"Yo era muy religiosa, y no es imposible que la confusión con que percibía la identidad de Dios y de su Hijo propiciara mi inclinación por las actividades de cálculo. Dios era la voz tonante que llamaba a los hombres al orden sin mostrar su rostro. Pero me habían enseñado que Él era al mismo tiempo el muñequito de yeso rosa que yo colocaba todos los años en el belén, el infeliz clavado en la cruz ante la cual se reza -sin embargo, uno y otro eran también su Hijo-, y asimismo una especie de fantasma llamado Espíritu Santo. Por último, yo sabía que José era el marido de la Virgen y que Jesús, aun siendo Dios e hijo de Dios, le llamaba "Padre". La Virgen, por su parte, era sin duda la madre de Jesús, pero a veces decían que era también su hija".
Catherine Millet, La vida sexual de Catherine M.
miércoles, abril 29, 2009
sábado, abril 18, 2009
Tristón
Hoy he tenido ganas de llamar a mi madre y decirle que estoy tristón. Ella me hubiese preguntado: ¿por qué, hijo?, y lo le hubiese dicho pues no sé mamá, por todo y por nada, por el día que ha estado nublado, por el ligero chaparrón que ha golpeado las ventanas al caer la tarde, porque he estado leyendo a Chéjov y escuchando a Bach, porque quizás estoy un tanto cansado de ser yo mismo, porque tú me cuidabas mejor de lo que yo me cuidaré nunca a mí mismo, porque hay días que me siento muy solo, aun estando acompañado, por mis primeras lecturas, que fueron los decadentistas y esa joya de la tristeza que es El bosque de la noche, porque F. está muy lejos, porque hoy tuve resaca y ahora me duele un poco la cabeza, porque tengo los pies fríos, porque la casa no tiene flores frescas y la planta que compró F. se está afligiendo como yo, porque todo es muy difícil y tú lo sabes, porque tengo pendiente un sinfín de cosas que siempre he creído importantes y quizás no las haga nunca, porque crecer es complicado, por cómo se derrama hoy la luz de las bombillas sobre la casa vacía, porque me siento derrotado y siento haber perdido muchas batallas mínimas, porque echo de menos esos días en que estaba enfermo, de pequeño, y te escuchaba hacer tus quehaceres por la casa cuando volvías del trabajo, porque me encantaba que me pusieses el termómetro y leer libros entre el calor de mi propia fiebre y de tus sábanas, porque me siento un poco perdido y nada encontrado, porque los días se pasan sin clemencia, porque no me ocurre nada grave y fíjate todo lo que te cuento, porque me he instalado en el desencanto, porque menos el tuyo no me acabo de creer del todo el cariño ajeno, o me lo creo pero nunca es en la medida que yo necesito, porque, igual, estoy un poco deprimido, como tú el año pasado, porque he perdido cierto ángel y el de la guarda se olvida a veces de mí, porque la vida es triste en estas latitudes y mis ilusiones están un poco mojadas, como las ventanas de la casa, porque mi propia pena es mi peor consejera y me vuelve inactrativo y porque, mamá, te costó mucho trabajo sacarme adelante y mira cómo me encuentro...
viernes, abril 17, 2009
Soirée Lavapiés
La melancolía que me picó esta tarde se me ha ido pasando a fuerza de poner una y otra vez Lavapiés, de la Suite Iberia de Albéniz.
Verdadera ciclotimia, sí.
Ahora tengo ganas de que lleguen esas tardes de verano con actividades y compromisos sociales. Y de sentir el olor a gel de ducha en la piel fresca y desnuda...
Verdadera ciclotimia, sí.
Ahora tengo ganas de que lleguen esas tardes de verano con actividades y compromisos sociales. Y de sentir el olor a gel de ducha en la piel fresca y desnuda...
