martes, octubre 26, 2010

Cosas que caben en este otoño

Escuchar, ya caída la tarde, disco a disco, la integral de los Cuartetos de cuerda de Dmitri Shostakovich.
Hablar por el teléfono fijo con los amigos de aquí y de allá.
Leer novelas formalmente rupturistas, de estructura arriesgada: dígase Verano de Coetzee, o algún Bolaño pendiente, o una locura de Copi, o Campo Santo de Sebald, tan apropiado para estos días.
Almorzar lentejas, alubiones con almejas, espinacas con garbanzos.
English Breakfast Tea con nube de leche y scones caseros.
"Contraprogramar" La2 los viernes por la noche.
Ir una tarde con mi hermano al estudio de grabación y observar cómo graba alguno de sus nuevos temas.
Aprovechar la tarde del domingo para jugar unas partidas de backgammon y disfrutar de un Bruichladdich Sherry Classic on the rocks.
Viajar a Estocolmo, o a Amsterdam.
Leerse toda la segunda etapa (fenomenológica/poética/psicoanalística) de Gaston Bachelard.
Ante los accesos de soledad, refugiarse en los últimos compases de la Fantasía-Obertura de Romeo y Julieta, de Tchaikovsky.
Pirarse al campo algún que otro fin de semana, con amigos; observar la naturaleza; ensimismarse con sus ruidos, con los ladridos y los balidos de los animales al anochecer.
Acompañar estas escapadas de poetas de las islas británicas, con doble inicial: W. H. Auden, T.S. Eliot, W. B. Yeats.
Enamorarse, ligeramente, antes de que caiga la noche, y la noche empezará a caer pronto. Debe ser gente guapa, con un aire como de la escuela de Ferrara, soñadora, un pelín absurda, algo infantil, más de beso que de coito.
Dejar que te impregne ese aroma, y mezclarlo con Terre d'Hermès.
Evitar los bares y discotecas y frecuentar interiores más cálidos, luces indirectas: fiestas o cenas en petit comité. Hay que prepararse para la nueva Ley del Tabaco.
Si aparece algún amante, ponerlo a prueba con el visionado de algún clásico en DVD: Escrito sobre el viento, de Douglas Sirk o Un verano con Mónica, de Bergman. Si se aburre, ponerlo de inmediato en el cesto de reciclaje, como las cartas comerciales.
Trabajar escuchando a The Carpenters.
No esperar nada extraordinario. Relamerse en lo minúsculo. Adorar la miniatura.
Cerrar la puerta de casa, después de una tarde de compras, y saber que estás felizmente solo.
Visitar, en la medida de lo posible: museos donde haya muchas vitrinas, algo de polvo, gran cantidad de pequeñas piezas expuestas, una catalogación decimonónica, con un algo de gabinete de coleccionista. En Jerez, por ejemplo, el Museo de Relojes, con su jardín esparcido de pavos reales.
Desayunar cosas que se puedan mojar en el café: magdalenas, galletas, mostachones. Parar con la lengua ese hilo de leche que se escapa por las muñecas...
Dormitar.
Disfrutar del calor humano de los cafés. Sentir ese acaloramiento en las mejillas. Volver al frío de la tarde. Darle dos vueltas a la bufanda.
Soñar.
... y escribir.