Hay días, como hoy, en que no te cabe más frustración.
Conceptos relacionados: deseo, voluntad, infantilismo, procrastinación, fracaso, agresividad, autodestrucción, melancolía, compulsividad, ira, autocompasión, más ira.
El yo, tan estrujado por Proust, y El paseo, mi lectura actual, de Robert Walser.
La Prisionera
martes, septiembre 24, 2013
miércoles, julio 10, 2013
Bajo un sol de justicia
Decididamente, prefiero el calor al frío. En la elección entre dos extremismos, definimos grandes trechos de nuestra naturaleza cotidiana. Así yo, que soy Leo, Dragón en mi versión china, yo que estoy bajo los designios del Astro Rey, me decanto por las cosmologías del fuego. Lo compruebo de nuevo hoy, cuando me recorro parte del centro al salir del dentista a las cinco de la tarde, en busca de una farmacia y de una pomada para una llaga que tengo en la boca.
El calor que esconde a la gente con mayor fuerza que el frío, aplastante, que produce al colisionar con la vista una sensación de ensueño, de ojos húmedos, me tranquiliza. Es como un exceso de amor, un ascenso, un acercamiento. En las calles vacías, sólo el viento, seco y caliente. Las fuentes tienen los surtidores apagados y el agua está estancada y cálida.
Detestaba la rumoreada idea de un año sin verano, porque sería como un año perdido. El verano tiene algo de restablecimiento. De renacimiento. Adoro la estación en que nací por lo que tiene de paréntesis, de carnaval, de ficción, de fatuidad. Siempre hay, en las noches de verano, un susurro de alegres voces escondidas que se diluye en el carraspeo de los motores de las piscinas y de los grillos.
Voy pensando en la tormenta cálida de El Gatopardo, en las olas de calor que en las películas sitúan a sus protagonistas en el colapso de sus pasiones (La tentación vive arriba, Fuego en el cuerpo) y entonces, al pasar por una casa-puerta, veo a un anciano, con una camiseta de tirantes, todo de blanco, sentado en una silla desplegable en el zaguán en penumbra: un segundo antes de cruzar nuestras miradas, en el instante que tarda una chispa en arrancar un fuego devastador, descubro en él una maravillosa cara de mansedumbre, como la de aquellos que se entregan al placer, el sueño o la muerte.
El calor que esconde a la gente con mayor fuerza que el frío, aplastante, que produce al colisionar con la vista una sensación de ensueño, de ojos húmedos, me tranquiliza. Es como un exceso de amor, un ascenso, un acercamiento. En las calles vacías, sólo el viento, seco y caliente. Las fuentes tienen los surtidores apagados y el agua está estancada y cálida.
Detestaba la rumoreada idea de un año sin verano, porque sería como un año perdido. El verano tiene algo de restablecimiento. De renacimiento. Adoro la estación en que nací por lo que tiene de paréntesis, de carnaval, de ficción, de fatuidad. Siempre hay, en las noches de verano, un susurro de alegres voces escondidas que se diluye en el carraspeo de los motores de las piscinas y de los grillos.
Voy pensando en la tormenta cálida de El Gatopardo, en las olas de calor que en las películas sitúan a sus protagonistas en el colapso de sus pasiones (La tentación vive arriba, Fuego en el cuerpo) y entonces, al pasar por una casa-puerta, veo a un anciano, con una camiseta de tirantes, todo de blanco, sentado en una silla desplegable en el zaguán en penumbra: un segundo antes de cruzar nuestras miradas, en el instante que tarda una chispa en arrancar un fuego devastador, descubro en él una maravillosa cara de mansedumbre, como la de aquellos que se entregan al placer, el sueño o la muerte.
jueves, enero 31, 2013
Una mística indeterminada
Lacrimae Christi.
Los cirios prendidos de anhelos en contagioso derretir.
La panza en escorzo del caballo que tiró a Saulo de Tarso.
El aliento leve de los niños del Coro del King's College, vestidos de acólitos, cantando el Ave Verum Corpus.
Las criptas reales de las iglesias de Viena.
La luz moteada que entra por el vitral de la capilla y se estrella como un manantial contra las llagas de Cristo.
Manos talladas que se abren como capullos de flor.
El cuerpo desnudo de los santos, todo sonambulismo y pasión desmedida.
Las linternas, las bóvedas, los frescos, las jaculatorias sotto voce.
Palestrina, y Lasso, y Victoria.
La piedra fresca de la sacristía, la madera templada de las sillerías, las velas calientes entre las capillas.
El resplandor de los metales. Los órganos fantasmales.
Una caída, una llave, una alfombra desmochada.
Las sillas, los bancos, los reclinatorios.
El árbol desarraigado convertido en cruz que se lleva a cuestas.
Un vacío en mitad de la alta densidad de las ciudades.
El silencio y el agua fermentada de las pilas.
