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En fuga continua de mi propia prisión.

sábado, junio 21, 2008

Libro de los pasajes

En verano los libros gordos son como las alfombras: molestan. Sin embargo, yo he iniciado el solsticio con un libro grande: Los detectives salvajes de Bolaño. A ver qué tal...
El otro libro al que deseo enfebrecidamente hincar el diente junto a alguna piscina es el Libro de los pasajes, de Walter Benjamin, de reciente aparición en español.
Passagen-Werk, en lengua original, es uno de los libros más fascinantes y esotéricos del siglo XX.
Benjamin se dedicó obsesivamente a su concepción durante sus últimos años de vida. Su suicidio en Portbou en 1940, huyendo de la persecución nazi, impidió que llegase a nosotros en su forma definitiva. La historia del manuscrito es igualmente bizarra: en su huida de París, Benjamin lo dejó a resguardo de Georges Bataille, por entonces director de la Biblioteca Nacional de Francia; sin embargo, no fue hasta 1945 cuando Pierre Missac, que había iniciado desesperadamente su búsqueda, lo encontró arrumbado en la Biblioteca, después de que el propio Bataille le confesase que era él a quien Benjamin le había confiado su custodia. Missac se puso inmediatamente en contacto con Theodor W. Adorno y Dora, la hermana de Benjamin, y en febrero de 1947 se los envió a Adorno a Estados Unidos. ¿Por qué Bataille no se puso en contacto él mismo con Adorno o con Dora Benjamin? ¿Eran aquellos papeles la totalidad de los escritos de Benjamin sobre los Pasajes? ¿Se perdió, se destruyó algo? ¿Cuál hubiese sido su redacción final? Quizás la clave esté en la misteriosa y pesada maleta que Walter Benjamin llevaba consigo cuando intentaba cruzar los Pirineos y que contenía, según sus acompañantes, una posesión "más valiosa que su propia vida". ¿Transportaba Benjamin en aquella maleta la versión definitiva de su Libro de los pasajes? No hay manera de saberlo.
El Libro de los pasajes surge como proyecto titánico de compilación filosófico-histórica del siglo XIX, el siglo del despegue definitivo del capitalismo. El enfoque es claramente marxista, aunque va más lejos: no se trata de exponer la génesis económica de la cultura, sino la expresión de la economía en la cultura. El motivo de la obra es París, capital del XIX, génesis y culminación del nuevo modelo de metrópoli. Son precisamente sus pasajes, galerías comerciales techadas situadas en los bajos de los edificios haussmannianos (donde surgen muchas de las nuevas distracciones de la burguesía) los que darán título al libro.
En su composición Benjamin utiliza el método del montaje: sus páginas son un sinfín de citas (en su mayoría ajenas), ensoñaciones literarias, fragmentos de textos jurídicos o médicos, temas diversos, anécdotas, divagaciones extravagentes e incluso recortes de periódico, cuyo objetivo es radiografiar de la forma más objetiva posible los usos y costumbres de la gran burguesía decimonónica. De ahí que (al menos en el texto -no definitivo- de que disponemos) la traza de Benjamin se note sobre todo en su forma de cortar y pegar, de ordenar dicho collage.
Los temas son los cascotes del gran edificio de la modernidad capitalista: los pasajes comerciales antes mencionados, el poder seductor de la mercancía convertida en fetiche, la cosificación, los grandes almacenes, la moda, el alumbrado público, las barricadas, la construcción de vías férreas, la figura del flâneur (que deambula matando el tiempo por las calles de París), el aburrimiento (gran tema baudeleriano, mal du siècle), el juego, las casas de prostitución, los espectáculos panópticos en boga entonces, las más diversas formas de expresión artística, la mezcla de utopistas y marxistas que auguraban por entonces el porvenir, la bolsa, los autómatas, el caricaturismo de Daumier, la mirada a través de la ventana, el carácter efímero tanto de los libros como de las camisas (a partir de una cita del Balzac, de Curtius), la extraña pasión por la acumulación de bibelots en las casas burguesas, el origen de la publicidad, etc. Si hay una obra literaria que condense como ninguna ese universo metropolitano es En busca del tiempo perdido, de Proust, cuyos tres primeros volúmenes, casualmente, fueron traducidos al alemán por el propio Benjamin.
En definitiva, una obra fundamental, ingente, mitológica, construida a partir de los detritus de la civilización; el inicio de ese pensamiento débil, micro, que ha recorrido toda la filosofía del siglo XX y que ahora algunos positivistas anglosajones o anglófilos se empeñan en ahogar...