1. Hoy, al ir a coger el aceite de la alacena, he visto la botellita de vinagre de Jerez que me compraron mis padres en el Bon Marché, nada más llegar. Quedaba para unas cuantas ensaladas; por mucho que lo utilice en los próximos días, el vinagre permanecerá y yo me iré. Se me ha caído el alma a los pies... Como en la novela de Balzac, ¡cuántas ilusiones perdidas!
2. Antes las ciudades me recordaban a París. Era fácil, teniendo en cuenta que fue el modelo en el que se reflejó todo el urbanismo decimonónico. Siempre había un palacete, una avenida, una farola... Ahora, una urbanística del corazón, del recuerdo, hace que cuando pasee por París, por el París más recóndito, vea trozos de otras ciudades en las que viví...
3. Pensaba en la Viena de Von Hofmannsthal, una ciudad que ya no existe. Quizás ni siquiera existió en la época del Imperio. Las ciudades de la literatura son magníficas, llenas de personajes bigger than life. Las ciudades reales, sin embargo, están llenas de débiles resentidos, como diría Nietzsche, de personajes tristes, desesperados, desarraigados, absurdos, insanos, tenebrosos, ridículos y profundamente vulgares. Sobre todo, profundamente vulgares.
4. París y yo no deberíamos nunca haber convivido. La convivencia no está hecha para los amores planónicos e irreales.
5. Decía San Juan de la Cruz, que "para venir a lo que no gustas,/has de ir por donde no gustas".
6. A pesar de cierta tendencia a la melancolía y al pesimismo soy una persona alegre. Me gusta la literatura triste, pero la gente alegre, con un punto de locura siempre sana. ¿Es esto una impostura o una simple manía, un tic? Lo cierto es que me gustan la alegría y el lamento. Soy andaloser, qué le voy a hacer. Un pueblo nietzschiano, un überpueblo, fatalista y alegre... Debo tratar, en lo sucesivo, de escribir con más alegría. Divertir haciendo reir.