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En fuga continua de mi propia prisión.

domingo, marzo 14, 2010

Diarios/Speculum

Acabas de ver la película de Tom Ford, una película que habla sobre el amor, la ausencia y el paso del tiempo, pero de la que sales con ganas de tomarte el gin&tonic perfecto en el vaso perfecto y en el decorado perfecto. Como ese lugar no existe, le dices al taxista que te deje en casa. Allí, después de dejar el abrigo y la bufanda sobre una silla, de poner un disco y de trastear en la cocina, tienes la sensación de estar jugando a las casitas. Un elemento flotante, parecido al de algunos sistemas de insonorización, parece separar el conjunto de tus actividades diarias de esa vida verdadera que está dentro de tu cabeza...
Piensas en esa extraña dolencia que a alguna gente (¿a ti también?) le hace sentir desinterés por el futuro y la refugia en las cosas pasadas. La melancolía. Si sólo estás predispuesto a volver a sentir aquello que ya sentiste y tu capacidad de sentir se obstruye en un determinado punto del presente, ¿no es fácil caer en el resentimiento?
Por las noches "atracas" los Diarios de John Cheever. Te sorprende su capacidad de descripción, sus visiones, su implacabilidad para consigo mismo. Lo achacas a su lectura de la biblia. A veces te deprime. Pasas dos, tres páginas, y han transcurrido meses, a veces casi un año. La vida pasa rápido, te dices. Te ves reflexionando sobre el tempo de los libros y sobre el tiempo que tardaron en escribirse. Los Diarios de Cheever no tienen indicaciones de fecha; sólo la anotación de un cumpleaños, del estreno de una película, de la aparición de una novela, te ayudan a contextualizar la época en que fue escrita cada línea...
Paran las lluvias y esa noche hace frío. Te metes bajo el edredón, tratas de ocupar toda la cama, cosa que casi nunca haces: bajo la oscuridad resonante, afuera el frío, te vienen a la cabeza los soportales de entrada del apartamento de verano de una amiga de la infancia, en la playa de Las Redes. El olor a mar, el césped al fondo y una pelota de tenis que rebota contra el suelo, produciendo un eco infinito. Luego recuerdas esos golpes en la cabeza de cuando eras pequeño: de repente caías al suelo y tu cabeza se estampaba contra el mármol. Más que dolor había una especie de silenciación absoluta, que derivaba en otro eco de timbre grave. A esos golpes no podrías sobrevivir hoy en día.
Teatro el miércoles: la versión flamenca del ballet Historia de un soldado, de Igor Stravinsky. Al volver a casa una llovizna finísima empapa las calles. Son unas gotas que de tan finas parecen haber transmutado al estado sólido. Tienen la consistencia del azúcar glasé. Te cruzas con dos hombres que comparten un mismo paraguas. Sus manos sostienen el mango muy juntas.
Semana absurda de trabajo. Una traducción que puedes hacer en dos días te lleva cinco. ¿Quién la ha redactado? ¿Un taiwanés con mínimos conocimientos de inglés? Te dicen que es la transcripción de una emisión web... estás cabreado, este mes no estás haciendo tus ingresos mínimos, pero la semana acaba con sol y escuchas el Bolero de Ravel durante toda la mañana, cosa que te pone contento.
En casa de tus padres, después del almuerzo, te echas sobre la cama y lees el famoso episodio de El tiempo recobrado en que el narrador pasea por el París de la Gran Guerra conversando con el barón de Charlus. Fantaseas con llevar al cine esa noche alucinante, ese paseo por las calles oscurecidas del París de hacia 1915, el cielo surcado de aviones de combate, la torre Eiffel apagada, rarezas que lanzan la imaginación del narrador al pueblo costero de su adolescencia, Balbec, con el cielo estrellado y limpio, o al Bagdag de Las mil y una noches. Es una noche en la que hace calor y el narrador, que siente una terrible sed después de dejar a Charlus, sabiéndose lejos de casa, en unas calles "retiradas del centro", decide entrar en una pensión que llama poderosamente su atención por lo iluminada que está y por el trasiego de hombres, muchos de ellos de uniforme, que entran y salen de ella. Es el burdel de hombres que lleva Jupien, el factótum del barón, y donde el narrador, en uno de los pasajes más fisgones de toda la novela, descubre las prácticas sadomasoquistas del barón, del que se acaba de despedir hace poco en la calle. Una película de aproximadamente hora y media en que se cuente todo este paseo, lleno de digresiones, en el ambiente caluroso y enrarecido del París de la primera guerra mundial...
Esta semana no has tocado tu novela. Inventas mil excusas para no tocarla. El temor a volver sobre lo ya escrito, a no progresar, a sumergirme en retoques infinitos, te lleva a eso...
Te gustaría que la casa estuviese más limpia, tener planes realistas de viajes, ver a F., pasar unos días agradables en el campo, cambiar de trabajo, una sorpresa.
La primavera está de camino y te sientes apurado.