Se había peleado con el novio. Habían tenido una de esas tardes duras, de msm y apocalipsis.
Llegó tarde a casa y cuando entró en su habitación, lo primero que vió fue su albornoz, de cuerpo presente sobre la cama. Se había ido de allí enfadado y con las prisas olvidó colgarlo sobre la percha del cuarto de baño. De su novio, ni rastro.
En un mensaje le había escrito que lo quería y ahora, imaginándolo sobre su cama, con una mueca entre el rencor y el sueño, venía a decírselo de viva voz. Pero no estaba.
En dos segundos se había hecho a la idea del abandono y justo cuando pensaba en la bonanza de una futura soltería, ya en el cuarto de baño, vió a una horrible cucaracha negra meneando sus antenas sobre el precipicio de la bañera.
Su grito sonó como el de una loca que, tras años de cómodo matrimonio, se asoma a un futuro de incertidumbre, soledad y kilos de grasa mal repartidos.
En ese momento apareció su novio, que estaba acostado en el cuarto de invitados. Dijo ¿qué pasa? y él, entendiendo lo mucho que había envuelto en aquella pregunta, señaló tembloroso hacia su futuro, metamorfoseado en cucaracha, a fin de que su novio, raudo, escoba en mano, no dudase en matarla sin piedad. Y así lo hizo, salvándolo, validando las expectativas, la ontológica marital a la que uno aspira cuando deja de ser uno solo...
martes, mayo 24, 2005
martes, mayo 17, 2005
Laicida
Me comenta F. que la nueva dirección de su hermana en Francia es rue Voltaire.
Su antigua dirección en Sevilla era calle Santa Ana.
Es cierto que no está mal el tránsito en las solapas de las cartas: de escribir el nombre de la madre de la Virgen a retorcer los trazos zigzagueantes de un ilustrado anticlerical.
Su antigua dirección en Sevilla era calle Santa Ana.
Es cierto que no está mal el tránsito en las solapas de las cartas: de escribir el nombre de la madre de la Virgen a retorcer los trazos zigzagueantes de un ilustrado anticlerical.
lunes, mayo 09, 2005
La historia del tiempo llega a su fin
Leo en la Historia del tiempo de Stephen W. Hawking a propósito de un científico francés:
"Joël Scherk murió en circunstancias trágicas (padecía diabetes y sufrió un coma en un momento en que no había nadie cerca de él para ponerle una inyección de insulina)".
Descubro que murió en París. Claro, pienso, la ciudad de los gatos solitarios. La ciudad en que aquello que siempre te pilla a mano son los estratos de muerte.
Y luego leo:
"El determinismo de Laplace era incompleto en dos sentidos. No decía cómo deben elegirse las leyes y no especificaba la configuración inicial del universo. Esto se lo dejaba a Dios. Dios elegiría cómo comenzó el universo y qué leyes obedecería, pero no intervendría en el universo una vez que éste se hubiese puesto en marcha. En realidad, Dios fue confinado a las áreas que la ciencia del siglo XIX no entendía".
¿No es la búsqueda de la última respuesta una forma de matar a Dios? La física acorrala a Dios como se acorrala a las sombras al abrir las ventanas de una casa cerrada. Desde el punto de vista del conocimiento, Dios se asemeja más a las tienieblas que a la luz.
"Joël Scherk murió en circunstancias trágicas (padecía diabetes y sufrió un coma en un momento en que no había nadie cerca de él para ponerle una inyección de insulina)".
Descubro que murió en París. Claro, pienso, la ciudad de los gatos solitarios. La ciudad en que aquello que siempre te pilla a mano son los estratos de muerte.
Y luego leo:
"El determinismo de Laplace era incompleto en dos sentidos. No decía cómo deben elegirse las leyes y no especificaba la configuración inicial del universo. Esto se lo dejaba a Dios. Dios elegiría cómo comenzó el universo y qué leyes obedecería, pero no intervendría en el universo una vez que éste se hubiese puesto en marcha. En realidad, Dios fue confinado a las áreas que la ciencia del siglo XIX no entendía".