Gran barrera de coral
"Sus personajes están sometidos a una vida sin alicientes de la que parecen no poder escapar: ‘Por alguna razón Nadia tenía la impresión de que así sería toda su vida, sin cambios y sin fin’ (La novia). Se trata del prosaísmo cotidiano del mundo burgués: las miserias de la profesión, el hogar y la provincia. Toda esa rutina a la que en la novela decimonónica se responsabiliza del desencanto: de la domesticación de los impulsos juveniles o del desgaste de los ideales y las ilusiones".
José Muñoz Millanes, Prólogo a los Cuentos de Antón Chéjov
Lees El profesor de ruso, acostado. Estás a punto de cerrar los ojos suavemente, de dejar que el libro se escurra de tus manos... de repente, como un insecto que se posa inadvertidamente sobre nosotros, te asalta un pensamiento sobre la vida breve. Ha sido apenas un roce, con la forma de algún año que ya pasó por el calendario, pero te ha dejado nublado el resto de lo que llevas de tarde. Del mismo modo que un corte de agua pone en jaque nuestra vulnerabilidad haciéndonos repentinamente sentir sed, ese insecto en forma de año pasado, de mes pasado, de día pasado, ha desatado tu congoja. Piensas en el tiempo que te falta en todo sentido, en tu trabajo de mierda, en tus ansiedades cotidianas, en la escasa trascendencia de muchas de tus relaciones, en lo profundamente insatisfecho que estás siempre, en tu cobardía. Suena el piano de Die Kunst der Fuge de J.S. Bach y te parece mentira que una música tan melancólica pueda venir de un hombre que creía en Dios, de un tiempo habitado por Dios. La música del Antiguo Régimen puede sonar tonante o jubilosa, pero ¿melancólica? ¿No fue Mendelssohn el que redescubrió a Bach?...
En el centro de todo este desaguisado está tu relación con F., el envejecimiento de tus padres, el mundo que cambia, el traspaso de locales, las mudanzas, los amigos que perdiste, la monotonía de tu propio cuerpo, el miedo que crece prolijo como las uñas de los muertos, el desencanto, el arroz pasado que es tu vida. Cuando uno se refugia en los libros de esa forma tan desesperada en que lo haces tú, es porque ha claudicado, ha tirado la toalla, como te dijo ayer el otro F., refiriéndose posiblemente a otra cosa. Enterrado bajo libros con olor a hojas muertas. Arriba, la vida de los otros, que intuyes tan miserable o más que la tuya. Esa música ya la conoces. Es fácil de bailar, pero prefieres quedarte sentado en el reservado. De vez en cuando alguien te saca y tú haces el paripé, pero ¡qué rápido te cansas!
En las antípodas de todo esto, en una profusión de vida que de tan elevada parece un cáncer en plena metástasis, la gran barrera de coral: una mezcla de las ilusiones perdidas y por venir, de abigarrado paisaje al otro lado de la ventanilla, denso como el archivo de la memoria, lleno de olores renovados, de un azul turquesa tan rabioso que no parece de este mundo.
José Muñoz Millanes, Prólogo a los Cuentos de Antón Chéjov
Lees El profesor de ruso, acostado. Estás a punto de cerrar los ojos suavemente, de dejar que el libro se escurra de tus manos... de repente, como un insecto que se posa inadvertidamente sobre nosotros, te asalta un pensamiento sobre la vida breve. Ha sido apenas un roce, con la forma de algún año que ya pasó por el calendario, pero te ha dejado nublado el resto de lo que llevas de tarde. Del mismo modo que un corte de agua pone en jaque nuestra vulnerabilidad haciéndonos repentinamente sentir sed, ese insecto en forma de año pasado, de mes pasado, de día pasado, ha desatado tu congoja. Piensas en el tiempo que te falta en todo sentido, en tu trabajo de mierda, en tus ansiedades cotidianas, en la escasa trascendencia de muchas de tus relaciones, en lo profundamente insatisfecho que estás siempre, en tu cobardía. Suena el piano de Die Kunst der Fuge de J.S. Bach y te parece mentira que una música tan melancólica pueda venir de un hombre que creía en Dios, de un tiempo habitado por Dios. La música del Antiguo Régimen puede sonar tonante o jubilosa, pero ¿melancólica? ¿No fue Mendelssohn el que redescubrió a Bach?...
