Acababa de apagar un cigarrillo cuando se le cruzó el siguiente desafío autoimpuesto: "si no enciendes otro cigarrillo antes de que el reloj del ordenador marque las 18:30, morirás joven". Cuando el mechero hizo clic y aspiró una primera calada que sabía a última, el reloj marcaba todavía las 18:29. La maldición se deshizo en una nube de humo.