martes, diciembre 15, 2009

Otra memoria sucia

Ahora que se había ido el desconocido, aquella habitación de pensión barata parecía aún más sórdida: la cama estaba desecha, las sábanas revueltas y sobre la moqueta estaban desperdigados sus calcetines, sus zapatos, sus tejanos arrugados y su jersey de cuello vuelto. Excepto el abrigo y el juego de bufanda, gorro y guantes, todo lo demás estaba tirado por los suelos. Aquello parecía obra de Pulgarcito. El extraño olor de un encuentro entre desconocidos se había sumado a la humedad de aquel día de lluvia y a los olores propios de una habitación tan maltratada como aquella... era un olor que sacaba los colores a cualquiera. Un olor que jamás te gustaría que oliese una persona querida. Un olor privado e íntimo. Como los que emana un enfermo antes de darse una ducha. Cuando encendió la luz del baño, ésta parpadeó durante un rato antes de iluminar el espejo desconchado que había sobre un lavabo macizo. Abrió uno de los paquetitos de jabón y se lavó las manos y la cara. Estuvo un rato observando frente al espejo su cara mojada, y cómo le caían las gotas sobre el pecho. La calefacción estaba al máximo. Una vez vestido, se acercó a la ventana y levantó la hoja en forma de guillotina. En realidad esto sólo lo hizo mentalmente. Estuvo un rato sobre la cama sentado, a oscuras. No podía moverse.
Cuando pasó por la recepción observó a una pareja apostada sobre el mostrador. La mujer, una falsa rubia de mediana edad, se reía a carcajadas mientras apagaba de forma enormemente teatral un cigarrillo sobre la papelera-cenicero que había junto a ella. El recepcionista no estaba.
Cuando salió a la calle el frío húmedo de la tarde le cortó la garganta. No sabía hacia dónde dirigirse... por suerte las tiendas estaban aún abiertas y mucha gente salía y entraba en ellas con bolsas en las manos cargadas de regalos. Unos coros infantiles cantaban villancicos desde altavoces estratégicamente escondidos entre los árboles. Pasó delante del escaparate de una librería. Uno de los títulos destacados era aquella novelita de Jean Rhys: "Después de dejar el Sr. Mackenzie". Recordó que en aquel libro la protagonista siempre estaba pidiendo dinero prestado y que la mayoría de sus escenas transcurrían a aquella hora de la tarde.