lunes, noviembre 23, 2009

Otra conjura

"La silla Wassily, al igual que todos los muebles domésticos modernos, no tiene ningún mecanismo que permita a quien se sienta en ella ajustarla conforme a sus propias necesidades. Además, lo agudo del ángulo del asiento hace que resulte imposible sentarse en ninguna postura salvo la repatingada; por ejemplo, si trata uno de adelantarse para alcanzar una taza de café, se encuentra desagradablemente apoyado en el borde rígido del asiento. Si se da uno la vuelta de lado, los brazos brindan escaso apoyo. Como el respaldo y el asiento son planos, desalientan los movimientos; uno se empieza a sentir inquieto en seguida. Si se doblan las rodillas, los muslos ya no están apoyados por el asiento tenso, que también le impide a uno estirar las piernas totalmente. Al cabo de poco rato, el borde de cuero rígido empieza a introducirse dolorosamente en la parte de abajo de los muslos y las puntadas gruesas de los brazos de la silla crean un roce desagradable en los codos. Es una butaca en la que no puede uno estar cómodamente más de treinta minutos seguidos".

Witold Rybczynski, La casa; historia de una idea.

Muchas de esas sillas de arquitecto, más que invitarnos al descanso parecen escupirnos hacia la actividad continua. Los arquitectos se han conjurado para hacernos la vida más frenética. Y más incómoda.