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En fuga continua de mi propia prisión.

sábado, junio 14, 2008

Pequeñas figuras sin paisaje

El último libro de Beatriz Preciado es una decapitación, fascinante y repugnante a un tiempo, como lo eran las páginas de ese otro libro, misterioso, que Lord Henry Wotton presta a Dorian Gray a mitad de la novela de Wilde (¿el À rebours de Huysmann?). Hay libros tóxicos como drogas...
En cualquier caso, se trata de un texto fundamental, apocalíptico e integrado. Quizás el mejor libro de filosofía escrito en español en mucho tiempo. El material puramente teórico está compuesto por explosivos: desde el rizoma de Deleuze y Guattari al imperio y la multitud de Negri y Hardt, pasando por el performativo de Butler, la biopolítica de Foucault e incluso la potentia de Spinoza. Luego está la poética de lo que ella misma, en honor al amigo muerto, Guillaume Dustan, denimina autoficción: la del plástico de los dildos de gran calibre, la del vampirismo sidíaco del bareback y el serosorting, la de las travesías en coche por la Camargue, enamorada de Virginie Despentes, como si estuviesemos dentro de una versión posmoderna y tecnológica de algún cuadro del aduanero Rousseau, la de las habitaciones de hotel del XVIIIéme arrondisement con Star Academy sonando en la tele...
Sin embargo, al contraponerme con el libro, he sentido una leve disensión, relacionada sobre todo con cierto poso de rencor: todo es cierto, pero está re-sentido, sentido a doble intensidad, un tanto deformado, como cuando se te asienta la comida y todo queda impregnado de ese sabor a quemado. Me gustaría preguntarle a Beatriz cómo es su día a día, si no siente piedad por los que están equivocados o alienados, si nunca se ha reído de cosas obvias, si alguna vez se ha emocionado viendo una película clásica de Hollywood, cómo se siente cuando vuelve a casa de sus padres en Burgos, si le gustan las flores, si sonríe a los dependientes de las tiendas donde va de compras, qué compra hace en el súper, si tiene amigos heteros, si tiene amigas heteros... en fin... que soy yo el que resulta ridículo con estos planteamientos.
De algún modo siento como si hubiese vuelto a la Casa del Padre, para quedarme en sus habitaciones más sombrías, para siempre...