domingo, noviembre 16, 2008

Las horas del verano

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que releía mucho. Mis libros de cabecera eran todo Djuna Barnes (especialmente El bosque de la noche y El vertedero), El retrato de Dorian Gray y En busca del tiempo perdido ("Mucho tiempo he estado acostándome temprano"). Volvía a ellos una y otra vez porque siempre había algo que se me escapaba al cerrarlos, porque habían sido una brújula en los años desnortados de mi adolescencia, o porque, quizás de forma inconsciente, convocaban aquellas horas lentas, la persiana medio echada, en que tumbado sobre la cama de mi cuarto, en casa de mis padres, las vacaciones eran auténticamente eso, un tiempo vacío. El futuro era a la vez incierto y prometedor y asomarme a él, como tantas veces dije a mis amigos de entonces (los del instituto, los de la carrera), no me producía vértigo.
En aquel tiempo no muy lejano, las noches tenían un olor intenso, como de aventura en barco, y sus finales siempre estaban abiertos, al igual que mis libros de cabecera, siempre a mano, esperando una nueva relectura...
No existían los móviles, ni Internet, y el sistema operativo de los ordenadores era el MS-DOS, una interfaz que hacía a las máquinas muy máquinas, con lo que resultaba fácil separarse de ellas. Todavía conservo muchas cartas de aquella época, con sus remites y sus sellos, objetos susceptibles de deteriorarse, de arrumbarse, de perderse. Pero también de ser redescubiertos, releídos. Catalizadores de la memoria, de ese archivo casi infinito y casi inmaterial que obsesionaba a Borges. Intento acordarme de los teléfonos fijos a los que solía llamar en aquella época, teléfonos que me sabía de carrerilla. No lo consigo... Las nuevas tecnologías (¿cuándo dejarán de ser nuevas?) nos han hecho la vida más fácil, cierto, pero nos han recortado la memoria...
Mi psicóloga me quiere curar la autoestima a través de la memoria. Del cultivo de una memoria buena (positiva), que no es lo mismo que una buena memoria. No sé si lo va a conseguir: mi neurosis está relacionada con el futuro, con esa ansiedad que hace que ya no relea y me lleva a acumular libros cuya lectura tengo pendiente, convirtiéndome en un diógenes de la literatura. O del papel, sencillamente. Papier manqué. Falto de papeles, literato fallido, letraherido, traductor de productos informáticos, teletrabajador, tecnodependiente... Un psicoanalista, eso es lo que yo necesito. Un alma iluminada que ordene mi diccionario, mis lecturas perdidas, mi querencia por el papel, que es pasado, mi devoción por ese pasado, mi melancolía. Entre la ansiedad y la melancolía, ni un solo escalón en el que sentarme.
"El destino y la historia son desordenados" dice Djuna Barnes. "Nosotros tememos el desorden de ese recuerdo". De ahí la legalización de la memoria, esto es, la herencia. La herencia genética, que certifica a nuestros padres y a nuestras madres, y a los padres de nuestros padres y a las madres de nuestras madres... y la herencia material, la de los objetos tasables, a veces la única interfaz que nos comunica con esa otra vida que es el pasado, tan ajena que tiene que mediar entre ella y nosotros el derecho de propiedad. Pienso en la casa de mis abuelos, que ya no es nuestra... ¿se ha perdido para siempre su recuerdo, su valor sentimental? ¿dónde andará la campanilla de la entrada que cuando sonaba nos hacía correr, a mí y a mi hermano, como locos hasta la puerta? ¿cuántos metros medía aquel corredor? Me vienen a la mente los trozos de seta que empequeñecían y hacían crecer a Alicia en el País de las Maravillas...
Por no hablar del desorden de los museos... nada hay más descontextualizado, a excepción de las entradas de los diccionarios.
Hace tiempo que no releo aunque vuelvo a menudo a los mismos sitios; en algunos, como la casa de mis abuelos, ya no puedo entrar, y a ratos, el mundo se agranda o se empequeñece en función de la mano en que lleve el trozo de seta de Alicia. París no se acaba nunca...

P.D. Escribo esto a raíz de ver Las horas del verano, de Olivier Assayas, película hermosa donde las haya, de floración continua. Queda pendiente revisitarla.