Ayer, "barco de la noche" en casa de F., como en los viejos tiempos. Sin la urgencia impuesta otras veces por el deseo o el hábito de salir, P., A., F., J. y yo estuvimos hasta las seis de la mañana pasándonos el timón, en medio de la tormenta dialéctica, a fin de que el barco no se hundiese. Hubo un momento crítico cuando nos quedamos sin tabaco, pero conseguimos remontarlo.
Aunque no salimos, hablamos mucho de ello. No exactamente de "salir", sino de todas las circunstancias que precipitan ese hecho: las relaciones con los otros, la necesidad de sentirse atractivo, el deseo, la pertenencia o adherencia a un grupo, los cambios que el tiempo ha operado en las costumbres y en nosotros. Resulta curioso que "salir" sea un verbo tan gráfico en español: pasar de dentro a fuera, manifestarse, sobresalir, darse al público.
F. decía que las relaciones interpersonales se habían visto muy influidas por la era de las comunicaciones digitales. No sólo por la impaciencia propia de Internet y sus lecturas hipervinculadas y rápidas (Google, Wiki), sino también por la facilidad para mentir a la que se presta lo virtual (caso del chat) y el interés característico de las redes sociales (Facebook, Tuenti, MySpace). A todo esto habría que añadir, supongo, el celebrity system (evolución "trash" del star system), los quince minutos de fama (a bailar), la realidad espectacularizada, la información narrada como suceso (fenómeno frecuente en los telediarios, incluso en los más serios), la fragmentación de la ideología y el éxito del storytelling del que hablaba ayer Vidal Beneyto en un magnífico artículo publicado en El País. Otros fenómenos inquietantes son los del "archivo de archivos" (que nos ha convertido a todos en exploradores, en investigadores) y el del asociacionismo de ideas, gustos y semejanzas, caso del "los que han comprado este objeto también han comprado este otro" de algunas tiendas virtuales o el "X relacionados", donde X se puede sustituir por vídeos, noticias, temas, etc. Una forma de búsqueda por remembranzas y sinonimias que, contrariamente a lo previsto, te puede llevar a lugares de lo más peregrinos.
El mundo cambia. Somos nosotros los que nos resistimos al cambio. O quedamos exhaustos en nuestro afán de continua adaptación a él (y es verdad que el ritmo de los últimos años ha sido como una clase de spinning para principiantes). En la obra de Chéjov (Platonov) que vimos ayer en el María Guerrero había un personaje que se lamentaba por los usos y costumbres perdidos en tan sólo una generación y que ni él mismo (debido a su juventud) había experimentado.
En eso, como en las travesías nocturas en barco, no hemos cambiado mucho. Por suerte para nosotros.