"Francisco Ayala recordaba el asombro de llegar una noche de finales de los años veinte a la estación central de Berlín y ver a la salida cientos de mujeres muy pintadas ofreciéndose obscenamente a los que pasaban y descubrir ya más de cerca que todas eran hombres".
Antonio Muñoz Molina, Luces de Weimar, artículo publicado hoy en Babelia
miércoles, febrero 25, 2009
La salamandra
"En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria".
Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica
Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica
martes, febrero 24, 2009
El zoológico de nuestros mostruos
Estoy leyendo un libro encantador: Manual de zoología fantástica, de Jorge Luis Borges. Me lo recomendó uno de los chicos de la también fantástica Librería del Centro, en Madrid. Es un librito pequeño y manejable, de cabida fácil en cualquier bolso o bolsillo, ideal para leer en el metro o en el avión. De escritura sencilla y carácter erudito, recopila por orden alfabético todos aquellos animales inexistentes en los que la humanidad, valiéndose de la imaginación, ha proyectado sus miedos y ansiedades, su siempre insatisfecha sed de conocimiento, su necesidad secular de investirse de una narrativa. Seres de las mitologías grecolatinas, como las arpías, los centauros, la esfinge o el ave fénix, inspirados a su vez en otras mitologías ancestrales, como la babilónica o la egipcia, o las de los primeros pobladores del Mediterráneo. Animales que la mística cristiana hizo propios, por su enorme analogía con la travesía de Cristo por la tierra, como el pelícano (no el común, sino el fantástico), que hallando a sus hijos muertos en el nido por la serpiente, se desgarra el pecho para devolverles la vida con su sangre. Animales de la fauna fantástica china, como el dragón, la liebre lunar o el ciervo celestial, que vive bajo la tierra y maldita la hora en que se le aparezca a algún minero. Animales colosales, como Behemoth, referidos por Job en la Biblia, o Bahamut, de la tradición arábiga, cuya función era servir de apoyo a la tierra. Aparecen también el unicornio y la mandrágora (que grita como un humano al ser arrancada), tan codiciados durante la Edad Media. Entes de la tradición talmúdica, como el Gólem de Praga, precursor del Frankenstein de Mary Shelley. Animales soñados por Edgar Allan Poe o por C. S. Lewis. O recogidos por Kafka de la literatura popular centroeuropea, como el odradeck, que es una especie de huso de hilo con forma de estrella y capacidad limitada para hablar (como algunos juguetes) o reirse (pero "una risa sin pulmones"), y que "suena como un susurro de hojas secas". Y otros animalitos más modernos, como el Hidebehind de los hacheros de Wiscosin y Minnesota, que siempre están detrás de algo y por más vueltas que dé un hombre para verlo, jamás podrá conseguirlo porque siempre lo tendrá detrás...
Un libro evocador de otros libros evocadores, como El libro de las maravillas, de Marco Polo, o Las mil y una noches, o La divina comedia, o la Teogonía de Hesíodo, o el Orlando Fusioso de Ariosto, o Las metamorfósis de Ovidio, o todos los libros del Antiguo Testamento, o Las analectas, de Confucio o tantos otros, raros y enciclopédicos, de la tradición germánica o anglosajona, tan estudiadas y conocidas por Borges.
Seres antropomórficos o hechos de retales de varios animales, como las hidras; seres enormemente terroríficos, como los tritones, que emergían con sus potentes músculos de mitad del negro y revuelto océano, haciendo naufragar a las embarcaciones. Bestias de una época en que los animales eran temidos y, por ello, venerados. Que hablan de la convivencia del ser humano con la bestialidad, de la extrañeza del mundo, de nuestra capacidad para elaborar narraciones, de lo mostruoso que hay en nosotros mismos. Un libro bellísimo de Jorge Luis Borges.
P.D. Jorge Luis Borges, un nombre prodigioso fonéticamente, en el que el castellano se vuelve difícil y único. Resemblanza de los Borgia, o del incendio del Borgo que Rafael pintase en las estancias que llevan su nombre en el Vaticano.
