domingo, noviembre 14, 2010

Trío de Ravel

Apunto autores y obras que quiero leer: Onetti, Chatwin, más Sebald, el último Coetzee, el Tristan Shandy de Sterne.
Hay otros que me gustaría simplemente tener: Anatomía de la melancolía de Burton, los Ensayos de Montaigne.
Una especie de ansiedad de carácter temporal (clausural, diría yo) se apodera de mí. Mi diógenes libresca me lleva cada cierto tiempo a la Luna Nueva y me hace comprar libros que se acumulan en mis estanterías. Son tareas pendientes que, de alguna forma, prorrogan o aplazan este tiempo de clausura. Clausura como fin, como cierre; clausura como encierro.
Coqueteo con la idea de encerrarme: la vida puede quedar allende la puerta, allende la ciudad, allende el presente, para un tiempo futuro. Ahora toca escribir, intentarlo al menos. Llegué aquí para eso, ¿no? ¿qué me hizo venir aquí? A veces, se me olvida.
Carne encerrada. Arroz pasado.
Entre los autores que apunto está Josep Pla. Escribo su nombre acercando la punta de los dedos al extremo del bolígrafo, sobre un post-it. Y de repente me acuerdo de alguien, una especie de fuego de San Telmo, de aparición y desaparición repentinas, que escribió algo sobre Josep Pla en su blog. Su extraña manifestación fantasmal, una suerte de aviso, es como un paréntesis cerrado con precipitación, un inicio de digresión de mi propia vida clausurada, fallido (¿por suerte?). En esta ruina de consumo pasivo, en este ambiente de capitalismo farmacopornográfico de sillas pegadas a ordenadores eternamente encendidos, y nosotros en medio, en este planeta donde ningún rincón parece haber escapado al turismo low cost y los periódicos ocupan la mayor parte de sus páginas con anuncios y balances empresariales, el amor se antoja como la única aventura posible, el deseado papel protagonista que todos nos han ido quitando.
Al recordar el nombre de Pla escrito por ese desconocido se produce en mí una consciencia de idealización fracasada, parecida a la que sume todo proyecto humano de la imaginación en leve derrota cuando cobra forma real.
Pienso en S. como si fuese un libro aún no leído, como si fuese una novela que jamás se escribirá. Y luego pienso en Sebald, en un artículo que leí sobre él en The New York Review of Books, y pienso en los estetas, en Baudelaire, en los melancólicos, en Benjamin...
En la radio suena el Trío para piano, violín y violonchelo de Ravel.
Me "apunto" también que quiero volver a ver Un corazón en invierno, de Claude Sautet.