En el centro de todo este desaguisado está tu relación con F., el envejecimiento de tus padres, el mundo que cambia, el traspaso de locales, las mudanzas, los amigos que perdiste, la monotonía de tu propio cuerpo, el miedo que crece prolijo como las uñas de los muertos, el desencanto, el arroz pasado que es tu vida. Cuando uno se refugia en los libros de esa forma tan desesperada en que lo haces tú, es porque ha claudicado, ha tirado la toalla, como te dijo ayer el otro F., refiriéndose posiblemente a otra cosa. Enterrado bajo libros con olor a hojas muertas. Arriba, la vida de los otros, que intuyes tan miserable o más que la tuya. Esa música ya la conoces. Es fácil de bailar, pero prefieres quedarte sentado en el reservado. De vez en cuando alguien te saca y tú haces el paripé, pero ¡qué rápido te cansas!
En las antípodas de todo esto, en una profusión de vida que de tan elevada parece un cáncer en plena metástasis, la gran barrera de coral: una mezcla de las ilusiones perdidas y por venir, de abigarrado paisaje al otro lado de la ventanilla, denso como el archivo de la memoria, lleno de olores renovados, de un azul turquesa tan rabioso que no parece de este mundo.
martes, abril 14, 2009
Place des États Unis
Resulta apabullante pensar en la cantidad de domicilios célebres que contiene una ciudad como París. Tomemos como ejemplo la place des États Unis, no muy lejos de la que fuese última morada de Proust, en el 44 de la rue Amiral Hamelin.
Lo que prosigue está copiado de la versión en inglés de Wikipedia (la negrita es mía y hace referencia a los moradores):
·No. 1, Place des États-Unis: The Embassy of Kuwait. Originally the townhouse of the Countess Roza Branicka (1863-1941), this place was also a gathering-place for Polish immigrants at the beginning of the twentieth century.
·No. 2: The Ephrussi Mansion. Constructed in 1886 by Ernest Sanson for the banker, Jules Ephrussi (1846-1915). In 1922, it was acquired by the Egyptian king, Fuad I, whose eventual fall from power prompted the successor government, the Republic of Egypt, to seize it for use as the residence of its ambassador to France.
·No. 3: Here, the American ambassador, Levi Morton, established his residence and, for a brief period, the offices of the entire American legation. The American novelist, Edith Wharton, also lived here for a time.
·No. 3B: The Embassy of the Government of Bahrain. This small brick-and-stone building was built for Olga von Meyendorff (1838-1926) before becoming the home of the painter, Théobald Chartran, and his wife, Sylvie. The Chartrans' place was the haunt of artists, writers, and politicians.
·No. 4: The Deutsch de la Meurthe Mansion. Originally constructed for the industrialist and aviation pioneer, Henry Deutsch de la Meurthe (1846-1919), this building was, during World War II, occupied by the Gestapo. Beginning in the late 1940s, it was the residence of Francine Worms-Weisweiller (1916-2003), a descendant of the Deutsch de la Meurthe family, who was the patron of Jean Cocteau, and her husband, the American financier, Alec Weisweiller.
·No. 6: Former home of Prince Alexander Bariatinski (1870-1910) and of the princess who was born Catherine Alexandrovna Yurievskaya (1878-1959), the daughter of Czar Alexander II of Russia. Today, it is a showroom for the wares of the crystal-maker, Arc International, formerly known as Cristallerie d'Arques.
·No. 7: A building constructed on the site of the townhouse Ida Rubinstein, the dancer and patron of the arts, moved into in 1921. Nothing is left of her home, which was designed and decorated by the great Léon Bakst. The Nazis seized her valuables during their World War II occupation of Paris. Whether the house was razed as an act of wanton destruction or whether it came down under other circumstances is unclear; sources vary.
