de evocar al Wharfinger histórico que tanto te interesa, ése era Randy. Nadie, que yo sepa, se acercó tanto al autor, al microcosmos de la obra, tal como obsesionó en vida el intecto de Wharfinger.
- Habla usted en pasado - dijo Edipa con el corazón al galope y acordándose de la anciana con la que había hablado por teléfono.
- ¿No se ha enterado? - Todos se quedaron mirándola. La muerte pasó en vuelo rasante, sin arrojar sombra, por los espacios sin hierba del césped.
- Randy fue a la playa hace un par de noches y echó a andar aguas adentro - le contó la estudiante, cuyos ojos habían estado enrojecidos todo el rato-. Vestido de Gennaro. Ahora está muerto y lo que ves aquí es su velatorio.
- Lo llamé esta misma mañana - dijo Edipa, incapaz de pensar en nada más.
- Fue inmediatamente después de desmontar los decorados de La tragedia del correo - dijo Bortz".

jueves, enero 12, 2012

Leña del árbol caído

Hay un tipo de personaje, muy español, al que llamaré "vicario", cuya condición me produce una tremenda lástima. Lo llamo vicario porque, de alguna forma, "hereda" (siempre tarde, siempre a destiempo) la ropa sucia y gastada de los demás. Y hace creer a los demás que es nueva. Digamos que "revive", de manera desfasada, exagerada, los sentimientos (siempre malos) que otros ya han vivido en primera persona. El vicario es más papista que el Papa (él lo llamará "solidaridad") y cuando, por ejemplo, alguien se pelea con alguien (su novio, un amigo), allí está él demostrando que es un buen colega y que aún está más peleado con ese alguien que el afectado, aunque jamás haya entendido el motivo de la pelea ni nadie le haya dado vela en ese entierro. El vicacio hace leña del árbol que alguien cayó, es el coro desafinado que insulta cuando ya lo han hecho veinte antes que él, es aquel que te dice "lo sabía" pero cuando realmente su "sabiduría" importaba, nunca dijo nada. El vicario es de naturaleza insegura y nunca hará nada hasta que esté seguro (qué contradicción) de que no va a hacer el ridículo. Es decir, está al acecho, esperando a que alguien tome la iniciativa para secundarlo de modo desmesurado. Si alguien te deja de hablar, él (que apenas está vinculado a esa persona) ni siquiera te dirigirá la mirada cuando se cruce contigo. Son cobardes que se arriman a la sombra del valiente, inoportunos...
El vicario forma parte de la retaguardia, siempre será un secundario. Obviamente, en este vida no siempre se puede ser líder y, de hecho, los secundarios han sido fundamentales en ciertas causas nobles, políticamante revolucionarias, progresistas. Pero el vicario, tan extemporáneo, sólo sabe acercarse a causas equivocadas, porque él está enormemente equivocado desde el principio, y no resulta raro que, siguiendo con el ejemplo anterior, cuando ya se hayan arreglado las cosas entre los amigos enemistados o los novios peleados, él siga ahí, refunfuñando, no saludando, enfadado sin saber porqué, o agarrándose a una causa justa que caducó hace mucho tiempo. Como esos combatientes que se escondieron bosque adentro en territorio enemigo y despilfarraron toda una vida creyendo que la guerra aún no había terminado.

miércoles, enero 11, 2012

je repars à zéro ♫

Desvíos con los que fantaseo, por orden de viabilidad:

1. Ahorrar dinero e irme a París de semestre sabático a escribir esa novela.
2. Hacerme voluntario de Naciones Unidas, sacar mi alma del pozo sin fondo de la decadencia neuro-occidental y decicarme a la cooperación internacional.
3. Montar un negocio de restauración en Sevilla, ponerme el mandil y servirle a usted, a dios y a quien haga falta.
4. Pedir un crédito a siete amigos (¿tengo tantos a los que pedir un préstamo?... las razones de mis amigos) e irme a estudiar un máster sobre asesoramiento para adquisición de arte contemporáneo a Christie's New York.
5. Presentarme en la sede de Facebook España con mi timeline bajo el brazo y comentarles que mi experiencia es indiscutible porque vengo de pasar una eternidad al otro lado.
6. Sacarme primero el carné de conducir y luego hacerme decorador en Los Ángeles o en Marbella (que para el caso es lo mismo).
7. Convertirme en camello-confidente de superstars nocturnas, presentadores de los que no saben leer una querella criminal (demasiada puntuación, demasiada subordinada), celebrities de Telecinco y actores de cuarta-tirando-a-séptima.
8. Explotar mi cuerpo e irme a mendigar a las calles soleadas de Nápoles hasta volverme un protegé de la Camorra.
9. Ganar una primitiva. No es la sangre de siglos ni la plusvalía marxista, no; es la creencia colectiva en la suerte individual la que me ha vuelto rico. Puro fair play.
10. No desviarme en absoluto. Seguir como estoy ahora, traduciendo basura y (mal)ligando con fistros bibisexuales, "etólogos" y "yaestattoohecho".

