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En fuga continua de mi propia prisión.

viernes, julio 30, 2010

Retorcidamente gay

En realidad se trata de un título comercial. Que también podría haber sido Criptogay, Homoblicuo, etc. Es difícil resumir en una o dos palabras rotundas el concepto que me gustaría desarrollar en este apunte. Como lo ejemplificaré con películas, haré una primera referencia a una de las más fascinantes obras del cinematógrafo: Vértigo (Hitchcock, 1958). En esta película hay una escena, posterior a las secuencias en que Scottie persigue a la falsa Madeleine, posterior también al momento en que la salva de su propio y fingido suicidio, en que la falsa Madeleine, ya en el coche con Scottie, en pleno proceso de embaucamiento, le pide a aquel que pare junto al borde de un bosque de secuoyas. Madeleine lleva un hermoso abrigo blanco y las luces y sombras que proyectan las ramas de las enormes coníferas crean una atmósfera de ensoñación. Mientras se adentran en la espesura, ella le dice a él que detesta las secuoyas (árboles longevos donde los haya) porque le recuerdan "que habrá de morir". Acto seguido se acercan a un gran tronco cortado (colocado en vertical bajo una pequeña marquesina de leña) donde unos letreros señalan, sobre cada anillo concéntrico de crecimiento, fechas ligadas a acontecimientos históricos "importantes" (como el descubrimiento de América) ocurridos desde el nacimiento del árbol en el año 909 d.C. En un acto de encantamiento sin igual, la falsa Madeleine acerca lánguidamente su mano enguantada a uno de los extremos del tocón y acaricia consecutivamente con los dedos corazón e índice dos puntos: "aquí nací y aquí morí... sólo existe un momento para uno". Qué extraño resulta conjugar el verbo "morir" en primera persona del pretérito indefinido. De tan extraño, tienes la sensación de que lo estás haciendo mal. Pues bien, la historia de cierta identidad, de cierta cultura, de cierta sensibilidad "gay", retorcida y altamente codificada, parece también haber fenecido, atrapada entre dos puntos difuminados del tronco abatido de la historia pretérita.
Fue Foucault el que situó el nacimiento de la identidad homosexual moderna en algún punto de finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando la obsesión epistemológica por la clasificación y el nacimiento de la psiquiatría hicieron posible convertir lo que hasta entonces había sido un acto pecaminoso (la sodomía, el vicio nefando) en un prototipo humano (una "especie", por seguir la nomenclatura propia de las ciencias naturales, tan en boga entonces) claramente reconocible. La nueva identidad, construida en negativo y patrimonio inicial de médicos y psiquiatras, pasó pronto a convertirse en discurso de legitimazión de las víctimas, dando lugar a unos códigos, a una "cultura". El proceso judicial sufrido por Oscar Wilde en Inglaterra a finales del XIX, punto de inflexión capital para el desarrollo de esta nueva cultura, puso de manifiesto (periódicos mediante) las tensas y complejas relaciones que en el pensamiento occidental iría a crear la definición de la hetero/homosexualidad en tanto que binomio excluyente. En todo el siglo pasado, hasta y durante la gran crisis del SIDA, momento en que la homofobia vivió uno de sus mayores picos históricos, la cultura gay (quedémonos con el último de los adjetivos dados a este nuevo tipo de subjetividad) produjo una serie de fenómenos culturales, enormemente reconocibles por los sujetos que se sentían partícipes de esa cultura, cuya codificación y descodificación (producto de la fractura con la sociedad heterosexista) constituían un lenguaje para "iniciados" cuya vigencia dudo que exista actualmente entre las nuevas generaciones. La identidad que en un principio, médicamente, psiquiátricamente, hacía referencia a una cuestión "puramente" sexual, al convertirse en discurso de réplica, se sirvió del gran cajón de sastre que es la sexualidad (por ser esta un punto donde se cruzan millones de variables que van más allá de lo genital) y extendió sus connotaciones por todos lados, dinamitando y desexualizando aquel primer conjunto de rasgos que se usaron como corte taxonómico de entrada. Resulta curioso que la "invisibilidad" que (desde el gran episodio homofóbico del SIDA) desean hoy día para sí muchos "homosexuales", unido a una fuerte tendencia al biologicismo, la genética y lo no cultural, haya hecho que las fronteras de lo gay se encojan, volviendo a hacer que la cuestión "gay" sea explícitamente sexual. Esto es, cuestión de "cama", de con qué sexo/género te acuestas, poco más.
Cuando vivía en Madrid, F., F. y yo nos planteamos el tema y, quizás en un exceso de melancolía, de sentimiento "prima della revoluzione" (en tanto que habitantes de un antiguo régimen ya derrocado), o simplemente por petardeo sin mucho fundamento, decidimos que debíamos dejar constancia, a las futuras generaciones, de esa cultura, no explícita, sino retorcida, cuyos códigos entendíamos (quizás en menor medida que nuestros abuelos gays) y que, de alguna forma, había maleado nuestros humores y sensibilidades. El proyecto nunca se llevó a cabo. Yo me vine de Madrid y me encerré en esta cartuja, en este holocausto hetero. Cuando me he encontrado con jóvenes gays, he observado que una gran barrera cultural nos separa. Pretensión de invisibilidad (a veces no se consigue) vs pretensión de visibilidad. Despolitización vs politización. Igualdad vs diferencia. Es un tema complejo e interminable. Se me puede decir que ahora está lady Gaga y que con ella ha vuelto la "pluma", que nada ha cambiado tanto, que estoy mayor, que siempre hay un eterno retorno... no lo sé... todo es posible. No pretendo decir que no haya habido una cultura descaradamente gay. Por suerte la ha habido. En especial de los años setenta a esta parte. Pero esa complicidad, ese guiño, esa codificación entre emisor y receptor que incluso ha producido lecturas tendenciosas y unidireccionalmente torcidas de determinados personajes (léase Epi y Blas, Batman y Robin), esa válvula de escape a la dictadura (hoy dictablanda) de la heteronormatividad, es un fenómeno cultural enormemente interesante... y muy, muy divertido.
Aquí va mi lista de las diez películas que, como restos arqueológicos de una civilización extinguida, considero claros ejemplos de aquel siglo XX tan retorcidamente gay. No están todas las que son, pero sí son todas las que están. En estricto orden cronológico:

1. La soga (Hitchcock, 1948): una pareja de estudiantes refinados, solteros y con ínfulas de superhombres deciden demostrar a su profesor de criminología (James Stewart) que existe el crimen perfecto. Para ello asesinan a un compañero que consideran mediocre (léase hetero; está felizmente comprometido con una chica tan vulgar como él) y dan una fiesta en la casa de uno de ellos (¿o es la de los dos?) metiendo al muerto dentro de un arcón que utilizan a modo de mesa. El crimen como vínculo libidinoso entre los dos chicos, así como todas las sensaciones de vergüenza, remordimiento e histeria por parte del más joven de ellos, y de denuedo, consolación y contención por parte del otro, tienen una clara lectura en clave "homo". Excepto los títulos de crédito, en los que la cámara se pasea por la "normalidad" observada en la calle desde la ventana del apartamento donde se desarrollará el resto de la película, todo lo demás es claustrofóbico como un armario (el arcón, el salón elegante donde transcurren las principales escenas, los visillos cerrados, el plano-secuencia interrumpido sobre una chaqueta por el final de cada rollo de película). En la escena inicial, el cigarrillo que se echa uno de ellos después de ayudar al otro a estrangular a la víctima es el clásico cigarrillo que uno se fuma después de un polvo salvaje. "Mancharse las manos de sangre" a dúo es una forma de compartir fluidos. Una obra maestra de la homofobia, y por esto mismo, por evidenciarla tanto, ejemplo supremo de lo retorcidamente gay. Ni que decir tiene que casi toda la filmografía de Hitchcock (desde la lésbica Rebeca hasta Los pájaros, pasando por Extraños en un tren, Marnie la ladrona o Psicosis) se presta a este tipo de lecturas.

2. Té y simpatía (Minelli, 1956): un hombre adulto y felizmente casado vuelve al colegio donde estudió de pequeño con motivo del décimo aniversario de su promoción. Allí empieza a recordar las burlas de las que fue víctima por parte de sus otros compañeros y de algunos profesores. El motivo: su afeminamiento. Aunque todos dudan de su condición masculina y por ende de su sexualidad ("sister boy" es su mote), él se sabe heterosexual y está enamorado en secreto de la mujer del director del centro, la única que lo comprende, ya que su difunto y anterior marido le recuerda mucho a él. El hecho de que posiblemente la moral de la época impidiese que el personaje protagonista fuese homosexual, que es la implicación más extendida e inmediata del afeminamiento, hacen que la película, paradójicamente, sea un revulsivo enormemente moderno sobre la cuestión de por qué la heterosexualidad se construye obligatoriamente sobre modelos férreos y nada flexibles de masculinidad. Cuando lo vemos de adulto, observamos maravillados que su "pluma" ha desaparecido como por arte de magia, y que fue la mujer del director (homófobo) del centro, ahora separada de éste, la que corrigió su "pequeño defecto" haciéndole el amor casi al final del flashback al pasado. Extraña y futurista conclusión: si quieres que te vaya bien con las mujeres, parécete más a ellas, sé más igual. Una película retorcida sobre la paz de los sexos en tiempos de la Guerra Fría...