·No. 8: This attractive private house belonged, at the beginning of the twentieth century, to M. Saint-Paul, an influential counselor of state. Then it housed the renowned literary salon of the poet, Edmée de La Rochefoucauld (1895-1991), a cultivated environment often referred to as the waiting room for the prestigious French Academy.
·No. 10: The De Brantes Building, presently occupied by lawyers' offices.
·No. 11: The Bischoffsheim Building, also called the De Noailles Building, was constructed in 1895 by Ernest Sanson for the financier, Raphaël-Louis Bischoffsheim (1823-1906), and subsequently occupied by his granddaughter, the Viscountess Marie-Laure de Noailles (1902-1970), who provided there a haven for artists and writers. Madame de Noailles supported artistic luminaries such as Jean Cocteau, Luis Buñuel, and Man Ray. She lived at the Place des Etats-Unis from age eighteen until her death in 1970. During her tenure there, she was renowned for throwing exquisite parties and cultural soirees where the guest list often included the likes of Pablo Picasso, Alberto Giacometti, Picabia, Balthus, Henri Matisse, and Salvador Dalí. The house later belonged to the Syrian-born Saudi arms dealer, Akram Ojjeh, then to his widow, Nahed, who sold it to the crystal-maker, Baccarat. This firm renovated the building with the help of the designer, Phillipe Starck, in order to open a luxurious showroom there, a facility it calls "a museum of crystal", and a restaurant named the Crystal Room.
·No. 12: This building, once a vast private house, is now the headquarters of the international liquor company, Pernod-Ricard.
·No. 14: A building constructed in 1910 on the site of the townhouse of the duc d'Isly (duke of Isly).
·No. 16: Having served as the American embassy, this structure became the property of Francisco-María de Yturbe y Anciola, the former Finance Minister of Mexico, who spent the last years of his life living there. It passed to his oldest son, Francisco-Tirso de Yturbe, another Mexican diplomat posted to Paris, then to his second son, Miguel de Yturbe, also a diplomat. Miguel de Yturbe married María Teresa Limantour, daughter of José Yves Limantour, who was also Finance Minister of Mexico for eighteen years under President Porfirio Díaz.
·No. 17: Presently the headquarters of the Association of Regional Daily Newspapers (Syndicat de la presse quotidienne régionale, or SPQR), the building was occupied by Count Charles Cahen d'Anvers and his wife, the countess. Cahen d'Anvers was the man who, in 1935, donated the château at Champs-sur-Marne to the French state. The Lebanese businessman, Samir Traboulsi, lived here at the time of the Pechiney-Triangle business and political corruption scandal.
·No. 18: A building at the western end of Square Thomas Jefferson, constructed by the architect, Pierre Humbert (b. 1848), for the young and wealthy Madmoiselle Mathilde de Montesquiou-Fézensac (1884-1960), who, much later, in 1920, married the musician and composer, Charles-Marie Widor (1844-1937), when she was 36 years old and he was 76.
Lo que prosigue está copiado de la versión en inglés de Wikipedia (la negrita es mía y hace referencia a los moradores):
·No. 1, Place des États-Unis: The Embassy of Kuwait. Originally the townhouse of the Countess Roza Branicka (1863-1941), this place was also a gathering-place for Polish immigrants at the beginning of the twentieth century.
·No. 2: The Ephrussi Mansion. Constructed in 1886 by Ernest Sanson for the banker, Jules Ephrussi (1846-1915). In 1922, it was acquired by the Egyptian king, Fuad I, whose eventual fall from power prompted the successor government, the Republic of Egypt, to seize it for use as the residence of its ambassador to France.
·No. 3: Here, the American ambassador, Levi Morton, established his residence and, for a brief period, the offices of the entire American legation. The American novelist, Edith Wharton, also lived here for a time.
