Releo una entrada del blog, de este blog, fechada el 31 de agosto de 2006. Se titula Vértigo:
"Mi relación con F. se extingue.
Sin embargo, la esperanza sigue ahí, agazapada: aunque el final más probable de un cigarrillo a medio consumir sea el cenicero, a veces alguien te lo pide para insuflar vida a un nuevo cigarrillo. Ese nuevo cigarrillo sería mi nueva vida con F. Una segunda oportunidad.
Ante la espera de esa insuflación, a menudo surgen brotes de ansiedad, que en absoluto ayudan a arreciar el fuego del cigarrillo que languidece. Al contrario, sólo sirven para desarreglarlo todo aún más.
Romper mis votos con F. se me antoja el episodio más trágico de mi vida. Me deja huérfano de futuro. Como decía Djuna Barnes, "en lo insoportable se halla el nacimiento de la curva de la alegría".
Por eso, hay momentos de ensimismamiento en que imagino una vida futura sin él. Es como si estar lejos de él me resucitase, me alargase la vida. Como si la vida sin él, algo inimaginable, fuese por eso mismo otra vida, una nueva vida, la prórroga feliz que procede a la muerte.
Esos momentos de ensoñación en el futuro se parecen al vértigo que sentimos ante un precipicio: el impulso de un vacío que nos atrapa. El interrogante que viene después del dolor. La paz quizás.
Durante la siesta leo a Gil de Biedma. Su evocación de lugares y sensaciones me marea como el olor de la gasolina..."
El vértigo de los ceniceros. La pace, sin duda.