Las tablas untadas de pintura al óleo que narran hagiografías.
Las nervaduras en fantasía, como esqueletos de animales mitológicos.
Las puertas forradas de cuero guateado.
La luz, perdida y encontrada.
Una mística indeterminada.
Los cirios prendidos de anhelos en contagioso derretir.
La panza en escorzo del caballo que tiró a Saulo de Tarso.
El aliento leve de los niños del Coro del King's College, vestidos de acólitos, cantando el Ave Verum Corpus.
Las criptas reales de las iglesias de Viena.
La luz moteada que entra por el vitral de la capilla y se estrella como un manantial contra las llagas de Cristo.
Manos talladas que se abren como capullos de flor.
El cuerpo desnudo de los santos, todo sonambulismo y pasión desmedida.
Las linternas, las bóvedas, los frescos, las jaculatorias sotto voce.
Palestrina, y Lasso, y Victoria.
La piedra fresca de la sacristía, la madera templada de las sillerías, las velas calientes entre las capillas.
El resplandor de los metales. Los órganos fantasmales.
Una caída, una llave, una alfombra desmochada.
Las sillas, los bancos, los reclinatorios.
El árbol desarraigado convertido en cruz que se lleva a cuestas.
Un vacío en mitad de la alta densidad de las ciudades.
El silencio y el agua fermentada de las pilas.
Las tablas untadas de pintura al óleo que narran hagiografías.
Las nervaduras en fantasía, como esqueletos de animales mitológicos.
Las puertas forradas de cuero guateado.
La luz, perdida y encontrada.
Una mística indeterminada.
miércoles, enero 23, 2013
Ancho mar de los Sargazos
En ese momento en que el mundo me resulta inabarcable, la vida corta y el arte... el arte perecedero.
jueves, enero 10, 2013
Un éclat de méfiance
A veces basta con poner la música dilatada de Morton Feldman, llena de puntuación, y cambiar de manera aparentemente aleatoria, aunque en el fondo ayudado por el ritmo de las pausas, las palabras de un texto coherente, sin alterar la idea estructurante, y entonces todo se descompone en fogonazos de semiconsciencia, como - al menos en narrativa; distinto es el caso de la poesía - solo le he visto conseguir a Pynchon (pues Joyce no me gusta), en esos pasajes que parecen como saltos de una roca a otra sobre un río caudaloso lleno de peligros. El placer es parecido al de tirar una sopera de porcelana histórica y ver cómo se descompone en mil pedazos, o al de observar las múltiples direcciones en que se derrama un líquido, pongamos un vino carísimo, cada vez con menos ímpetu, o al de escuchar el crepitar de un salón burgués, lleno de crepes de seda natural, ardiendo de manera contagiosa y rauda. Cuerpos hermosos que se caen, rodillas jóvenes manchadas de sangre, una mano abierta que se eleva en escorzo, diminutas motas de polvo adheridas a un tenedor olvidado en el parque, un escalofrío fugaz en el bajo vientre, el capital disfrazado de fetiche detrás de los escaparates, un listado de nombres en una lengua desconocida, los gabinetes de curiosidades, un paseo por el invernadero de plantas y un incendio en lontananza. Así la pintura moderna, los trazos de barro en unas botas de montar, la guillotina, el desorden, los hospitales, las ráfagas, la llovizna. Déjame ladeado, notando mi propia respiración inquieta, descompensada frente al mundo. En algún momento la urbe se convierte en campo y el campo se convierte en mar, y el mar en plástico... así hasta la contracción del universo. ¿A quién le importa la verticalidad de las cosas que nos han hecho creer importantes cuando podemos meter la mano en el estanque de las palabras, para desordenar el mundo a nuestro antojo, las piernas cruzadas en alto, columpiadas por el vaivén del viento y sólo un poco, un poquito nada más, por nosotros mismos.
miércoles, enero 09, 2013
Nota introductoria a XXX
El día que empecé a escribir estas líneas, ocho de enero de dos mil trece, tenía mi billete de vuelta a París. Nunca lo utilicé, así que no volví a París... pero volví a la escritura.
jueves, diciembre 27, 2012
Enajénate
No tenemos que preocuparnos
La vida sopla donde quiere
Más veloz que una bala
Procedente de una pistola vacía
Da una voltereta
Suelto que podríamos gastar
Rallando diamantes
Pásate de la raya, enajénate
La gente que empuja cada vez más fuerte
Contra sí misma
Afilan sus puñales
Más de lo que asoma en sus caras
Cariño, ahora te toca a ti
Suelto que podríamos gastar
Allá donde vayamos
Pásate de la raya, colócate
Pásate de la raya, enajénate
Traducción libre de Round The Bend, de Beck
La vida sopla donde quiere
Más veloz que una bala
Procedente de una pistola vacía
Da una voltereta
Suelto que podríamos gastar
Rallando diamantes
Pásate de la raya, enajénate
La gente que empuja cada vez más fuerte
Contra sí misma
Afilan sus puñales
Más de lo que asoma en sus caras
Cariño, ahora te toca a ti
Suelto que podríamos gastar
Allá donde vayamos
Pásate de la raya, colócate
Pásate de la raya, enajénate
Traducción libre de Round The Bend, de Beck
miércoles, diciembre 12, 2012
Vinagre
1. Hoy, al ir a coger el aceite de la alacena, he visto la botellita de vinagre de Jerez que me compraron mis padres en el Bon Marché, nada más llegar. Quedaba para unas cuantas ensaladas; por mucho que lo utilice en los próximos días, el vinagre permanecerá y yo me iré. Se me ha caído el alma a los pies... Como en la novela de Balzac, ¡cuántas ilusiones perdidas!
