"Puede que ya estuvieran allí cuando K. la había abierto; evitaban toda apariencia de estar observando a K.; charlaban en voz baja y seguían los movimientos de K. con la vista, pero con la mirada distraída que la gente suele dirigir a su alrededor durante una conversación. No obstante, a K. le pesaban aquellas miradas, y se apresuró a meterse en su cuarto deslizándose junto a la pared".
Franz Kafka, El proceso.
Nunca pensé que al empezar a leer El proceso, de Kafka, mi vida correría en paralelo a la del protagonista. La lectura de Kafka me la sugirió Vila-Matas, por ser el autor al que más cita en su último libro, Dietario voluble. Yo sólo había leído La metamorfosis, de adolescente, y entonces no entendí por qué era un escritor tan admirado (prefería la fantasía de Borges). Así que ante la incitación de Vila-Matas y mi propia mala conciencia como lector, fui a mi librería favorita de Jerez y compré una edición de bolsillo de la que es una de sus grandes obras, inconclusa para mayor goce de devotos. Ahora entiendo que, además de por su neurótica y desenfocada forma de tratar el deseo (un caso aparte en la literatura llamada canónica), su obra tiene un influjo particular...
Desde que abrí el libro mi vida se va complicando: mis dos sistemas informáticos se ralentizan hasta el punto de hacer imposible mi trabajo, se me acopla otra red inalámbrica en el canal de la mía, volviéndola inestable, pierdo la carpeta Elementos enviados de mi aplicación de correo (lo que me impide corroborar el envío de unas facturas), su rescate me sumerge en una búsqueda agotadora de software con licencia pirata, decido entonces comprarme un nuevo sobremesa y cuando ya lo tengo montado y me he deshecho de gran parte de su embalaje, descubro que su sistema operativo (Windows Vista) resulta incompatible con la mayoría de mis programas, hago el amago de sustituirlo por el XP Pro pero me entero que de seguir adelante me quedo sin derecho de garantía, gracias a una tenebrosa alianza de las grandes corporaciones informáticas (esas que nos tienen sin aliento en su infinita exigencia de actualización, creándonos una nueva enfermedad psíquica que podríamos bautizar como ultimatosis)... Por fin, El Corte Inglés (tu tienda del Opus, pero tu tienda amiga al fin y al cabo), aceptó ayer que devolviese mi compra, a pesar de que faltaba la mitad del embalaje...
Han sido días estúpidamente angustiosos, de mala comida y peor vida, de sueño entrecortado, de miradas atónitas de F. (ante mi obsesión), de impotencia ante la mafia empresarial, de indefensión como usuario, cliente, particular, consumidor o lo que quieran que sea para ellos...
Una mala pesadilla kafkiana, que me ha quitado trazos de humanidad.
Adentrándome en la biografía de Kafka, que apenas conocía, he descubierto su malogrado final en un sanatorio cercano a Viena (en sus últimos días, por una complicación de garganta, sólo podía ingerir líquidos) y la "suerte", tan suya, que ha corrido su obra: en parte desaparecida, en parte en manos de una familia israelí, la de Esther Hoffer (ex-secretaria de Max Brod, quien fue a su vez albacea de Kafka), que ha estado haciendo una gestión fragmentaria y pésima de sus escritos.
Maldito y pobre Kafka.
P.D. La buena noticia de la semana es que F. ha encontrado trabajo. Se va a África, a rodar con una tribu nómada de Namibia. Una experiencia peculiar, aunque de lo más envidiable.