Cuando Sophie Calle volvió a París después de sus años maoistas, se encontró desocupada y sin amigos. Fue entonces cuando, haciendo honor a la pronunciación española de su apellido, se volvió una experta en la materia: empezó a seguir a los desconocidos que encontraba en sus paseos parisinos, intentando descubrir sus vidas, sus rutinas, sus secretos. A través de esas existencias ajenas llenó la suya propia y, lo que es más importante: se reconcilió con su ciudad, una antigua amiga a la que años de distancia física habían convertido en una extraña... reconocimiento del espacio. Tengo entre mis manos La douleur exquise, un libro de Sophie Calle que he comprado en la librería del Palais de Tokyo. El libro cuenta a través de fotografías, así como de textos propios y ajenos, un viaje a Japón que marcaría el inicio de una cuenta atrás de 92 días que conduciría a una ruptura, banal, pero que ella viviría en aquel entonces como "uno de los momentos más dolorosos" de su vida. El libro parece un misal antiguo, con los bordes de sus hojas en rojo lacado, su pasta dura forrada en suave tela gris y una cinta de hilo que hace de separador de páginas, también de color rojo. Lo llevo a todos sitios, durante mis últimas horas en solitario por la ciudad...
Siempre que abandono París siento un dolor punzante, una melancolía infinita. Es como si esa otra vida que un día me prometí a mí mismo se perdiese de nuevo aquí, en esta zona geográfica del mundo, en este cruce de coordenadas espaciales. Entonces pienso (y siento) las pérdidas que he ido acumulando a lo largo de mi vida. Todas parecen concentrarse en un día de verano en el que, tras enfadarme con alguien y separarme de él, lo volví a encontrar en el pont de l'Alma, ese puente tan hermoso desde el que se ve la torre Eiffel en su mejor perfil, y en cómo, a pesar del reencuentro fortuito, nos volvimos a separar, para siempre de algún modo...
Ya en el avión de vuelta escucho a Radiohead. Su In rainbows es la música perfecta para escuchar por los aires, "au delà des nuages". Con el sol de frente, estoy sobrevolando un nimbo de nubes esponjosas... pareciera que estoy sobre la Antártida. Dicen que un viaje lleva a otro, del pasado o del futuro, y éste me hace pensar ahora en las regiones más frías y alejadas, en los páramos de América, en que termina otra navidad. Todo cambia. Todo se desploma. El agua que se escurre por nuestros puños cerrados, algún día desaparecerá... las manos secas, de nuevo abiertas.
Me quedo absorto ante la ventanilla del avión. Son las cinco de la tarde del día de Reyes del primer año de la nueva década. Qué extraña es la vida.