Un libro evocador de otros libros evocadores, como El libro de las maravillas, de Marco Polo, o Las mil y una noches, o La divina comedia, o la Teogonía de Hesíodo, o el Orlando Fusioso de Ariosto, o Las metamorfósis de Ovidio, o todos los libros del Antiguo Testamento, o Las analectas, de Confucio o tantos otros, raros y enciclopédicos, de la tradición germánica o anglosajona, tan estudiadas y conocidas por Borges.
Seres antropomórficos o hechos de retales de varios animales, como las hidras; seres enormemente terroríficos, como los tritones, que emergían con sus potentes músculos de mitad del negro y revuelto océano, haciendo naufragar a las embarcaciones. Bestias de una época en que los animales eran temidos y, por ello, venerados. Que hablan de la convivencia del ser humano con la bestialidad, de la extrañeza del mundo, de nuestra capacidad para elaborar narraciones, de lo mostruoso que hay en nosotros mismos. Un libro bellísimo de Jorge Luis Borges.
P.D. Jorge Luis Borges, un nombre prodigioso fonéticamente, en el que el castellano se vuelve difícil y único. Resemblanza de los Borgia, o del incendio del Borgo que Rafael pintase en las estancias que llevan su nombre en el Vaticano.
lunes, febrero 16, 2009
El eterno viajar
El título está inspirado en uno de Claudio Magris, El infinito viajar.
Ahora que F. está fuera un mes y que no quiero Madrid, a pesar de mi curso de escritura, fantaseo con la idea de hacer un viaje en solitario.
Pienso en París, que no se acaba nunca y que tanto amo. Me deprime.
Pienso en alguna ciudad bañada por el Danubio, Viena o Budapest. Me deprimen.
Pienso en Praga, por Kafka, en Suiza, por Walser, en el Trieste de Svevo o de Claudio Magris. Se trata de leer y viajar. O de viajar con libros. Libros con los que viajas, viajes inspirados en libros.
Todo me deprime: Nueva York, Buenos Aires sin F., la Venecia de hace un año por estas fechas, Marrakech en invierno, Londres, Barcelona, Estambul...
Hasta Lisboa me deprime.
Sólo hay una que me viene a la cabeza con el perfume denso de la primavera.
Sólo hay una cuyo recuerdo cura mi desánimo. Una ciudad colorista, caótica, densa.
La primera a la que viajé solo.
El palíndromo de amor...
ROMA.
Ahora que F. está fuera un mes y que no quiero Madrid, a pesar de mi curso de escritura, fantaseo con la idea de hacer un viaje en solitario.
Pienso en París, que no se acaba nunca y que tanto amo. Me deprime.
Pienso en alguna ciudad bañada por el Danubio, Viena o Budapest. Me deprimen.
Pienso en Praga, por Kafka, en Suiza, por Walser, en el Trieste de Svevo o de Claudio Magris. Se trata de leer y viajar. O de viajar con libros. Libros con los que viajas, viajes inspirados en libros.
Todo me deprime: Nueva York, Buenos Aires sin F., la Venecia de hace un año por estas fechas, Marrakech en invierno, Londres, Barcelona, Estambul...
Hasta Lisboa me deprime.
Sólo hay una que me viene a la cabeza con el perfume denso de la primavera.
Sólo hay una cuyo recuerdo cura mi desánimo. Una ciudad colorista, caótica, densa.
La primera a la que viajé solo.
El palíndromo de amor...
ROMA.
jueves, febrero 12, 2009
Sonrisas burlonas
while you are away
my heart comes undone
slowly unravels
in a ball of yarn
the devil collects it
with a grin
our love
in a ball of yarn
he'll never return it
so when you come back
we'll have to make new love
Björk, Unravel
Una sonrisa: la del ángel de la anunciación en la catedral de Chartres.
Una carcajada: la de los estudios a partir del retrato de Inocencio X de Velázquez, de Francis Bacon.
my heart comes undone
slowly unravels
in a ball of yarn
the devil collects it
with a grin
our love
in a ball of yarn
he'll never return it
so when you come back
we'll have to make new love
Björk, Unravel
Una sonrisa: la del ángel de la anunciación en la catedral de Chartres.
