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En fuga continua de mi propia prisión.

jueves, abril 08, 2010

Arpeggi

Después de estar con mi madre y una amiga de ella, M., tomando café. Vuelvo a casa y siento el subidón que me da verla, porque no sólo ella me ha visto crecer a mí sino yo también a ella, y observo que a determinadas edades, la gente puede seguir aprendiendo, y seguir siendo guapa, y curiosa.
Suena Weird fishes/Arpeggi, de Radiohead, en mi iPod. Estoy en medio de esta fastuosa tarde de primavera, andando por la calle, con mi alergia primaveral pero feliz, pensando que sí, que quiero ir a Estambul, con L., con A. Que hay que renovarse o morir. Y que lo mejor de renovarse está en conocer a personas maravillosas y ofrecerles tu amistad, y que ellos te ofrezcan la suya, o te la renueven después de años de haberles perdido la pista. Así, de repente, sin tú esperarlo. A pesar de toda esta semana de pesadilla, con Telefónica, sin Internet, solo, con la escasez de trabajo, con la ruina económica, con el escándalo Garzón, sintiendo de lejos y de cerca lo cutre que puede ser este país, pero no importa, porque la tarde es hoy espléndida y estoy escuchando una canción bellísima en mi iPod.
Me cruzo con tres turistas gays por la calle. Maduros. Con esa limpieza en la mirada que te da estar lejos de casa, descubriendo el mundo, en el Mediterráneo. Me recuerdan a esos personajes de la escuela flamenca, a esos burgueses con barba y ojos inquietos de Franz Hals o Van Eyck, y pienso que es posible que todavía queden hombres interesantes en el mundo...
Estoy feliz y no sé muy bien por qué... no tengo motivos aparentes. Todo lo contrario... y luego, en un momento de arrebato, justo antes de llegar a casa, observando a la gente que vive, que respira, que habla por la calle, pienso que no debería autocastigarme más con mi novela, que tampoco pasa nada, que ya la escribirán otros por mí, que a veces basta con observar cómo el aire mueve los geranios, rojos como el cielo de la tarde, o cómo se mueven las páginas de ese prodigio de libro de Foucault que está sobre la mesa de la terraza... para sentir ese escalofrío vital, ese arpegio de ejecución breve y resonancia infinita.