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En fuga continua de mi propia prisión.

viernes, abril 10, 2009

Fantasmas

Días perezosos y familiares en Jerez.
Ayer, en un acceso de orden, limpié la biblioteca del salón y tiré muchísimos papeles (revistas, folletos turísticos, coleccionables sin encuadernar y manuales obsoletos) al contenedor de reciclaje. Junté toda nuestra colección de El barco de vapor y la coloqué en un estante: blanco, azul, naranja, azul, amarillo, blanco, naranja, naranja, rojo, amarillo, azul, naranja, rojo. Así quedaron los lomos. Cada color hacía referencia a la edad adecuada para leerlos. Pensaba que hasta Julio Verne, Poe y Wilde había leído poco, pero no, había leído mucho, no sólo de El barco de vapor, sino de Alfaguara juvenil, de Los cinco, de alta mar (ed. Bruño), de Elige tu propia aventura... aparecieron muchos libros de terror y Los últimos días de Pompeya, de Bulwer Lytton, que recuerdo que me encantó.
Por la tarde, mientras veía con mi madre una peli cursilona con Maryl Streep (Dancing at Lughnasa), que habíamos elegido "a la carta", me quedé dormido en el sofá, con una mantita echada. Me desperté con la sensación diáfana de que acababa de estar con S., mi primer amor adolescente. Aquella boca fresca, aquel olor suyo, aquella piel lampiña estaban tan cerca de mí como entonces, como si no hubiesen pasado los años, como si su fantasma de aquellos días me hubiese visitado y, después de haberse despedido de mi madre, acabase de salir por la puerta. Fui a la cocina a por un cuenquito de arroz con leche, me lo comí y terminé de ver la película.
Entre los fantasmas de ayer, mi dietario de cuando hice Inter-rail con quince o dieciséis años: "Cuaderno de viaje por tierras francesas, italianas y austriacas con desenlace en la Cité Lumière", así lo titulé. Pensé en llevármelo a Madrid, pero luego decidí que es mejor que algunos cuadros no salgan de su emplazamiento habitual. Lo he leído esta mañana, después de volver de la madrugá con mis tíos y con mi madre. Lo he leído con premura, sintiendo cierta vergüenza, como si estuviese violando la intimidad de una vida ajena a la mía. Descubrí, por ejemplo, que durante la estancia en Venecia tuve unas fiebres muy altas. No me acordaba en absoluto. De hecho, después de leerlo sigo sin acordarme... como si me lo hubiese inventado.