Muchas veces, para explicar tus descalabros vitales, has recurrido, en última instancia, a la mala suerte. Incluso al mal fario o al mal de ojo (vanidades gitanas).
Pero la suerte no se posee o se tiene.
Más bien, te atraviesa, te roza, te traspasa.
O te ignora.
Y te atraviesa igual cuando te toca la lotería que cuando contraes una enfermedad rara e incurable. Matemática pura.
Sin embargo, es justo que la adjetivemos como buena o mala, porque no puede ser más humana.
Como casi todo, sólo existe desde nuestra perspectiva, por interferencia con nosotros (no por sí sola sino en relación con nosotros).
Y al igual que ocurre con las piedras o los metales preciosos, es su escasez la que la cotiza. Pero esta escasez no se debe a las limitaciones espaciales de la tierra sino a las limitaciones temporales de los que en ella habitamos. De ahí que se nos revele como algo extraordinario.