3. De repente, el último verano (Mankiewicz, 1959): uno de los mayores y más hermosos despropósitos de la historia del cine. F. lo comentaba en su blog, Champán y zumo de naranja: "Tennessee Williams y Gore Vidal se pusieron las botas de la homofobia con el guión". Sebastian (no podía ser otro el nombre) murió de repente, de manera trágica, el pasado verano. Su madre (Katherine Hepburn) no para de recordarlo como el gran hijo que fue, mientras su prima (Liz Taylor), que estaba junto a él la tarde de su dramática muerte, está encerrada en un hospital psiquiátrico como consecuencia de no haber podido superar aquel "suceso". Siguiendo las pesquisas del doctor Cukrowicz (Monty Clift), descubrimos, ya al final, que a Sebastian lo que le gustaba, utilizando como cebo femenino primero a su madre y luego a su prima, era practicar turismo sexual en países subdesarrollados, llenos de hombres jóvenes, bellos y hambrientos, dispuestos a cualquier cosa a cambio de unos dólares para comer. Evidentemente, todo esto está expuesto de una forma enrevesada, soterrada, oblicua. El surrealismo llega a niveles de paroxismo inusitado en la última escena, que es donde se recrea la tarde de los hechos. Bajo un sol de justicia, una banda de jóvenes (heterosexuales) hambrientos persiguen por una colina a Sebastian hasta abatirlo y lo descuartizan hasta, literalmente, devorarlo. ¿Se puede superar este dislate? En efecto, otro buen título podría ser: "De repente, todas estaban locas".

4. Mujeres enamoradas (Ken Russel, 1969): basada en la novela de D. H. Lawrence y referencia básica sobre la cuestión, tan bien desarrollada por Sedgwick en su libro Between men: English Literature and Male Homosocial Desire, de las tensiones sobre las que se construyen los vínculos homosociales (y no homosexuales) entre hombres de una sociedad profundamente homofóbica. La historia se centra en las relaciones de dos hermanas con dos hombres, que son amigos, y que establecen con ellas (al ser hermanas y actuar como un único blanco de deseo escindido en dos mitades) el típico triángulo erótico. Dada la asimetría de género de nuestra sociedad, entre los rivales hombres de tales triángulos el vínculo resulta al final mucho más fuerte, mucho más determinante en las acciones y las elecciones, que cualquier otro vínculo entre la chica que está en juego y aquellos que se la están rifando. Porque más que las cualidades del objeto de deseo, las cualidades que se estudian, sobre todo, son las del rival. Al hacer una mayor elección del rival jugador que del propio objeto en juego, nuestro deseo en fuga se "posa" sobre el objeto porque éste refleja, de una forma oblicua, al sujeto realmente deseado sobre el que existe el tabú de posarse directamente. La escena de la lucha ("reglada") entre los dos rivales completamente desnudos y sudorosos frente a la chimenea es una de las más homoeróticas de la historia del cine.

5. Confidencias (Visconti, 1974): quizás el cine de Visconti sea más descarada que retorcidamente gay. De todas formas, su exquisitez, sus referencias a una alta cultura europea en profundo declive, etc. lo convierten en un director altamente codificado, cuyos planteamientos pueden no estar en sintonía con las nuevas generaciones... por la falta de conocimientos y asideros de estos últimos. Ahí están La muerte en Venecia, La caída de los dioses, y tantas otras. He elegido ésta (Gruppo di famiglia in un interno) porque me encanta el personaje de Helmut Berger y, en especial, el de Burt Lancaster, ese homosexual refinado, culto, desencantado y melancólico, como de otra época. En mi opinión, uno de los mejores ejemplos de interpretación por parte de un actor hetero a la hora de abordar un personaje gay.