·No. 3B: The Embassy of the Government of Bahrain. This small brick-and-stone building was built for Olga von Meyendorff (1838-1926) before becoming the home of the painter, Théobald Chartran, and his wife, Sylvie. The Chartrans' place was the haunt of artists, writers, and politicians.
·No. 4: The Deutsch de la Meurthe Mansion. Originally constructed for the industrialist and aviation pioneer, Henry Deutsch de la Meurthe (1846-1919), this building was, during World War II, occupied by the Gestapo. Beginning in the late 1940s, it was the residence of Francine Worms-Weisweiller (1916-2003), a descendant of the Deutsch de la Meurthe family, who was the patron of Jean Cocteau, and her husband, the American financier, Alec Weisweiller.
·No. 6: Former home of Prince Alexander Bariatinski (1870-1910) and of the princess who was born Catherine Alexandrovna Yurievskaya (1878-1959), the daughter of Czar Alexander II of Russia. Today, it is a showroom for the wares of the crystal-maker, Arc International, formerly known as Cristallerie d'Arques.
·No. 7: A building constructed on the site of the townhouse Ida Rubinstein, the dancer and patron of the arts, moved into in 1921. Nothing is left of her home, which was designed and decorated by the great Léon Bakst. The Nazis seized her valuables during their World War II occupation of Paris. Whether the house was razed as an act of wanton destruction or whether it came down under other circumstances is unclear; sources vary.
·No. 8: This attractive private house belonged, at the beginning of the twentieth century, to M. Saint-Paul, an influential counselor of state. Then it housed the renowned literary salon of the poet, Edmée de La Rochefoucauld (1895-1991), a cultivated environment often referred to as the waiting room for the prestigious French Academy.
·No. 10: The De Brantes Building, presently occupied by lawyers' offices.
·No. 11: The Bischoffsheim Building, also called the De Noailles Building, was constructed in 1895 by Ernest Sanson for the financier, Raphaël-Louis Bischoffsheim (1823-1906), and subsequently occupied by his granddaughter, the Viscountess Marie-Laure de Noailles (1902-1970), who provided there a haven for artists and writers. Madame de Noailles supported artistic luminaries such as Jean Cocteau, Luis Buñuel, and Man Ray. She lived at the Place des Etats-Unis from age eighteen until her death in 1970. During her tenure there, she was renowned for throwing exquisite parties and cultural soirees where the guest list often included the likes of Pablo Picasso, Alberto Giacometti, Picabia, Balthus, Henri Matisse, and Salvador Dalí. The house later belonged to the Syrian-born Saudi arms dealer, Akram Ojjeh, then to his widow, Nahed, who sold it to the crystal-maker, Baccarat. This firm renovated the building with the help of the designer, Phillipe Starck, in order to open a luxurious showroom there, a facility it calls "a museum of crystal", and a restaurant named the Crystal Room.
·No. 12: This building, once a vast private house, is now the headquarters of the international liquor company, Pernod-Ricard.
·No. 14: A building constructed in 1910 on the site of the townhouse of the duc d'Isly (duke of Isly).
·No. 16: Having served as the American embassy, this structure became the property of Francisco-María de Yturbe y Anciola, the former Finance Minister of Mexico, who spent the last years of his life living there. It passed to his oldest son, Francisco-Tirso de Yturbe, another Mexican diplomat posted to Paris, then to his second son, Miguel de Yturbe, also a diplomat. Miguel de Yturbe married María Teresa Limantour, daughter of José Yves Limantour, who was also Finance Minister of Mexico for eighteen years under President Porfirio Díaz.
·No. 17: Presently the headquarters of the Association of Regional Daily Newspapers (Syndicat de la presse quotidienne régionale, or SPQR), the building was occupied by Count Charles Cahen d'Anvers and his wife, the countess. Cahen d'Anvers was the man who, in 1935, donated the château at Champs-sur-Marne to the French state. The Lebanese businessman, Samir Traboulsi, lived here at the time of the Pechiney-Triangle business and political corruption scandal.
