lunes, mayo 17, 2010
Un leve soplo
Se recostó sobre la cama y miró a cada esquina de la habitación. Ahora entendía mejor la flexión de las lenguas y por qué cada palabra, su significado, su evocación, eran producto de la Historia. Allí con él, en aquella pensión del sur del Mediterráneo, estaba todo el amor que podía dar. El que podía recibir se manifestaba en el aire cálido de la tarde, en los tres o cuatro libros que descansaban sobre la mesilla de noche como ángeles con las piernas colgando sobre una roca, en la fragilidad de la luz que retrocedía por la ventana. Había estado un rato mirando fotografías de hacía unos años y lo que más se le había envejecido era la mirada... había perdido ese brillo característico, limpio, de los espejos flamantes... se retrotrajo a esas tardes cálidas de veranos atrás, cuando la piel huele a gel fresco y el pelo largo de las amigas que te acompañan todavía está mojado... ¿qué hace tan hermoso que un desconocido, que nos aborda algo borracho en una terraza (la boca roja de carne e inteligencia) nos hable del dulce ruiseñor de Monteverdi? ¿la posibilidad de un nuevo principio? ¿una serena exclamatio? ¿el vínculo resucitado con Monteverdi y con todos los muertos? oh, juventud apresurada... Se puso a jugar con unas cerillas mientras contemplaba el nombre de la pensión escrito sobre la caja: Arcadia. Las frotaba con dificultad sobre el papel de lija, las encendía, se dejaba penetrar por el olor del fósforo, las apagaba con un leve soplo... se sintió mareado y pensó que sí, que decididamente debía dejar de fumar.