miércoles, mayo 18, 2011

Carta a un músico entre dos siglos

Querido Gustav,

Ante todo, perdóneme por el abuso de confianza. Sé que es usted un hombre de otra época. Sin embargo, he pasado tanto tiempo en compañía de su música (ahora podemos escuchar su música a solas en casa) que no puedo por menos que dirigirme a usted con el exceso propio de la contigüidad. Me he acordado especialmente de usted porque hoy hace justamente 100 años que se lo tragó literalmente la tierra, en su Viena querida, una mañana de primavera. Dicen, algunos de los que acudieron a su multitudinario entierro, quizás fuera Bruno Walter (que tanto dio a conocer su arte al gran público), que durante todo el cortejo fúnebre que lo acompañó hasta el cementerio de Grinzig no paró de llover, y que sólo cuando estaban a punto de sellar su tumba para siempre, un inmenso rayo de sol quiso colarse entre los nubarrones, resbalarse por su lápida, quizás para dejarle un último recuerdo luminoso de este mundo en continua evanescencia...
Hoy he leído que los melancólicos son aquellos que no ven el sentido a los rituales de la vida, que ven el envoltorio pero que debajo no ven sino vacío. Pero su música es todo menos vacío. Y pocos dioses como usted han sabido dar al vacío una solidez tan perdurable.
El siglo que empezaba y que lo vio morir trajo cosas terribles que usted se ahorró ver. Entre otras, que uno de sus discípulos más brillantes, Arnold Shoenberg, muriese en Los Ángeles, esa ciudad desolada de allende el desierto. Quizás le hubiera gustado ver La muerte en Venecia de Visconti, aunque no estoy del todo seguro. El actor protagonista tenía un parecido razonable con usted, aunque el verdadero protagonista era el adagietto de su Quinta, ese íntimo y hermoso juramento de la existencia...
En lo esencial el mundo ha cambiado poco. El paraíso que todos hemos creído percibir algún día acaba siempre por desvanecerse. Sin embargo, a esa hora de la tarde en que el viento agita los árboles y nos anuncia tormenta, una emoción compleja se sigue apoderando de nosotros. Quizás no esté todo perdido...
Gracias de verdad, querido Mahler, por haber hecho de este punto ínfimo del universo un lugar más bello y mejor.