Una carcajada: la de los estudios a partir del retrato de Inocencio X de Velázquez, de Francis Bacon.
miércoles, febrero 11, 2009
Desafecto
Cuando, de pronto, se va la luz, se produce en nosotros una primera reacción de pánico. Al rato, comprobamos que nuestros ojos se han adaptado a la oscuridad...
Ya te ha pasado varias veces: cuando algo va mal con alguien, con alguien importante para tí, intentas entenderlo, hacer autocrítica, montar un juicio sumarísimo en el que tú eres la defensa y el fiscal al mismo tiempo. Normalmente, siempre ganas el juicio, aunque la sentencia, a instancias de la acusación, no suele ser autocomplaciente. Pero eso sólo ocurre cuando ves buena voluntad en la otra parte.
La desafección ajena te lleva al desafecto propio. Te lo ponen fácil, en una palabra.
Y sí, te acostumbras a la oscuridad. A la oscuridad y al olvido.
El recorrido que va del afecto al desafecto, a pesar de ser un camino de tres letras, es duro y pedregoso. Y muy pocas veces tiene vuelta atrás. En el mundo de las oportunidades, por muchas que éstas sean, siempre hay una última, y es la que NO nos damos a nosotros mismos. Un día no sólo te levantas desafecto sino también desafectado. Y aquello que tanto te importaba, que tanto te afectaba, ha caído en el agujero negro del olvido. De nuestro propio olvido. Hasta tal punto es así, que no puedes evitar sentir cierta vergüenza. La misma que sentimos cuando no sabemos ubicar en nuestro mundo a alguien que nos saluda por nuestro nombre.
Te has acostumbrado a la oscuridad. E incluso te da pereza revolver la casa en busca de velas. Sólo queda esperar a que la luz se reanude...
P.D. Son muchas las ganas de ir a Jerez. De estar en familia. De comprar libros. De volver con nuevos aires. Y de empezar tu curso de escritura en ese chalecito tan mono de El Viso.
Ya te ha pasado varias veces: cuando algo va mal con alguien, con alguien importante para tí, intentas entenderlo, hacer autocrítica, montar un juicio sumarísimo en el que tú eres la defensa y el fiscal al mismo tiempo. Normalmente, siempre ganas el juicio, aunque la sentencia, a instancias de la acusación, no suele ser autocomplaciente. Pero eso sólo ocurre cuando ves buena voluntad en la otra parte.
La desafección ajena te lleva al desafecto propio. Te lo ponen fácil, en una palabra.
Y sí, te acostumbras a la oscuridad. A la oscuridad y al olvido.
El recorrido que va del afecto al desafecto, a pesar de ser un camino de tres letras, es duro y pedregoso. Y muy pocas veces tiene vuelta atrás. En el mundo de las oportunidades, por muchas que éstas sean, siempre hay una última, y es la que NO nos damos a nosotros mismos. Un día no sólo te levantas desafecto sino también desafectado. Y aquello que tanto te importaba, que tanto te afectaba, ha caído en el agujero negro del olvido. De nuestro propio olvido. Hasta tal punto es así, que no puedes evitar sentir cierta vergüenza. La misma que sentimos cuando no sabemos ubicar en nuestro mundo a alguien que nos saluda por nuestro nombre.
Te has acostumbrado a la oscuridad. E incluso te da pereza revolver la casa en busca de velas. Sólo queda esperar a que la luz se reanude...
P.D. Son muchas las ganas de ir a Jerez. De estar en familia. De comprar libros. De volver con nuevos aires. Y de empezar tu curso de escritura en ese chalecito tan mono de El Viso.
domingo, febrero 08, 2009
viernes, febrero 06, 2009
Palíndromo
"rats live on no evil star"
Anne Sexton, With Mercy for the Greedy
Anne Sexton, With Mercy for the Greedy
jueves, febrero 05, 2009
Nora... c'est moi
"Nora tenía la cara de la gente que ama a la gente, una cara que sería torva cuando averiguase que amar sin reservas es ser traicionado. Nora se robaba a sí misma por todo el mundo. Insensible a la advertencia, cuando quería recordar, ya había sido defraudada. Los viajeros de todo el mundo le sacaban buen partido porque siempre se la podía vender. Y es que ella llevaba el dinero de la traición en su propio bolsillo".