·No. 18: A building at the western end of Square Thomas Jefferson, constructed by the architect, Pierre Humbert (b. 1848), for the young and wealthy Madmoiselle Mathilde de Montesquiou-Fézensac (1884-1960), who, much later, in 1920, married the musician and composer, Charles-Marie Widor (1844-1937), when she was 36 years old and he was 76.
domingo, abril 12, 2009
Barco de la noche
Ayer, "barco de la noche" en casa de F., como en los viejos tiempos. Sin la urgencia impuesta otras veces por el deseo o el hábito de salir, P., A., F., J. y yo estuvimos hasta las seis de la mañana pasándonos el timón, en medio de la tormenta dialéctica, a fin de que el barco no se hundiese. Hubo un momento crítico cuando nos quedamos sin tabaco, pero conseguimos remontarlo.
Aunque no salimos, hablamos mucho de ello. No exactamente de "salir", sino de todas las circunstancias que precipitan ese hecho: las relaciones con los otros, la necesidad de sentirse atractivo, el deseo, la pertenencia o adherencia a un grupo, los cambios que el tiempo ha operado en las costumbres y en nosotros. Resulta curioso que "salir" sea un verbo tan gráfico en español: pasar de dentro a fuera, manifestarse, sobresalir, darse al público.
F. decía que las relaciones interpersonales se habían visto muy influidas por la era de las comunicaciones digitales. No sólo por la impaciencia propia de Internet y sus lecturas hipervinculadas y rápidas (Google, Wiki), sino también por la facilidad para mentir a la que se presta lo virtual (caso del chat) y el interés característico de las redes sociales (Facebook, Tuenti, MySpace). A todo esto habría que añadir, supongo, el celebrity system (evolución "trash" del star system), los quince minutos de fama (a bailar), la realidad espectacularizada, la información narrada como suceso (fenómeno frecuente en los telediarios, incluso en los más serios), la fragmentación de la ideología y el éxito del storytelling del que hablaba ayer Vidal Beneyto en un magnífico artículo publicado en El País. Otros fenómenos inquietantes son los del "archivo de archivos" (que nos ha convertido a todos en exploradores, en investigadores) y el del asociacionismo de ideas, gustos y semejanzas, caso del "los que han comprado este objeto también han comprado este otro" de algunas tiendas virtuales o el "X relacionados", donde X se puede sustituir por vídeos, noticias, temas, etc. Una forma de búsqueda por remembranzas y sinonimias que, contrariamente a lo previsto, te puede llevar a lugares de lo más peregrinos.
El mundo cambia. Somos nosotros los que nos resistimos al cambio. O quedamos exhaustos en nuestro afán de continua adaptación a él (y es verdad que el ritmo de los últimos años ha sido como una clase de spinning para principiantes). En la obra de Chéjov (Platonov) que vimos ayer en el María Guerrero había un personaje que se lamentaba por los usos y costumbres perdidos en tan sólo una generación y que ni él mismo (debido a su juventud) había experimentado.
En eso, como en las travesías nocturas en barco, no hemos cambiado mucho. Por suerte para nosotros.
Aunque no salimos, hablamos mucho de ello. No exactamente de "salir", sino de todas las circunstancias que precipitan ese hecho: las relaciones con los otros, la necesidad de sentirse atractivo, el deseo, la pertenencia o adherencia a un grupo, los cambios que el tiempo ha operado en las costumbres y en nosotros. Resulta curioso que "salir" sea un verbo tan gráfico en español: pasar de dentro a fuera, manifestarse, sobresalir, darse al público.
