En El bosque de la noche, de Djuna Barnes, hay un capítulo dedicado a tí, Jenny Petherbridge en horas bajas. Tú, squatter de las vidas ajenas, de sus gustos, de sus opiniones, de sus dichos y gestos; tú, alimaña con sobrepeso que has mancillado la confianza que siempre te ofrecí hablando mal de mí y de los míos a sotto voce; tú, mediocre, usurpador, cochinillo de matanza, que eres capaz de hacer confundir a tu padre con un cualquiera para que los demás no nos demos cuenta de que eres cualquier hijo de un cualquiera. Tú, que vives avergonzado de lo que eres, aunque tu tronco y tus manos de campesino te delaten; tú, chillona, metomentodo, conspiradora, marquesa de Merteuil de ampulosos mohínes vacíos de emoción; tú, ser corroído por la envidia y el deseo de lo que te es ajeno; tú, mentiroso compulsivo, enfermo, falso amigo, que te "enamoras con el furor de la malicia acumulada", "traficante de emociones de segunda mano"; tú, baboso culoveo culoquiero, tú, sí tú, no manches más mi nombre ni leas más mis palabras, porque podrías arrepentirte...
No hubiese querido manchar mi blog con "ajustes" de este tipo, pero querida J(enny), me dejas sin opción.