2. Antes las ciudades me recordaban a París. Era fácil, teniendo en cuenta que fue el modelo en el que se reflejó todo el urbanismo decimonónico. Siempre había un palacete, una avenida, una farola... Ahora, una urbanística del corazón, del recuerdo, hace que cuando pasee por París, por el París más recóndito, vea trozos de otras ciudades en las que viví...
3. Pensaba en la Viena de Von Hofmannsthal, una ciudad que ya no existe. Quizás ni siquiera existió en la época del Imperio. Las ciudades de la literatura son magníficas, llenas de personajes bigger than life. Las ciudades reales, sin embargo, están llenas de débiles resentidos, como diría Nietzsche, de personajes tristes, desesperados, desarraigados, absurdos, insanos, tenebrosos, ridículos y profundamente vulgares. Sobre todo, profundamente vulgares.
4. París y yo no deberíamos nunca haber convivido. La convivencia no está hecha para los amores planónicos e irreales.
5. Decía San Juan de la Cruz, que "para venir a lo que no gustas,/has de ir por donde no gustas".
6. A pesar de cierta tendencia a la melancolía y al pesimismo soy una persona alegre. Me gusta la literatura triste, pero la gente alegre, con un punto de locura siempre sana. ¿Es esto una impostura o una simple manía, un tic? Lo cierto es que me gustan la alegría y el lamento. Soy andaloser, qué le voy a hacer. Un pueblo nietzschiano, un überpueblo, fatalista y alegre... Debo tratar, en lo sucesivo, de escribir con más alegría. Divertir haciendo reir.
2. Antes las ciudades me recordaban a París. Era fácil, teniendo en cuenta que fue el modelo en el que se reflejó todo el urbanismo decimonónico. Siempre había un palacete, una avenida, una farola... Ahora, una urbanística del corazón, del recuerdo, hace que cuando pasee por París, por el París más recóndito, vea trozos de otras ciudades en las que viví...
3. Pensaba en la Viena de Von Hofmannsthal, una ciudad que ya no existe. Quizás ni siquiera existió en la época del Imperio. Las ciudades de la literatura son magníficas, llenas de personajes bigger than life. Las ciudades reales, sin embargo, están llenas de débiles resentidos, como diría Nietzsche, de personajes tristes, desesperados, desarraigados, absurdos, insanos, tenebrosos, ridículos y profundamente vulgares. Sobre todo, profundamente vulgares.
4. París y yo no deberíamos nunca haber convivido. La convivencia no está hecha para los amores planónicos e irreales.
5. Decía San Juan de la Cruz, que "para venir a lo que no gustas,/has de ir por donde no gustas".
6. A pesar de cierta tendencia a la melancolía y al pesimismo soy una persona alegre. Me gusta la literatura triste, pero la gente alegre, con un punto de locura siempre sana. ¿Es esto una impostura o una simple manía, un tic? Lo cierto es que me gustan la alegría y el lamento. Soy andaloser, qué le voy a hacer. Un pueblo nietzschiano, un überpueblo, fatalista y alegre... Debo tratar, en lo sucesivo, de escribir con más alegría. Divertir haciendo reir.
lunes, diciembre 03, 2012
Autoscopia
A veces, mientras me dirijo al parque o al Pavillon du Lac, a media tarde, entre semana, miro a través de los árboles pelados y te observo más allá de la ventana de casa: una figura encorvada, de cara a la pared, frente al ordenador, perdiendo el tiempo o ganándoselo a cualquier precio. Al verte así, resignado, una enorme congoja hace que enrosque los pies a las patas de la silla del café, o que acelere el paso hacia el agua marrón del estanque, porque eres otra ilusión más desperdiciada, un engranaje oxidado, un condenado, una flor del mal mustia olvidada entre las páginas de un libro de allá por los noventa, no obstante amarillento como una primera edición de Baudelaire.
Los acostados
Ocupar una cama y atrincherarse en su horizontalidad es el acto más revolucionario que existe.
No es cambiar el mundo, no. Es negarlo, directamente.
No es cambiar el mundo, no. Es negarlo, directamente.
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