De aquella iniciativa fallida que tuvo el Musée d'Orsay de encargar a varios cineastas de prestigio una serie de cortometrajes en los que apareciese el museo para luego darles forma de película conjunta, surgieron finalmente dos felices largos: L'heure d'été, ya comentada en otro post, y El vuelo del globo rojo, de Hsiao-hsien Hou. Ambas películas excepcionales.
El vuelo del globo rojo, utilizando la excusa del paseo caprichoso de un globo rojo y su cuerda blanca por los cielos, tejados y puentes de París (globo que, luego veremos, está sacado de una de las pinturas impresionistas del Musée d'Orsay), nos introduce en la cotidianidad más radical de una familia cualquiera: Suzanne (Juliette Binoche), una madre separada, que trabaja como narradora en un espectáculo de marionetas, su hijo Simon (quizás el niño más encantador que hemos visto en el cine en los últimos años) y la cuidadora de éste (Song, una estudiante taiwanesa de cine que está tratando de hacer una película con el mismo motivo de la que nosotros estamos viendo). De todos los personajes, el único que parece ver el globo, una y otra vez, es el niño... Rodada en largos planos secuencia y con una magia (durante las apariciones del globo) parecida a la del Pickpocket de Bresson, El vuelo del globo rojo es una fábula sobre la aparición de lo extraordinario en lo cotidano: ya sea la contemplación por un grupo de niños de un cuadro antiguo en un museo, una espera en la que nos ponemos a hacer crêpes por primera vez con ayuda de desconocidos, el afinamiento de un piano, su traslado de una planta a otra de una casa desaliñada, la improvisada conversación posterior que tenemos con los obreros que lo mudan, la contemplación de una extraña escultura sobre marionetas en un parque mientras un niño nos cuenta quiénes son los integrantes de su familia, el regalo de una vieja postal china comprada en Londres a un maestro marionetista durante un soleado viaje en tren, etc.
Juliette Binoche nos ofrece una lección magistral sobre su oficio. Pocas actrices tan capacitadas como ella para acercarnos a una verdad tan difícil como la de su personaje: que la vida de los adultos "es complicada", complicada en sus filigranas diarias, en la superación de sus pequeñas trampas cotidianas, en la futilidad de sus gestos, de sus alegrías, de sus disgustos...
Uno se reconcilia con el mundo ante piezas tan delicadas como ésta, aunque sólo sea momentáneamente.