domingo, enero 08, 2012

SUNSET

Hoy he soñado con una página que no existe de Mi filosofía de A a B y de B a A en la que Warhol habla sobre esa hora crítica del atardecer en que el sol se refleja agonizante y naranja sobre los cristales de los rascacielos de Manhattan. La hora en que el sol se pone. Sunset.
Creo que estoy un poco deprimido. No disponer del suficiente dinero y tener que trabajar para conseguirlo siempre me deprime. Ahora está todo más acentuado. Más desfasado. Offset.

miércoles, enero 04, 2012

Reflexiones nocturas (y una posdata)

Mi propósito de año nuevo no es dejar el tabaco. Esta vez no. Es dejar la noche. Sé que es una frase con trampa, absoluta, demasiado inabarcable, casi incumplible... pero como dice un amigo mío, hemos alargado nuestro verano hasta diciembre y, de golpe, nos hemos encontrado casi en cueros bajo una intemperie helada...Nací a las diez de la noche, mi libro de cabecera es El bosque de la noche y hubo un día en que, sin darme cuenta, abandoné cualquier tipo de pretensión seria de carrera profesional en pos de un doctorado cum noctis. La noche es el gran teatro del mundo, la sal de la tierra, el salón de los pasos perdidos y las ilusiones fácilmente recuperadas. Pero siempre amanece y todo vuelve a estar sucio de nuevo. Nada más luctuoso que los restos de una fiesta, nada más amenazante que el sol colándose de manera obscena por los huecos de una casa oscurecida llena de vampiros. Para todos aquellos que realmente no creemos en este mundo, tan insípido e injusto, tan ridículo, la noche, en su absurdez, ha sido una forma de revancha. En la noche no hace falta esforzarse, no es una carrera de fondo, en la noche se premia la improvisación y la gracia, nada es grave. El caos del mundo se ordena, caprichosamente.
Pero de todo se cansa uno. A mí últimamente la noche me quita mucho y me da poco. Antes - en el antiguo régimen - hacía amigos, hacía amantes, hacía gracia, me hacían gracia. Ahora no me gusta ni la música, ni la gente, ni la forma que ésta tiene de relacionarse. Vale, el infierno no son los demás. Vale, me he hecho mayor. Ha llegado el invierno de nuestro descontento. Y sólo nos queda un vasto horizonte de sobriedad, gafas de sol, esfuerzo ingente y desayunos colmados de luz y literatura o cenas más o menos solitarias con películas antiguas de fondo y lluvia tras los cristales. ¿El amor, la política, la revolución permanente, la sabiduría? Demasiado tarde, me temo. Porque ¿cómo se sobrevive a la noche? ¿cómo sobrevivió la nobleza a la caída del antiguo régimen? ¿Y Roma al cristianismo? Sólo queda robesperrierizarse, constantinizarse, o irse al exilio e ir muriendo (viviendo) de melancolía. Cuando uno se ha divertido tanto y de manera tan absurda, ¿cómo pasa a ser feliz de manera seria? Divertirse es lo contrario a ser feliz. La noche es lo contrario del día. Uno nunca se acostumbra al hambre ni a la pobreza. Tan sólo las sobrelleva. Como buenamente puede...
Sí, sé que me puede el pesimismo de este invierno (que rima con infierno), de estos meses de excesos, de mi absolutismo vital, de mi enorme aburrimiento, un océano de aburrimiento. No te creas nada, todo es negro sobre blanco, todo es texto y contexto. Y sí, podemos ir cruzando ese abismo de luz blanca saltando de letra en letra... así lo hemos hecho hasta ahora. ¿Venecia no se puede atravesar a pie, subiendo y bajando puentes? Tengo una montaña de libros que se caerán sobre mi cabeza. Y una vez me sacuda el polvo podré llegar impoluto a la cita matutina. Café con leche, por favor. Y un poco de mermelada para endulzarlo todo.
Ahora no recuerdo si la insipidez del día me llevó a la noche o si el exceso de sal de la noche hace que encuentre soso el día. Si tuviese más cercana la lectura de Derrida, me pondría a hablar (quiero decir, a escribir) sobre la maldita lógica del suplemento y de la escritura como suplemento par excellence. Pero ahora toca recuperar la voz.

P.D. S., que sé que me lees, si quieres disfrutar de mis últimos días de embriaguez ven a verme pinchar el próximo viernes, será mi testamento nocturno (por el momento). Esta licencia me la tomo mientras escucho Queen of Denmark, de John Grant. Qué título tan shakespiriano, ¿no? Y ex abrupto: ¿por qué mentimos tanto los hijos de la noche? ¿O es que somos unos cobardes? Bueno, es cuestión de perspectiva. Los sonámbulos parecen estar en vela cuando en realidad están sumidos en las profundidades mudas del feudo de los sueños.
Y calmaos, cotillas, S. no es más que un fantasma... un "revenant", que se dice en francés.