Estas últimas tardes la escasez de luz natural me ha pillado con las lámparas de casa apagadas. El aroma inconfundible del final del verano y las voces infantiles de la calle me han recordado una casa que visité algunas veces cuando era pequeño. La casa de Pepi, la costurera de mi madre.
A Pepi siempre la visitábamos a esta hora de la tarde, cuando mi madre salía del trabajo. No sé si su casa tenía o no poca luz, pero ahora me viene a la cabeza como en penumbra (algo imposible si pienso en el hecho de que Pepi era costurera y no podía dejarse la vista en semejante labor).
Pepi recibía en el salón de su casa, que estaba unido a lo que en su día fue una terraza, luego techada e incorporada al salón. Ese cierro daba a una plazoleta, la típica plazoleta de barrio obrero, y las voces de los chicos jugando al fútbol, o de sus madres llamándolos para volver a casa, siempre estaban presentes mientras Pepi tomaba medidas a mi madre o me tomaba el dobladillo de un pantalón...
Yo la recuerdo siempre agachada, con un alfiler en la boca, pronunciando la palabra "pespunte". Una palabra que a mi hermano y a mí, no sé porqué, nos hacía mucha gracia.
Ella fue la que nos hizo muchos de los disfraces que solíamos vestir en aquellas fiestas de cumpleaños inolvidables de nuestra primera infancia, o el traje de tuno que tuve cuando, ya algo mayorcito, tocaba el laúd en la tuna del colegio (¿once o doce años?).
A mí me encantaba entrar de la mano de mi madre en las casas ajenas y, durante un rato, escudriñar el interior de otras familias. Ahora no recuerdo casi ninguno de esos hogares pero en aquella época repasaba todos los muebles, el olor del último plato cocinado, los retratos de seres queridos colgados o colocados aquí y allá, las conversaciones que las dueñas de esas casas tenían con mi madre, a la que luego preguntaba sobre tal o cual asunto del que habían hablado...
Ese voyerismo del niño, tan inocente y rico, queda prohibido por la edad adulta.
Mientras escribo este recuerdo me viene otro de mi adolescencia: le puse texto a la música de Ottorino Respighi que ahora escucho: Tres pinturas de Boticelli (La primavera, La adoración de los magos y El nacimiento de Venus). Yo cambié el segundo del tríptico por el Venus y Marte que está en la National Gallery de Londres, porque me gustaba más. Lo escribí en uno de los muchos cuadernos de pasta dura en los que transfiguraba el mundo desde mi habitación. En aquella época Boticelli representaba a la perfección mi idea del amor y la belleza, en absoluto relacionados con lo sexual o lo morboso... Respighi tradujo musicalmente muy bien ese sentimiento.