Así de bien se llama la ópera prima de Carlos Busqued, autor que, junto con otros, participa actualmente en eso que el Babelia de ayer denominaba el "perpetuo florecer de la literatura argentina".
Siempre me han gustado los títulos que empiezan con preposiciones: Contra la interpretación, En busca del tiempo perdido, Ante el espejo, Entre tinieblas, A sangre fría. Son dinámicos, contundentes, prometedores. De entre todas las preposiciones, "bajo" es una de las más condicionantes. Establece una relación subyugadora, de opresión, difícilmente voluble. La vida, la voluntad del personaje o de los personajes, quedan a merced de poderes superiores, ya sean humanos o naturales. Una presencia casi omnipotente demarca la escena, haciendo sumamente complejo escapar a su influjo. Me viene a la cabeza esa gran novela sobre la autodestrucción que es Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, donde los volcanes de Popocatepetl e Iztaccihuatl (a cuyos pies está Cuernavaca, ciudad en la que está destinado Firmin, el alcohólico cónsul protagonista), sirven de prolongación natural a un paisaje humano asfixiante y amenazado. Vivir "bajo" algo hace referencia directa a las relaciones de poder, a veces microscópicas, por las que tratamos que se escurra nuestra voluntad, sorteando todo tipo de avatares. Se trata de una posición de reconocimiento y revelación mítica, relacionada con la fatalidad y los grandes paisajes naturales en la antigüedad clásica (uno de cuyos apéndices contemporáneos podría ser el Far West) y que desemboca en la gran partitura, todavía por interpretar, del materialismo urbano de Benjamin, cuyos pasajes siempre están "bajo" las capas verticales que constituyen la ciudad.
Parece que los días de levante han pasado, por el momento.
El estado de estulticia de mis primeras jornadas deja paso a un estado de reconocimiento, de caída controlada, bajo este sol tremendo.
Cuando una ciudad que tiene tan poco que ofrecerte como Jerez se te antoja como un claro es porque vienes de atravesar una enorme maraña. Una maraña psicológica, parecida a la colisión espontánea de materiales que conforman la ciudad de los pasajes de Benjamin. No hay responsables, tan sólo agentes. Y una necesidad infinita de proteger los buenos recuerdos (que son tantos) y a las personas (y esto es futuro) que participan en ellos.
Ha sido una jugada arriesgada... sin embargo, a veces, en el desierto se respira mejor que en la jungla.