Podrías haber escrito sobre la pandemia global, o sobre la enfermedad del dinero, o sobre El cisne de Tuonela, de Jean Sibelius, ese hombre unido al despilfarro. O ponerte, a ver qué pasaba, La última primavera de Edvard Grieg, cuyo título no hubiese podido servir para este post por cuestiones puramente supersticiosas. Después de cambiar "última" por "penúltima" o "antepenúltima", hubieses hablado de esta primavera en Madrid, de aquellas otras que pasaste en Sevilla o Barcelona o Granada, de los castaños de Indias y las estatuas del Jardin du Luxembourg, de los libros que se quedan olvidados sobre sus bancos individuales de herrumbre verde, del final de Sonrisas y lágrimas (The sound of music), que resume todo el cine que viste de pequeño: oh, la familia Trapp atravesando a pie los Alpes en su huida de los nazis... una escena bíblica...
Podrías haber hablado del enorme vacío que sentiste al volver de Roma, el último escalón del costoso ara coeli de las ilusiones cotidianas (¿y luego qué?), del trabajo alienante de esta última semana, de las sesiones solitarias delante del ordenador, como Penélope tejiendo y destejiendo ante el telar... o mejor aún, como la Scherezade amenazada de Las mil y una noches, porque mañana habrá otras traducciones a las que no podrás decir que no. Podrías haber escrito sobre la creencia de que todos tus problemas se resumen en uno sólo: la falta de dinero "suficiente", "suficiente" para no sentirte como Bartleby, el amanuense de Melville, cuyo nombre no sabrías pronunciar en inglés, ni falta que te ha hecho. Bartleby, cuya historia no sabes si entra en el ámbito de la inanición o de la inanidad, se ha paseado sigilosamente por la casa (igual ha salido en alguna de las fotografías que has tomado con el móvil), comiendo tus pocas sobras y sentándose tras de ti ante el ordenador... él está acostumbrado a las vistas de tres dimensiones que parecen de dos, así que no se ha debido de extrañar de estar frente a una de dos que parece de tres... Podrías haber hablado de que tus lecturas deberían ser perpendiculares, porque cuando son paralelas, como la de esta semana, corres el riesgo de toparte con tu doppelgänger, y no hay visión más terrorífica y llena de malos augurios que la de pisar a tu propia sombra...
Podrías haber hablado de las ganas que tienes de pronunciar aquella frase que alguien leyó un día en el Hola, "la vida me lo debía", o de que sabes que es precisamente su proximidad, como en el caso de los accidentes aéreos, la que aleja la probabilidad de que la pronuncies, de que ocurra...
Y sí, podrías haber hablado del vértigo que te produce asomarte a tu futuro, porque una de las trampas de la edad madura se tiende en el casino de la costumbre y consiste en preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer... y porque estás lleno de dudas y te sientes irremisiblemente condenado a caer por el desagüe (cosas de la gravedad). Ahí están los sueños que lo atestiguan, como el de la otra noche, que se desarrollaba en un andamio a gran altura y en el que tenías que sortear una gran cantidad de boquetes hambrientos de ti.
Podrías haber hablado de todo lo demás: de los pequeños aciertos, de las pequeñas compañías, de los pequeños hallazgos, pero siempre has sido muy absolutista y muy lastimero, sobre todo cuando piensas y escribes y, claro, como todo es demasiado pequeño para ti habrá un día en que sufrirás una miopía galopante y perderás todo de vista...
Podrías haber hablado de todo esto pero, qué duda cabe, preferirías no hacerlo.