6. Jesús de Nazareth (Zefirelli, 1977): el "escándalo" de una figura como la de Jesucristo en una economía homofóbica del pensamiento y de la mirada resulta - paradójicamente - evidente. La elección de la soltería como estilo de vida, su pertenencia como líder a un grupo de hombres jóvenes (sus discípulos), su defensa de las putas (María Magdalena, Anne Bancroft en la serie), de los enfermos y de los débiles e improductivos, del amor universal que no distingue entre géneros (el vetado tema del sentimentalismo, de la "bisocialidad") su sacrificio, su entrega, su pasión (léase pasividad), más allá de sus ademanes y sus ropas, hacen del Jesucristo que se pasea por el Nuevo Testamento un "amigo" de la causa gay. El esteticismo propio de Zefirelli acentúa estas características. Como dice de nuevo Sedgwick en su Epistemología del armario: "las imágenes de Jesús (...) ocupan un lugar único en la cultura moderna como imágenes del cuerpo masculino desnudo o desnudable, a menudo in extremis y/o en éxtasis, que debe ser contemplado y adorado de forma preceptiva". Extraño lapsus éste, extraña vía de escape de una religión abrahámica profundamente masculinista, heterosexista y homofóbica.

7. Ricas y famosas (Cukor, 1981): la vida y la relación de dos amigas escritoras desde que se conocen en el college hasta esa noche de navidad en que, solas en mitad de una cabaña en el bosque, la una le pide a la otra, dejándole claro que no se ha hecho lesbiana: "eres el único trozo de carne que hay en metros a la redonda... en navidad la gente se besa. Bésame". Un brindis a la amistad por encima de la familia. Por eso y por sus maravillosos diálogos (el camp vibra de manera especial en todo lo relacionado con la amiga que interpreta Candice Bergen, que sería el trasunto del "gay" conservador frente al "gay" moderno y liberal que representa Jacqueline Bisset), Ricas y famosas merece ocupar un lugar de honor en toda filmografía de lo criptogay.

8. La flor de mi secreto (Almodóvar, 1995): posiblemente, junto con La ley del deseo, la película más personal de Almodóvar. Si La ley del deseo es su obra fundamental de lo descaradamente gay, La flor de mi secreto es su equivalente en el ámbito de lo homoblicuo. "Personnage à clef", travestido, del propio Almodóvar, Leo Macías (Marisa Paredes) es una conocida escritora de novela rosa que se refugia de su propio éxito bajo el seudónimo de Amanda Gris. La debacle sentimental que viene padeciendo a raíz de la agónica situación con su marido hacen que todo lo que intenta escribir, en lugar de rosa, le salga "negro". La extrañeza y el amor que siente ante su propia familia de baja extracción sociocultural (memorables Chus Lampreave y Rossy de Palma) y la vuelta al pueblo y al mundo familiar de la madre tras un intento de suicidio al constatar que "no existe ninguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo suyo con su marido" es todo un lugar común de las relaciones hijo varón gay con su madre.

9. Showgirls (Verhoeven, 1995): un ejercicio desmesurado y camp (jamás sabré hasta qué punto consciente) de deconstrucción de muchos de los tópicos sobre la heterosexualidad, la feminidad, la maldad femenina (la estela de Eva) y el lesbianismo versión Playboy. El "hombre hetero común" que entre en esta película con la intención de pasárselo bomba viendo tetas puede salir huyendo de ella cual gato escaldado del agua fría. El paroxismo al que son llevados todos los suplementos que culturalmente han marcado la feminidad (merece una mención especial el grandioso y minúsculo discurso sobre las uñas y la manicura) hacen de ella una obra de referencia del género como travestismo cultural y del peluquismo como teoría performativa general.

10. Gattaca (Andrew Niccol, 1997): podría haber escogido cualquier otra película que sirviese como metáfora a la identidad esquizoide del "armario", esto es, fingir que eres alguien que no eres en realidad con el fin de integrarte socialmente. Sin embargo, esta película de estética retrofuturista, uno de cuyos temas es la superación cultural del determinismo "natural" (genético, en este caso) es un ejemplo fantástico de cómo, sin hablar directamente de la cuestión gay, ésta puede rezumar por todos lados. El protagonista es un guapísimo Ethan Hawk que, genéticamente desautorizado para lograr su sueño (formar parte de una importante misión espacial) realiza un pacto con el también atractivo Jude Law, éste sí genéticamente apto y al que la vida ha dejado inútil en una silla de ruedas, para que, a cambio de compañía y asistencia, lo ayude en su gran impostura para obtener aquello que, desde su nacimiento, le ha sido vetado. Esto conlleva que ambos compartan un lujoso y masculino loft que parece salido de las páginas de L'Uomo Vogue. La aparición del hermano detective del protagonista al saltar la sospecha, metáfora de la vigilancia social ejercida por la familia, es otra lectura criptogay en una película llena de retorcidos significados.