Djuna Barnes, El bosque de la noche
Djuna Barnes, El bosque de la noche
miércoles, febrero 04, 2009
Anatomía de la melancolía
Intercambio con A., amiga de mi hermano, una serie de correos encantadores a propósito de este blog y del hecho de escribir: ¿cuándo deja la escritura de ser una terapia solitaria y se convierte en vanidosa literatura? ¿existe algo generoso en todo esto? ¿cuándo acaba el descontrol de las "ráfagas" y empieza la disciplina? ¿el "yo" que escribe es consciente de ese otro "yo", más social, que lee o, sobre todo, ha leído y leerá? ¿en el "yo" que escribe sabiéndose público, hasta dónde llega esa exigencia anónima y reverberada, salón de los espejos de nuestra noche oscura? Demasiados lugares comunes.
Últimamente son dos los que "sufro" de forma recurrente, relacionados en cierta forma: la imposibilidad de escribir en presente la alegría y el júbilo (que, aunque escasos, están ahí) y la predisposición al recuerdo (que, aun siendo alegre, no está fresco; su lejanía lo marchita).
La alegría tiene muy mala prensa, sólo el humor o su evocación parecen salvarla. Además, caduca en menos tiempo que una ostra... de ahí que la escritura, en tanto que acto de la memoria, sólo pueda rescatarla con ironía o en conserva, perdiendo parte de sus propiedades.
Lo del humor es harina de otro costal: lo tengo relegado a mi "yo" hablante. No es que no lo tenga, es que no sé cómo manipularlo, al menos de forma consciente. Supongo que dispara en mí toda una serie de recursos sociales cuya finalidad no veo muy clara desde esta posición en la que estoy ahora, frente al ordenador. Un artefacto complejo.
Sin embargo, la predisposición a la evocación, por ser quizás más obvia, la tengo más estudiada. Activar la memoria requiere pararse, estar casi físicamente quieto, a oscuras, haciendo esfuerzos por adaptar nuestros ojos a la falta de luz. Yo, que pensaba que era un desmemoriado, me veo literalmente asaltado por los recuerdos, algunos perdidos en el tiempo. El tiempo recobrado.
Cuando Proust nos demostró a todos que cualquier vida es susceptible de convertirse en literatura, en literatura de dimensiones enciclopédicas, había claudicado en gran parte de ella. Estaba rendido ante la enfermedad, tirado sobre una cama... aunque quizás todo esto sea demasiado injusto, porque fueron esos, sus últimos años, los de actividad más frenética, sus años más generosos, más fructíferos, los que lo salvaron del olvido.
¿Sólo se puede escribir desde la melancolía? ¿Todo ejercicio de memoria es melancólico? Evidentemente no. Sólo que algunos, además de egoistas, carecemos de imaginación...
En esa tradición introspectiva y carente, con matices, de imaginación (contrapuesta a El Quijote, por ejemplo) está toda esa literatura del espejo, del yo reescrito, explorado y escrutado, cuya andadura moderna quizás fuese iniciada por los Essaies de Michel de Montaigne. Y en esa senda está también Robert Burton, erudito inglés del siglo XVII y autor del libro que da nombre a esta entrada, Anatomía de la melancolía, tratado barroco donde los haya, uno de los libros favoritos de Djuna Barnes, que en palabras de Emil Cioran, es "sencillamente indigesto", aunque "poseedor del título más bello que se haya inventado jamás para un libro".
"Nos rascamos donde nos pica", afirma Burton en el prólogo de su descomunal trabajo.
Qué verdad. Y cuanto más nos rascamos más nos pica, añadiría yo.
Lo sé de buena tinta: "dermatitis atópica", me dijo en su día el especialista.
