jueves, junio 16, 2011

Doppelgänger

De vuelta tras días de una extraña laxitud. Días de trabajo intermitente, de visitas y visitaciones, de lecturas desordenadas, de adioses a la primavera, de acatamiento y paciencia ante la inminencia del verano. Sensación de que pasan las horas, pero de que mañana volverán a pasar, en un bucle de perfecta reiteración. Durante estos primeros días de calor se me irrita la piel, la cara se me abotarga y todo ello me produce el efecto de los síntomas inaugurales de la embriaguez: una embriaguez que me empuja a la demora, a rezagar las actividades y su propia elucubración; desaparición temporal de la ansiedad. En el gimnasio, sobre la monotonía de la cinta, no paro de secarme el sudor de la frente, verónica yo mismo de mi particular via crucis, y entonces pienso en ese océano de calor e indolencia que se adivina será el verano, un verano a escasos kilómetros de la playa: todo en mi vida parece destinado a la escasez, al roce, al "cuasi", al "apenas".

A ratos leo la Vida de Benvenuto Cellini, que parece apócrifa; a ratos, a un palmo de su comprensión y disfrute totales, In Patagonia, de Chatwin, en inglés. De nuevo el "cuasi"... También leo a Sebald y sus frases impecables: "era fácil imaginarla en un escenario de ópera mientras, agotada por el drama de su vida, cantaba lasciatemi morir o alguna de esas arias finales". Pero la obra de Sebald es finita y por tanto mi felicidad también lo es. Entonces vuelvo a la cinta, y observo cómo se estampan sobre ellas las gotas de mi sudor, que caen como cae la lluvia sobre el mundo, y veo cómo desaparecen milagrosamente cuando vuelve a surgir el mismo tramo de la cinta, y pienso en los enamoramientos... qué mejor forma que esa de guerrear contra el insondable aburrimiento de la vida. El resto es la revolución, la revolución permanente. También creo que pasó de largo, el quince del pasado mayo por última vez. Me fijo en el hermoso rostro de César, uno de los encargados de mi gimnasio, tan despistado, tan michelangelesco, y me parece mentira que alguien tan guapo lo sea de manera tan accidental, o mejor dicho, que no haya hecho de su accidente su virtud. Entonces me acuerdo de algo que leí hace poco en un blog sobre Paul Bowles y me pongo pesimista, porque es posible que ya no queden hombres como él, hombres que saben perfectamente lo que les sienta bien sin necesidad de estar al tanto de las tendencias o de la moda. Y sí, claro que coqueteo con la idea de que S. entretenga mi verano, pero con S. no se puede contar, porque los fantasmas aparecen y desaparecen, es inútil invocarlos. No, yo no soy la Sra. Muir. En general, no conviene fantasear con el más allá. Mejor quedarse por acá.

Pero no por aquí. El otro día me decía un amigo que qué será de mí si al tiempo de estar en París me canso. Me quedará el nuevo mundo, le dije. ¿Cómo hubiese sido la vida de Lorca o de Machado si se hubiesen embarcado hacia el nuevo mundo en lugar de quedarse por aquí? Mejor, sin duda. Soy de una tierra que siempre miró con esperanza allende el Atlántico. ¿Cuántos de por aquí zarparon hacia la gran aventura de las Indias Occidentales durante la era de los descubrimientos?

La licuada textura del horizonte marino en los mediodías de excesivo calor.
El espejismo de una vida mejor.
Las fatamorganas.
Los espectros.
Sus visitas.
La vida como escenario vacío.
¿Dónde fueron a parar los personajes?
Mientras ellos buscan como zombis a un autor, el autor busca como un vampiro nuevos escenarios.
Yo sólo espero no encontrarme con mi doppelgänger.
Y enamorarme, levemente, este verano.