Contemplo los títulos de crédito de la serie Angels in America, una de las más bellas que jamás he visto, basada en la obra de teatro de Tony Kushner. Una pieza soberbia sobre la historia de EE.UU., sobre el éxodo y la pandemia que vinieron marcando el siglo pasado y marcarán el siglo por venir, sobre la enfermedad y sus metáforas bíblicas, sobre los ángeles anunciadores, que comparten alas con Cupido pero cuyo batir es mucho más ensordecedor, escalofriante e inaudito, sobre los hospitales y sus rincones en penumbra, donde aparecen los fantasmas encarnados del pasado, sobre la hospitalidad de los extraños, sobre el pasado de nuestros cuerpos, sobre la incansable travesía del ser humano allende los mares, y allende sus madres, sobre el sexo, y sobre eso que se ha dado en llamar homosexualidad: un limbo lleno de ángeles deshabitados, con los pies tiznados...
En esta calurosa tarde de verano, horas antes de que empiece la noche de San Juan, contemplo frente al ordenador al ángel que bendice las aguas de la fuente de Bethesda en Central Park, reflejo de aquella otra de Jerusalen, que todo lo curaba... Han pasado apenas unos años desde que vi por primera vez esta serie, en la terraza de un amigo, una de las primeras tardes del verano también, quizás la víspera de la noche más corta del año. Estaba en otra ciudad, con otros miedos y otras heridas, terminando de redactar mi tesina...
Este agosto cumplo 33 años. Una nueva Perestroika personal. Noto cómo la tierra se resquebraja a mis pies. Lo hace a golpe de pequeños estruendos secos, como el sonido que hace una alfombra cuando la sacudimos con fuerza. ¿Un batir de alas, quizás?
El miedo y el calor me tienen derramado por los suelos. Que el ángel de Bethesda me proteja y me haga beber de su fuente.
martes, junio 23, 2009
miércoles, junio 17, 2009
Ceniceros
Releo una entrada del blog, de este blog, fechada el 31 de agosto de 2006. Se titula Vértigo:
"Mi relación con F. se extingue.
Sin embargo, la esperanza sigue ahí, agazapada: aunque el final más probable de un cigarrillo a medio consumir sea el cenicero, a veces alguien te lo pide para insuflar vida a un nuevo cigarrillo. Ese nuevo cigarrillo sería mi nueva vida con F. Una segunda oportunidad.
Ante la espera de esa insuflación, a menudo surgen brotes de ansiedad, que en absoluto ayudan a arreciar el fuego del cigarrillo que languidece. Al contrario, sólo sirven para desarreglarlo todo aún más.
Romper mis votos con F. se me antoja el episodio más trágico de mi vida. Me deja huérfano de futuro. Como decía Djuna Barnes, "en lo insoportable se halla el nacimiento de la curva de la alegría".
Por eso, hay momentos de ensimismamiento en que imagino una vida futura sin él. Es como si estar lejos de él me resucitase, me alargase la vida. Como si la vida sin él, algo inimaginable, fuese por eso mismo otra vida, una nueva vida, la prórroga feliz que procede a la muerte.
Esos momentos de ensoñación en el futuro se parecen al vértigo que sentimos ante un precipicio: el impulso de un vacío que nos atrapa. El interrogante que viene después del dolor. La paz quizás.
Durante la siesta leo a Gil de Biedma. Su evocación de lugares y sensaciones me marea como el olor de la gasolina..."
El vértigo de los ceniceros. La pace, sin duda.
"Mi relación con F. se extingue.
Sin embargo, la esperanza sigue ahí, agazapada: aunque el final más probable de un cigarrillo a medio consumir sea el cenicero, a veces alguien te lo pide para insuflar vida a un nuevo cigarrillo. Ese nuevo cigarrillo sería mi nueva vida con F. Una segunda oportunidad.
Ante la espera de esa insuflación, a menudo surgen brotes de ansiedad, que en absoluto ayudan a arreciar el fuego del cigarrillo que languidece. Al contrario, sólo sirven para desarreglarlo todo aún más.
Romper mis votos con F. se me antoja el episodio más trágico de mi vida. Me deja huérfano de futuro. Como decía Djuna Barnes, "en lo insoportable se halla el nacimiento de la curva de la alegría".
Por eso, hay momentos de ensimismamiento en que imagino una vida futura sin él. Es como si estar lejos de él me resucitase, me alargase la vida. Como si la vida sin él, algo inimaginable, fuese por eso mismo otra vida, una nueva vida, la prórroga feliz que procede a la muerte.
Esos momentos de ensoñación en el futuro se parecen al vértigo que sentimos ante un precipicio: el impulso de un vacío que nos atrapa. El interrogante que viene después del dolor. La paz quizás.
Durante la siesta leo a Gil de Biedma. Su evocación de lugares y sensaciones me marea como el olor de la gasolina..."
El vértigo de los ceniceros. La pace, sin duda.
viernes, junio 12, 2009
Preferirías no hacerlo...
Podrías haber escrito sobre la pandemia global, o sobre la enfermedad del dinero, o sobre El cisne de Tuonela, de Jean Sibelius, ese hombre unido al despilfarro. O ponerte, a ver qué pasaba, La última primavera de Edvard Grieg, cuyo título no hubiese podido servir para este post por cuestiones puramente supersticiosas. Después de cambiar "última" por "penúltima" o "antepenúltima", hubieses hablado de esta primavera en Madrid, de aquellas otras que pasaste en Sevilla o Barcelona o Granada, de los castaños de Indias y las estatuas del Jardin du Luxembourg, de los libros que se quedan olvidados sobre sus bancos individuales de herrumbre verde, del final de Sonrisas y lágrimas (The sound of music), que resume todo el cine que viste de pequeño: oh, la familia Trapp atravesando a pie los Alpes en su huida de los nazis... una escena bíblica...