Últimamente son dos los que "sufro" de forma recurrente, relacionados en cierta forma: la imposibilidad de escribir en presente la alegría y el júbilo (que, aunque escasos, están ahí) y la predisposición al recuerdo (que, aun siendo alegre, no está fresco; su lejanía lo marchita).
La alegría tiene muy mala prensa, sólo el humor o su evocación parecen salvarla. Además, caduca en menos tiempo que una ostra... de ahí que la escritura, en tanto que acto de la memoria, sólo pueda rescatarla con ironía o en conserva, perdiendo parte de sus propiedades.
Lo del humor es harina de otro costal: lo tengo relegado a mi "yo" hablante. No es que no lo tenga, es que no sé cómo manipularlo, al menos de forma consciente. Supongo que dispara en mí toda una serie de recursos sociales cuya finalidad no veo muy clara desde esta posición en la que estoy ahora, frente al ordenador. Un artefacto complejo.
Sin embargo, la predisposición a la evocación, por ser quizás más obvia, la tengo más estudiada. Activar la memoria requiere pararse, estar casi físicamente quieto, a oscuras, haciendo esfuerzos por adaptar nuestros ojos a la falta de luz. Yo, que pensaba que era un desmemoriado, me veo literalmente asaltado por los recuerdos, algunos perdidos en el tiempo. El tiempo recobrado.
Cuando Proust nos demostró a todos que cualquier vida es susceptible de convertirse en literatura, en literatura de dimensiones enciclopédicas, había claudicado en gran parte de ella. Estaba rendido ante la enfermedad, tirado sobre una cama... aunque quizás todo esto sea demasiado injusto, porque fueron esos, sus últimos años, los de actividad más frenética, sus años más generosos, más fructíferos, los que lo salvaron del olvido.
¿Sólo se puede escribir desde la melancolía? ¿Todo ejercicio de memoria es melancólico? Evidentemente no. Sólo que algunos, además de egoistas, carecemos de imaginación...
En esa tradición introspectiva y carente, con matices, de imaginación (contrapuesta a El Quijote, por ejemplo) está toda esa literatura del espejo, del yo reescrito, explorado y escrutado, cuya andadura moderna quizás fuese iniciada por los Essaies de Michel de Montaigne. Y en esa senda está también Robert Burton, erudito inglés del siglo XVII y autor del libro que da nombre a esta entrada, Anatomía de la melancolía, tratado barroco donde los haya, uno de los libros favoritos de Djuna Barnes, que en palabras de Emil Cioran, es "sencillamente indigesto", aunque "poseedor del título más bello que se haya inventado jamás para un libro".
"Nos rascamos donde nos pica", afirma Burton en el prólogo de su descomunal trabajo.
Qué verdad. Y cuanto más nos rascamos más nos pica, añadiría yo.
Lo sé de buena tinta: "dermatitis atópica", me dijo en su día el especialista.
martes, febrero 03, 2009
Post-it
Libros que ya están en casa pendientes de lectura:
La geometría del amor, de John Cheever (acertados reyes de mi padre); la edición bilingüe de Vive o muere, de Ann Sexton; los dos últimos volúmenes de À la recherche... de Proust: La fugitiva y El tiempo recobrado; ¡El libro de los pasajes!, de Walter Benjamin.
Libros pendientes de compra y de lectura:
Los Diarios, de Andy Warhol; Vértigo, de Sebald; La hermosa habitación está vacía, de Edmund White; Todos los cuentos, de Cristina Fernández Cubas, El viajero más lento y Doctor Pasavento, de Vila-Matas; alguna antología de cuentos de Chéjov y otra de Borges; Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez; El canto de las sirenas, de Eugenio Trías; los Diarios secretos, de Wittgenstein; Entre mujeres solas, de Pavese; El infinito viajar, de Magris.
Libros cuya lectura me da pereza:
Ulysses, de Joyce, nunca terminado, apenas comenzado; El hombre sin atributos, de De Musil; 2666, de Bolaño (por una extraña razón, porque me encanta este autor... quizás porque vi la adaptación al teatro de Àlex Rigola).
