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En fuga continua de mi propia prisión.

jueves, junio 23, 2011

Campo Santo

Estos son algunos de los pasajes - desgarradoramente bellos - del segundo capítulo del libro de Sebald que leo en estos momentos, y que da título a todo el volumen. Una edición post-mortem. Una publicación póstuma sobre los muertos que confirma a Sebald como uno de mis escritores favoritos. Me duele que Sebald esté muerto. Me duele que su obra esté cerrada para siempre.

"Mi primer paseo el día después de llegar a Piana me llevó fuera del pueblo por la carretera que, con curvas, vueltas y serpentinas aterradoras, desciende de pronto abruptamente, por precipicios casi verticales, densamente poblados de matorrales verdes, y baja hasta el fondo de una garganta que se abre, a varios centenares de metros de profundidad, a la bahía de Ficajola".

"...y aquella tarde, para mí llena de un sentimiento de liberación y que me parecía extenderse sin límites en todas direcciones, nadé una sola vez, internándome en el mar, con enorme ligereza, muy lejos, tan lejos que pensé que podría simplemente dejarme llevar, hacia el atardecer y la noche. Sin embargo, en cuanto, obedeciendo a ese extraño instinto que nos une a la vida, di la vuelva y volví a dirigirme hacia la tierra que, en la distancia, me parecía un continente extraño, nadar me costó más esfuerzo a cada brazada, y no como si luchara contra la corriente que hasta entonces me había llevado, no, creí que se trataba más bien, si es que puede decirse eso de una superficie de agua, de que nadaba sin cesar cuesta arriba. La vista que tenía ante los ojos parecía haberse volcado desde su marco, e inclinaba hacia mí unos grados su borde superior, parpadeando y temblando, y su borde inferior se alejaba en igual medida. Y a veces me parecía como si aquello que se alzaba tan amenazadoramente ante mí no fuera un fragmento de mundo real, sino la reproducción, vuelva hacia fuera e inyectada de trazos negros y azules, de alguna debilidad interior mía que se había vuelto insuperable".

"Me llevó una buena hora y media llegar otra vez arriba, a la altura de Piana y, como alguien que domina el arte de la levitación, pude, por decirlo así, de forma ingrávida avanzar entre las casas y jardines más exteriores y a lo largo del muro tras el que está la parcela donde los habitantes del lugar entierran a sus muertos. Era, como pude ver cuando franqueé la puerta de hierro que chirriaba en sus bisagras, un lugar bastante abandonado, del tipo no raro en Francia en que se tiene la impresión de que no se trata de una antesala de la vida eterna sino de una zona administrada por el municipio, destinada a los desechos seglares de la sociedad humana".

"Inseguro y con esa timidez que incluso hoy se siente al acercarse demasiado a los muertos, me encaramé a zócalos y bordes reventados, lápidas desplazadas, mampostería derruida, un crucifijo caído de su base, una urna de plomo, una mano de ángel..., fragmentos mudos de una ciudad abandonada hacía años, sin un arbusto o árbol que arrojara sombra en ninguna parte, y sin tuyas ni cipreses como los que se plantan con frecuencia en los cementerios meridionales, sea como consuelo, sea como luto. A primera vista creí realmente que no había en el cementerio de Piana, como recuerdo de la naturaleza que, como siempre hemos esperado, se prolongará mucho más allá de nuestro propio fin, nada más que flores violetas, malvas y rosas, evidentemente ofrecidas sobre todo por las empresas de pompas fúnebres francesas a sus clientes, de seda o de chifón de nailon, de porcelana esmaltada de colores o de alambre y lata, que parecen menos un signo de afecto duradero que una prueba finalmente reveladora de que, a pesar de todas nuestras afirmaciones en contrario, no ofrecemos a nuestros muertos más que el sustitutivo más barato de la múltiple belleza de la vida".

"Sin embargo, en el camposanto de Piana, entre los delgados tallos de las flores, paja y espigas, aquí o allá, alguno de los queridos difuntos miraba desde uno de aquellos retratos sepias ovales y de delgado marco dorado que solían ponerse en los países románicos hasta los años sesenta: un húsar rubio con guerrera de cuello alto, una muchacha muerta al cumplir los diecinueve años, con el rostro casi borrado por la luz y la lluvia, un hombre de cuello corto con una corbata de grueso nudo, que había sido funcionario colonial en Orán hasta 1958, o un soldadito, con el gorro torcido, que volvió a casa gravemente herido de la inútil defensa de la fortaleza de la jungla de Dien Bien Fu".

"Regrets éternels... como casi todas las fórmulas con las que expresamos nuestra compasión por los fallecidos antes que nosotros, tampoco ésta carece de ambigüedad, porque no sólo se reduce el anunciado desconsuelo eterno de los deudos a un mínimo absoluto, sino que, si bien se piensa, suena casi como una confesión de culpabilidad hecha al difunto, como un ruego desganado de indulgencia hecho a aquellos a los que se ha enterrado antes de tiempo. Sólo me parecieron libres de toda ambigüedad y claros los nombres de los difuntos mismos, de los que algunos eran tan perfectos, tanto de significado como de sonido, como si los que los llevaron hubieran sido santos durante toda su vida, o hubieran sido enviados sólo a una breve visita desde un mundo lejano, imaginado por nuestra más grande nostalgia".

"Y desde hace algún tiempo sé también que cuanto más tiene uno que soportar, por la razón que sea, de la carga de sufrimiento que seguramente no sin razón se impone a la especie humana, con tanta mayor frecuencia se le aparecen espectros. En el Graben de Viena, en el metro de Londres, en una recepción dada por el embajador de México, en una cabaña de un guardián de esclusas del canal Ludwig en Bamberg, unas veces aquí y otras allá, se encuentra, sin que uno lo espere, a alguno de esos seres tan borrosos como desplazados, en los que siempre me llama la atención que son un poco demasiado pequeños y cortos de vista, tienen algo especialmente expectante y acechante, y en el rostro la expresión de una raza que nos guarda rencor".

"Durante algún tiempo existirá el sitio recientemente introducido en Internet "Momorial Grove", en el que se puede inhumar y visitar electrónicamente a los que nos son especialmente próximos. Sin embargo, luego también ese virtual cimetery se disolverá en el éter, y el pasado entero se disipará en una masa informe, indistinta y muda. Y al dejar un presente sin memoria y ante un futuro que no podrá concebir ya la razón de nadie, abandonaremos la vida por fin sin sentir la necesidad de permanecer al menos algún tiempo o de poder volver de visita ocasionalmente".