Datos personales

Mi foto
En fuga continua de mi propia prisión.

martes, diciembre 30, 2008

Postal

"Un gran saludo desde Jerez. La habitación es muy cómoda. La comida muy rica. He engordado dos kilos. Volvemos el 22".

Georges Perec, "Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos", Lo infraordinario

domingo, diciembre 21, 2008

El arte de la fuga

A veces uno encuentra placer en acatar el lenguaje de los otros.
Y se deja arrastrar, literalmente, por las normas ajenas, por sus temas, por sus vidas.
Por su corriente de palabras, río abajo, sin oponer resistencia.
Hay en ello una satisfacción parecida a la que sentimos cuando hablamos una lengua extranjera: no importa tanto lo que se dice sino cómo se dice.
Hay poco margen para la improvisación deslumbrante del yo.
Es la aprobación del otro lo que importa, el sometimiento ajustado a sus reglas y reglamentos.
Resultas agradable y vulgar, cortesano... y como cuando te dejas llevar por la corriente de un río caudaloso, notas que tu cuerpo, que tu mente, están relajados, sin nada contra lo que ejercer fuerza alguna...

- Queda claro que concibes el ser como un acto de resistencia.
- ¿Tú crees?
- Sí. Deberías fugarte, desaparecer.

miércoles, diciembre 17, 2008

Los crepúsculos de Barcelona



Qué decir sobre los crepúsculos ahogados de Barcelona.
¿Recordáis
El cuadro de Rusiñol Erik Satie en el seu estudi? Así
Son los crepúsculos magnéticos de Barcelona, como los
ojos y la
Cabellera de Satie, como las manos de Satie y como la
simpatía
De Rusiñol. Crepúsculos habitados por siluetas
soberanas, magnificencia
Del sol y del mar sobre estas viviendas colgantes o
subterráneas
Para el amor construidas. La ciudad de Sara Gibert y de
Lola Paniagua,
La ciudad de las estelas y de las confidencias
absolutamente gratuitas.
La ciudad de las genuflexiones y de los cordeles.

Roberto Bolaño, Los perros románticos

viernes, diciembre 12, 2008

En Grand Central Station...

...me senté y lloré.
(5º movimiento -Cavatina, adagio molto espressivo- del cuarteto para cuerdas op. 130 en si bemol mayor de Beethoven, la música más bella de la tierra)

jueves, diciembre 11, 2008

Eclipse de los siete pecados capitales

Llevas tiempo sintiéndote oculto.
Oculto ante la ciudad, ante los amigos, ante la familia, ante tí mismo.
Como un cuadro arrumbado en los depósitos del museo.
Como una lengua muerta.
En la sombra. Desconectado.
Estás enfermo, sí, pero de tu propia falta de luz.
En el ambiente hay una carga pesada que te oprime, que te impide moverte con gracia, moverte a voluntad. Se te viene a la mente esa imagen de la Poncia de Bernarda Alba: "capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara".
Nunca debiste adentrarte en habitaciones tan poco ventiladas.
Estás ofuscado, nervioso como el tronco de un árbol centenario, enrojecido de hacer fuerza contra todo, tratando de salir de ese nicho, mientras fumas y fumas y fumas.
Apuntas citas como ésta de Kafka: "Se sentía tan libre como se siente uno cuando, lejos de casa, habla con gentes que le son inferiores, guardándose todo lo que se refiere a uno mismo y hablando sólo con indiferencia de los intereses de los demás; así uno los eleva a un nivel superior, pero también puede dejarlos caer a voluntad".
Estás re-re-re-re-sentido. Recontraresentido. Atrapado en tu propia tela de araña.
¿Y la risa, que siempre fue tan tuya? Está abajo, en los sótanos...
¿Para qué fingir que estás bien? ¿Rodearte de mediocres y sonreírles uno a uno como un idiota? Jamás. Jamás. Jamás.
Es preferible la paz de los últimos cuartetos, la extrañeza del final de los tiempos... otro tipo de danza, la danza de las páginas.
A esa conjura de vampiros chupasangre, a esos profesionales de hacerle sombra a los demás, les dices: "recordad que mi signo es de fuego".
Es inútil.
Aunque no. Ni dieciocho años en Jerez pudieron contigo.
Algún día no muy lejano agarrarás esos cientos de folios que YA están escritos y darás un golpe sobre la mesa. La luz los dejará a todos ciegos.
No habrá éxito, ni bailes. Pero ese dolor tan malo habrá rebotado.
Y quedarás ahíto de tu propia soberbia.
Quien ríe último ríe mejor.

miércoles, diciembre 10, 2008

La mer, la mer, toujours recommencée

En la cuerda floja.
A un lado la necesidad; al otro, el deseo.
La poca luz,
que todo lo ensucia.
La realidad restalla como una barra de hielo bajo el grifo.
Como el pan cotidiano que se pasa a cuchillo.
Desperdigar de lascas, de cortezas...
y ese gesto modesto de agacharse a cogerlas.
Una huella, un espacio, una mancha, una pena.
Y detrás los satélites, los coches, los cometas,
las fuentes, la pereza,
las fachadas, los parques, las áreas de servicio,
el frío, la meseta.
Y por último, "el mar, el mar...
sin cesar comenzando".

lunes, diciembre 08, 2008

Tres apuntes

Primero.
Sales a la calle y la vorágine de tu vida pierde fuerza, mezclándose con esa otra vorágine de la ciudad. El mundo está ahí, y se puede observar... es como un baño de agua caliente, un lugar en el que descansar.

Segundo.
En el metro, una figura alta, con el porte y el cabello de uno de esos caballeros de Giorgione o Carpaccio. Y esas manos nudosas que, incluso en reposo, siempre están señalando hacia algún sitio, fuera de campo.

Tercero.
Dos prioridades musicales: Olivier Messiaen y César Franck.

martes, diciembre 02, 2008

Exhorcismo

Hoy, a la hora más aciaga del invierno, he recibido una llamada.
Al otro lado del hilo telefónico, una voz de mujer anciana, muy familiar y dulce, como de monja de convento de clausura, de esas que oyes pero no ves, me pedía que le confirmase mi edad, 32 años.
La señora se ha presentado como comercial de una empresa de seguros que trabaja con "portadores" de la tarjeta de El Corte Inglés, y acto seguido, me ha enumerado - con trémula congoja, absolutamente creíble - las ventajas de un seguro de vida y accidente que a mí, dado mi tramo de edad, me supondría una módica bonificación al mes (13 euros). Ha pronunciado las palabras accidente, muerte, invalidez y viajes. Las ha acompañado de cifras de cinco números, excepto la relacionada con la invalidez total, que alcanzaba los seis. La he escuchado enajenado y al final le he dicho que estoy en contra de las compañías de seguros. Que me parecía indecente que alguien se enriqueciese a costa del miedo ajeno. Ella se ha dado cuenta de que mi indignación exudaba miedo y ha tratado de despedirse de mí con delicadeza, no sin antes dejarme su teléfono y decirme su nombre: Asunción.
Me he levantado de la mesa de trabajo con violencia, como hubiese reaccionado ante una avispa que rondase un apacible almuerzo campestre...