Libros que NO leeré:
Ninguno de los últimos grandes premios: ni el de Junot Díaz (Pulitzer); ninguno de Le Clézio (Nobel) ni, por supuesto, el de Maruja Torres (Nadal).
La geometría del amor, de John Cheever (acertados reyes de mi padre); la edición bilingüe de Vive o muere, de Ann Sexton; los dos últimos volúmenes de À la recherche... de Proust: La fugitiva y El tiempo recobrado; ¡El libro de los pasajes!, de Walter Benjamin.
Libros pendientes de compra y de lectura:
Los Diarios, de Andy Warhol; Vértigo, de Sebald; La hermosa habitación está vacía, de Edmund White; Todos los cuentos, de Cristina Fernández Cubas, El viajero más lento y Doctor Pasavento, de Vila-Matas; alguna antología de cuentos de Chéjov y otra de Borges; Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez; El canto de las sirenas, de Eugenio Trías; los Diarios secretos, de Wittgenstein; Entre mujeres solas, de Pavese; El infinito viajar, de Magris.
Libros cuya lectura me da pereza:
Ulysses, de Joyce, nunca terminado, apenas comenzado; El hombre sin atributos, de De Musil; 2666, de Bolaño (por una extraña razón, porque me encanta este autor... quizás porque vi la adaptación al teatro de Àlex Rigola).
Libros que NO leeré:
Ninguno de los últimos grandes premios: ni el de Junot Díaz (Pulitzer); ninguno de Le Clézio (Nobel) ni, por supuesto, el de Maruja Torres (Nadal).
domingo, febrero 01, 2009
El otro
Me encantan las películas como El otro, de Ariel Rotter, llenas de tiempos muertos, de silencios. Son un regocijo para la mirada. Un reposamirada. Sus escenas se pueden rastrear, auscultar, sondear, sin atender a ninguna trama o argumento, a ningún diálogo, a ninguna sobreactuación. Un auténtico festín para nuestro voyerismo...
Insomnio
Te levantas de la cama. No puedes seguir dándole vueltas a tus fracasos.
Demasiado dolor incrustado en el bajo vientre.
Piensas en todo el déficit acumulado en los últimos años, en que ha habido más pérdidas que ganancias, en lo injusto que resulta todo (qué pesado con la "justicia"), en que en algún punto dejaste de ser tú mismo.
Recapacitas, nunca has dejado del todo de ser tú mismo, ahora te reconoces mientras escribes y lees esto... en realidad, has dejado de ser una parte esencial de ti mismo, el yo hablante, el yo comunicante, el yo interactuante, el yo social.
Condenado a la escritura. Condenado a perderte en una pregunta sin respuesta, en una atracción de espejos, en el laberinto del ego. ¿Dónde están los otros? Sólo un eco misterioso. El mismo que cobran nuestras actividades diarias cuando estamos solos en casa.
Mientras escribes hay calma. Anne Sexton, Cesare Pavese. El club de los poetas narcóticos. El club de los suicidas poetas.
Piensas en el nombre de este blog que empezaste a escribir hace cuatro años: "La prisionera". Estabas leyendo a Proust y pensaste que era un buen título para referirte a lo mucho que le debemos a los demás, en especial a los discursos ajenos, a las palabras de los escritores muertos... los escritores siempre están muertos, son los libros los que están vivos.
Ahora el título ha cambiado de matiz. Estás aprisionado, atenazado, incomunicado. Prisionera de ti mismo. Sólo quieres caminar, te repites... en realidad sólo quieres escribir, reescribirte a ti mismo. Una y otra vez.
No quieres viajar. Ni bailar. Ni vivir.
Te ves feo, estropeado, gordo. Vulnerable e invencible a la vez.
¿Te ha costado escribir estos adjetivos?
Miras a tu alrededor y todo te resulta extraño, hasta la comida que compras para cocinarte.
