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En fuga continua de mi propia prisión.

miércoles, febrero 11, 2009

Desafecto

Cuando, de pronto, se va la luz, se produce en nosotros una primera reacción de pánico. Al rato, comprobamos que nuestros ojos se han adaptado a la oscuridad...
Ya te ha pasado varias veces: cuando algo va mal con alguien, con alguien importante para tí, intentas entenderlo, hacer autocrítica, montar un juicio sumarísimo en el que tú eres la defensa y el fiscal al mismo tiempo. Normalmente, siempre ganas el juicio, aunque la sentencia, a instancias de la acusación, no suele ser autocomplaciente. Pero eso sólo ocurre cuando ves buena voluntad en la otra parte.
La desafección ajena te lleva al desafecto propio. Te lo ponen fácil, en una palabra.
Y sí, te acostumbras a la oscuridad. A la oscuridad y al olvido.
El recorrido que va del afecto al desafecto, a pesar de ser un camino de tres letras, es duro y pedregoso. Y muy pocas veces tiene vuelta atrás. En el mundo de las oportunidades, por muchas que éstas sean, siempre hay una última, y es la que NO nos damos a nosotros mismos. Un día no sólo te levantas desafecto sino también desafectado. Y aquello que tanto te importaba, que tanto te afectaba, ha caído en el agujero negro del olvido. De nuestro propio olvido. Hasta tal punto es así, que no puedes evitar sentir cierta vergüenza. La misma que sentimos cuando no sabemos ubicar en nuestro mundo a alguien que nos saluda por nuestro nombre.
Te has acostumbrado a la oscuridad. E incluso te da pereza revolver la casa en busca de velas. Sólo queda esperar a que la luz se reanude...

P.D. Son muchas las ganas de ir a Jerez. De estar en familia. De comprar libros. De volver con nuevos aires. Y de empezar tu curso de escritura en ese chalecito tan mono de El Viso.