¿No es la búsqueda de la última respuesta una forma de matar a Dios? La física acorrala a Dios como se acorrala a las sombras al abrir las ventanas de una casa cerrada. Desde el punto de vista del conocimiento, Dios se asemeja más a las tienieblas que a la luz.
domingo, mayo 08, 2005
Desdicho
En el sueño había una persona y un perro. Recuerdo perfectamente la carita del perro, y el tacto de su pelo (aunque sólo lo toco una vez). El humano se desbibuja... pero si tuviese que relacionarlo con alguien conocido sería con F., un argentino delgado y canoso, de aproximadamente 40 años, que tiene un restaurante hacia el norte de mi casa y un hotelito hacia el sur. Al perro lo puedo ver con nitidez. Tiene un ojo pintado de azul y otro de rojo, con los rabillos dibujados al estilo de las folklóricas de los años 70. La persona que está a su lado (al que por una extraña razón asocio con F. y que es su dueño), le dice que me de un libro. El perrito me lo trae. Al recogerlo, me fijo que sobre la tapa posterior, color sol, apenas ha dejado la marca de sus dientes. Observo esto como un tímido gesto de confianza. Así que intento acariciarle el cuello, a modo de agradecimiento. Pero el movimiento del cuello del perro no deja lugar a dudas: una naúsea de rechazo recorre su cuerpo. Antes de que todo esto ocurriera, yo he esperado (no físicamente, porque apenas han transcurrido unos segundos, pero sí psíquicamente) a que el dueño diese órdenes a su mascota de tratarme como a un amigo. Pero el dueño no lo ha hecho. Tan sólo le ha ordenado que me pasara ese libro cuyo título no recuerdo. Yo era consciente del clima de leve desconfianza que había en aquel lugar (posiblemente un porche, el nacimiento de un jardín): sabía que el dueño, quizás justificadamente, no se entregaría del todo a mi presencia y que yo tendría que ganármelo. Y que sólo después de estar confiado, transmitiría su seguridad al perro, y que de ello dependería que mi eventual gesto de agradecimiento al animal fuera recibido con plenitud y agrado. Pero esa desconfianza débil (como la débil incomodidad del fresco en las noches de primavera) estaba allí instalada como el propio reflejo en una galería de espejos, y yo andaba a tientas, con sumo cuidado, como si llevase un vaso a rebosar por una escalera a oscuras.
-¿Desdice esta entrada la declaración de principios inaugural de este blog?
-Probablemente, pero no tenía dónde apuntar esta inquietud.
-¿Desdice esta entrada la declaración de principios inaugural de este blog?
-Probablemente, pero no tenía dónde apuntar esta inquietud.
viernes, mayo 06, 2005
La prisionera
Quisiera que La Prisionera fuera un diario, mi diario.
Declarado el principio, sólo me queda explicarlo: me refugiaré en la cita. En la cita ajena. En la cita de otros.
Esto significa que será la palabra de otros la que tome prestada para dar fe de mis placeres y mis días...
Lo que me lleva a convertir mi diario íntimo en un préstamo es una mezcla de humildad y soberbia. Humildad porque me veo incapacitado para escribir con asiduidad de manera bella. Soberbia porque me veo incapacitado para escribir con asiduidad de manera bella y, sin embargo, deseo un diario impecable.
Mi labor será como la de un dj, una labor en la que la selección sea la única forma de creación.
Muchos dirán que no arriesgo. Pero no hay nada más arriesgado que ser la pausa entre lo leído y lo copiado. Entre lo aprendido y lo amado. Porque somos esa pausa. En eso consistimos.
Con las citas de este diario no deseo desaparecer, como Simone Weil, "para que las cosas que veo se vuelvan perfectamente hermosas por no ser ya cosas que veo". Nada más lejos.
Más bien, deseo que las cosas que me pasan se vuelvan perfectamente hermosas por ser otros las que las ven como yo, conmigo.
La prisonnière es el quinto volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust. A mí me pasa que me siento prisionero de los demás, de algunos de ellos, de sus palabras, de su préstamo, de su huella.
Declarado el principio, sólo me queda explicarlo: me refugiaré en la cita. En la cita ajena. En la cita de otros.
Esto significa que será la palabra de otros la que tome prestada para dar fe de mis placeres y mis días...
Lo que me lleva a convertir mi diario íntimo en un préstamo es una mezcla de humildad y soberbia. Humildad porque me veo incapacitado para escribir con asiduidad de manera bella. Soberbia porque me veo incapacitado para escribir con asiduidad de manera bella y, sin embargo, deseo un diario impecable.
Mi labor será como la de un dj, una labor en la que la selección sea la única forma de creación.
Muchos dirán que no arriesgo. Pero no hay nada más arriesgado que ser la pausa entre lo leído y lo copiado. Entre lo aprendido y lo amado. Porque somos esa pausa. En eso consistimos.
Con las citas de este diario no deseo desaparecer, como Simone Weil, "para que las cosas que veo se vuelvan perfectamente hermosas por no ser ya cosas que veo". Nada más lejos.
Más bien, deseo que las cosas que me pasan se vuelvan perfectamente hermosas por ser otros las que las ven como yo, conmigo.
La prisonnière es el quinto volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust. A mí me pasa que me siento prisionero de los demás, de algunos de ellos, de sus palabras, de su préstamo, de su huella.
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