Podrías haber hablado del enorme vacío que sentiste al volver de Roma, el último escalón del costoso ara coeli de las ilusiones cotidianas (¿y luego qué?), del trabajo alienante de esta última semana, de las sesiones solitarias delante del ordenador, como Penélope tejiendo y destejiendo ante el telar... o mejor aún, como la Scherezade amenazada de Las mil y una noches, porque mañana habrá otras traducciones a las que no podrás decir que no. Podrías haber escrito sobre la creencia de que todos tus problemas se resumen en uno sólo: la falta de dinero "suficiente", "suficiente" para no sentirte como Bartleby, el amanuense de Melville, cuyo nombre no sabrías pronunciar en inglés, ni falta que te ha hecho. Bartleby, cuya historia no sabes si entra en el ámbito de la inanición o de la inanidad, se ha paseado sigilosamente por la casa (igual ha salido en alguna de las fotografías que has tomado con el móvil), comiendo tus pocas sobras y sentándose tras de ti ante el ordenador... él está acostumbrado a las vistas de tres dimensiones que parecen de dos, así que no se ha debido de extrañar de estar frente a una de dos que parece de tres... Podrías haber hablado de que tus lecturas deberían ser perpendiculares, porque cuando son paralelas, como la de esta semana, corres el riesgo de toparte con tu doppelgänger, y no hay visión más terrorífica y llena de malos augurios que la de pisar a tu propia sombra...
Podrías haber hablado de las ganas que tienes de pronunciar aquella frase que alguien leyó un día en el Hola, "la vida me lo debía", o de que sabes que es precisamente su proximidad, como en el caso de los accidentes aéreos, la que aleja la probabilidad de que la pronuncies, de que ocurra...
Y sí, podrías haber hablado del vértigo que te produce asomarte a tu futuro, porque una de las trampas de la edad madura se tiende en el casino de la costumbre y consiste en preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer... y porque estás lleno de dudas y te sientes irremisiblemente condenado a caer por el desagüe (cosas de la gravedad). Ahí están los sueños que lo atestiguan, como el de la otra noche, que se desarrollaba en un andamio a gran altura y en el que tenías que sortear una gran cantidad de boquetes hambrientos de ti.
Podrías haber hablado de todo lo demás: de los pequeños aciertos, de las pequeñas compañías, de los pequeños hallazgos, pero siempre has sido muy absolutista y muy lastimero, sobre todo cuando piensas y escribes y, claro, como todo es demasiado pequeño para ti habrá un día en que sufrirás una miopía galopante y perderás todo de vista...
Podrías haber hablado de todo esto pero, qué duda cabe, preferirías no hacerlo.
Podrías haber hablado del enorme vacío que sentiste al volver de Roma, el último escalón del costoso ara coeli de las ilusiones cotidianas (¿y luego qué?), del trabajo alienante de esta última semana, de las sesiones solitarias delante del ordenador, como Penélope tejiendo y destejiendo ante el telar... o mejor aún, como la Scherezade amenazada de Las mil y una noches, porque mañana habrá otras traducciones a las que no podrás decir que no. Podrías haber escrito sobre la creencia de que todos tus problemas se resumen en uno sólo: la falta de dinero "suficiente", "suficiente" para no sentirte como Bartleby, el amanuense de Melville, cuyo nombre no sabrías pronunciar en inglés, ni falta que te ha hecho. Bartleby, cuya historia no sabes si entra en el ámbito de la inanición o de la inanidad, se ha paseado sigilosamente por la casa (igual ha salido en alguna de las fotografías que has tomado con el móvil), comiendo tus pocas sobras y sentándose tras de ti ante el ordenador... él está acostumbrado a las vistas de tres dimensiones que parecen de dos, así que no se ha debido de extrañar de estar frente a una de dos que parece de tres... Podrías haber hablado de que tus lecturas deberían ser perpendiculares, porque cuando son paralelas, como la de esta semana, corres el riesgo de toparte con tu doppelgänger, y no hay visión más terrorífica y llena de malos augurios que la de pisar a tu propia sombra...
Podrías haber hablado de las ganas que tienes de pronunciar aquella frase que alguien leyó un día en el Hola, "la vida me lo debía", o de que sabes que es precisamente su proximidad, como en el caso de los accidentes aéreos, la que aleja la probabilidad de que la pronuncies, de que ocurra...
Y sí, podrías haber hablado del vértigo que te produce asomarte a tu futuro, porque una de las trampas de la edad madura se tiende en el casino de la costumbre y consiste en preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer... y porque estás lleno de dudas y te sientes irremisiblemente condenado a caer por el desagüe (cosas de la gravedad). Ahí están los sueños que lo atestiguan, como el de la otra noche, que se desarrollaba en un andamio a gran altura y en el que tenías que sortear una gran cantidad de boquetes hambrientos de ti.
Podrías haber hablado de todo lo demás: de los pequeños aciertos, de las pequeñas compañías, de los pequeños hallazgos, pero siempre has sido muy absolutista y muy lastimero, sobre todo cuando piensas y escribes y, claro, como todo es demasiado pequeño para ti habrá un día en que sufrirás una miopía galopante y perderás todo de vista...
Podrías haber hablado de todo esto pero, qué duda cabe, preferirías no hacerlo.