He terminado de leer el Contra Sainte-Beuve de Proust.
En él ya se esbozan los temas principales de À la recherche...
Las galeras originales de la obra que acabo de cerrar parecen estar llenas de tachaduras, correcciones, acotaciones, añadiduras de papel blanco sobre el que poder seguir escribiendo, vacilaciones tipográficas, anotaciones, etc. Editar a Proust debe ser tan complicado como recomponer el árbol genealógico de un plebeyo.
Desde un punto de vista moderno, Proust es un dinosario. Y como aquellos, provoca en nosotros repulsión y fascinación a un tiempo.
Sin embargo, ¿qué hace que la lectura de Proust sea por momentos la más deliciosa de las lecturas? ¿Qué tiene de atractivo un narrador a priori tan obsesionado por una aristocracia crepuscular, pacato en lo tocante a la sexualidad, pueril en la relación con su madre, errático en su concepción de lo social, ridículo en sus flirteos, deslumbrado cual colegial por lo mundano, tan poco viajado (Venecia es el lugar más exótico que jamás ha visitado) y tantas veces reaccionario? Wilde es años mayor que él y sin embargo resulta tremendamente moderno, aun compartiendo con él ese gusto desvaído y "antiguo" por el beau monde. ¿En qué estriba la diferencia? ¿En el peso de la ironía en uno y en otro? ¿En la biografía trágica de uno y la relativamente anodina del otro?
Ciertamente, la obra de Proust es, podríamos decir, "francesamente" seria... pero, insisto, ¿a qué se debe su encanto?
Aparte de ser un gran historiador, un perfecto d/escritor de paisajes y sensaciones (¡cómo describe Proust las estaciones, el aire y la luz de Francia, sus pueblos, sus domingos!), y un meticuloso taxonomista de lo humano, hay algo que hace que Proust me convenza como lector suyo devoto (a pesar de estar en las antípodas de su universo): es esa capacidad que tiene para crear una intimidad con el lector. En sus largas descripciones solitarias, pobladas de recuerdos y sensaciones, de vacilaciones, de contradicciones, de divagaciones, de comparaciones, de asociaciones, de defectos personales, de confesiones, de mentiras... hay mucha intimidad. Esa intimidad es tan verdadera que parecería que nuestros recuerdos fuesen una mutación moderna de los suyos. Esa aprehensión del pasado, de la ficción, de una época y de un yo ajenos a nosotros a través de esa intimidad compartida de "hacer memoria", acto común a todas las personas, es lo que hace que Proust me resulte tan indispensable, tan recurrente.