Después de meses de conciliación con otras lecturas, termino de leer los Diarios de John Cheever publicados por emecé. No cabe duda de que, en su género, y en general, se trata de una obra destacable. A pesar de estar aligerada desde su primera edición en inglés (hay un trabajo de montaje por parte del editor), algunos pasajes me han resultado arduos; no por la forma, que es impecable, sino por el tono lastimero de marido desatendido que adopta el escritor. Su sexualidad, tanto en el aspecto identitario como en el aspecto económico -en un sentido de gestión de la necesidad-, le atormenta. Al final de su vida parece más gozoso con esta faceta de su existencia. Hay trozos muy bellos; imágenes poderosas. Su pensamiento es más bien poético: las visiones engullen un razonamiento que podría ser más profundo. Pero esa capacidad suya para no cerrar los razonamientos, para que aparezcan en sfumatto, es quizás su gran baza. Leo las últimas páginas, todas las relativas a su enfermedad y decadencia física, con premura. No sé si estoy mirando de soslayo y con irresponsabilidad (como quien observa la caída de un mendigo borracho en la calle y por vergüenza acelera el paso, quedándose al final con la mala conciencia de su indiferencia) o si, en realidad, es un síntoma de absoluto interés (como cuando leemos una novela "de trama" y en su punto álgido nuestra curiosidad hace que nos saltemos algunas frases). Me noto con décimas de fiebre y leer sobre muerte y enfermedad me hace sentir la debilidad del propio cuerpo, algo que casi nunca me gusta, sobre todo cuando estoy solo.
Cierro el libro con la satisfacción del deber cumplido. Otra obra leída para mi alma y mi biblioteca. Como si leer diese puntos para algo... como si me fuese a cambiar la vida... no la del espíritu sino la del día a día, esa que me cansa y me enferma. Leer buenos libros ni siquiera es garantía para escribir bien. No sé si era Jean Cocteau el que decía que la literatura es una forma de la memoria que no se recuerda...
Al hacer pis, noto que me escuece la polla. Al menos esta vez estoy seguro de que no tiene nada que ver con mi vida sexual, que es inexistente. Mi recóndita conciencia cristiana se siente liviana...
Como nadie me ha salvado del castigo de Adán ("ganarás el pan con el sudor de tu frente"), se hace necesario que trate de cambiar de trabajo. Como siga cinco años más en este erial de la traducción basura, acabaré por detestar la palabra.