Ahora te acuerdas de un día de verano, cuando eras pequeño. Lo pasaste con tus padres en la casa de Las Redes donde veraneaban M. y Á., los padres de B., tu amiga del alma, casi una hermana. Habías pasado un día tan agradable en la playa que B. te convenció para que te quedases a dormir allí y eso hiciste. Cuando habían pasado unas dos horas desde que tus padres se fueron empezaste a echar enormemente de menos a tu mamá. Las costumbres de aquella casa, tan familiares por otra parte, se habían vuelto extrañas... mirases a donde mirases no había nada que te hiciera sentir a gusto. Hasta los programas que daban por la tele (y en aquella época sólo había dos canales) te parecían como de otro planeta. Empezaste a llorar. Fue tal el berrinche que Á. tuvo que coger el coche y llevarte a casa. Por supuesto, tu madre te regañó. Sentías una gran vergüenza, sí, pero la sensación de estar en tu casa no te la quitaba nadie.
La depresión nos convierte en críos. En niños que echan de menos a su madre. Como Proust.
Al escribir esto has sentido la misma vergüenza que cuando Á. te devolvió a casa de tus padres. Pero no deberías. La primera razón es que tú eres tu lector más exigente. La segunda es que por fin has llegado a casa.
Demasiado dolor incrustado en el bajo vientre.
Piensas en todo el déficit acumulado en los últimos años, en que ha habido más pérdidas que ganancias, en lo injusto que resulta todo (qué pesado con la "justicia"), en que en algún punto dejaste de ser tú mismo.
Recapacitas, nunca has dejado del todo de ser tú mismo, ahora te reconoces mientras escribes y lees esto... en realidad, has dejado de ser una parte esencial de ti mismo, el yo hablante, el yo comunicante, el yo interactuante, el yo social.
Condenado a la escritura. Condenado a perderte en una pregunta sin respuesta, en una atracción de espejos, en el laberinto del ego. ¿Dónde están los otros? Sólo un eco misterioso. El mismo que cobran nuestras actividades diarias cuando estamos solos en casa.
Mientras escribes hay calma. Anne Sexton, Cesare Pavese. El club de los poetas narcóticos. El club de los suicidas poetas.
Piensas en el nombre de este blog que empezaste a escribir hace cuatro años: "La prisionera". Estabas leyendo a Proust y pensaste que era un buen título para referirte a lo mucho que le debemos a los demás, en especial a los discursos ajenos, a las palabras de los escritores muertos... los escritores siempre están muertos, son los libros los que están vivos.
Ahora el título ha cambiado de matiz. Estás aprisionado, atenazado, incomunicado. Prisionera de ti mismo. Sólo quieres caminar, te repites... en realidad sólo quieres escribir, reescribirte a ti mismo. Una y otra vez.
No quieres viajar. Ni bailar. Ni vivir.
Te ves feo, estropeado, gordo. Vulnerable e invencible a la vez.
¿Te ha costado escribir estos adjetivos?
Miras a tu alrededor y todo te resulta extraño, hasta la comida que compras para cocinarte.
Ahora te acuerdas de un día de verano, cuando eras pequeño. Lo pasaste con tus padres en la casa de Las Redes donde veraneaban M. y Á., los padres de B., tu amiga del alma, casi una hermana. Habías pasado un día tan agradable en la playa que B. te convenció para que te quedases a dormir allí y eso hiciste. Cuando habían pasado unas dos horas desde que tus padres se fueron empezaste a echar enormemente de menos a tu mamá. Las costumbres de aquella casa, tan familiares por otra parte, se habían vuelto extrañas... mirases a donde mirases no había nada que te hiciera sentir a gusto. Hasta los programas que daban por la tele (y en aquella época sólo había dos canales) te parecían como de otro planeta. Empezaste a llorar. Fue tal el berrinche que Á. tuvo que coger el coche y llevarte a casa. Por supuesto, tu madre te regañó. Sentías una gran vergüenza, sí, pero la sensación de estar en tu casa no te la quitaba nadie.
La depresión nos convierte en críos. En niños que echan de menos a su madre. Como Proust.
Al escribir esto has sentido la misma vergüenza que cuando Á. te devolvió a casa de tus padres. Pero no deberías. La primera razón es que tú eres tu lector más exigente. La segunda es que por fin has llegado a casa.
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