F. decía que las relaciones interpersonales se habían visto muy influidas por la era de las comunicaciones digitales. No sólo por la impaciencia propia de Internet y sus lecturas hipervinculadas y rápidas (Google, Wiki), sino también por la facilidad para mentir a la que se presta lo virtual (caso del chat) y el interés característico de las redes sociales (Facebook, Tuenti, MySpace). A todo esto habría que añadir, supongo, el celebrity system (evolución "trash" del star system), los quince minutos de fama (a bailar), la realidad espectacularizada, la información narrada como suceso (fenómeno frecuente en los telediarios, incluso en los más serios), la fragmentación de la ideología y el éxito del storytelling del que hablaba ayer Vidal Beneyto en un magnífico artículo publicado en El País. Otros fenómenos inquietantes son los del "archivo de archivos" (que nos ha convertido a todos en exploradores, en investigadores) y el del asociacionismo de ideas, gustos y semejanzas, caso del "los que han comprado este objeto también han comprado este otro" de algunas tiendas virtuales o el "X relacionados", donde X se puede sustituir por vídeos, noticias, temas, etc. Una forma de búsqueda por remembranzas y sinonimias que, contrariamente a lo previsto, te puede llevar a lugares de lo más peregrinos.
El mundo cambia. Somos nosotros los que nos resistimos al cambio. O quedamos exhaustos en nuestro afán de continua adaptación a él (y es verdad que el ritmo de los últimos años ha sido como una clase de spinning para principiantes). En la obra de Chéjov (Platonov) que vimos ayer en el María Guerrero había un personaje que se lamentaba por los usos y costumbres perdidos en tan sólo una generación y que ni él mismo (debido a su juventud) había experimentado.
En eso, como en las travesías nocturas en barco, no hemos cambiado mucho. Por suerte para nosotros.
viernes, abril 10, 2009
Fantasmas
Días perezosos y familiares en Jerez.
Ayer, en un acceso de orden, limpié la biblioteca del salón y tiré muchísimos papeles (revistas, folletos turísticos, coleccionables sin encuadernar y manuales obsoletos) al contenedor de reciclaje. Junté toda nuestra colección de El barco de vapor y la coloqué en un estante: blanco, azul, naranja, azul, amarillo, blanco, naranja, naranja, rojo, amarillo, azul, naranja, rojo. Así quedaron los lomos. Cada color hacía referencia a la edad adecuada para leerlos. Pensaba que hasta Julio Verne, Poe y Wilde había leído poco, pero no, había leído mucho, no sólo de El barco de vapor, sino de Alfaguara juvenil, de Los cinco, de alta mar (ed. Bruño), de Elige tu propia aventura... aparecieron muchos libros de terror y Los últimos días de Pompeya, de Bulwer Lytton, que recuerdo que me encantó.
Por la tarde, mientras veía con mi madre una peli cursilona con Maryl Streep (Dancing at Lughnasa), que habíamos elegido "a la carta", me quedé dormido en el sofá, con una mantita echada. Me desperté con la sensación diáfana de que acababa de estar con S., mi primer amor adolescente. Aquella boca fresca, aquel olor suyo, aquella piel lampiña estaban tan cerca de mí como entonces, como si no hubiesen pasado los años, como si su fantasma de aquellos días me hubiese visitado y, después de haberse despedido de mi madre, acabase de salir por la puerta. Fui a la cocina a por un cuenquito de arroz con leche, me lo comí y terminé de ver la película.
Entre los fantasmas de ayer, mi dietario de cuando hice Inter-rail con quince o dieciséis años: "Cuaderno de viaje por tierras francesas, italianas y austriacas con desenlace en la Cité Lumière", así lo titulé. Pensé en llevármelo a Madrid, pero luego decidí que es mejor que algunos cuadros no salgan de su emplazamiento habitual. Lo he leído esta mañana, después de volver de la madrugá con mis tíos y con mi madre. Lo he leído con premura, sintiendo cierta vergüenza, como si estuviese violando la intimidad de una vida ajena a la mía. Descubrí, por ejemplo, que durante la estancia en Venecia tuve unas fiebres muy altas. No me acordaba en absoluto. De hecho, después de leerlo sigo sin acordarme... como si me lo hubiese inventado.
Ayer, en un acceso de orden, limpié la biblioteca del salón y tiré muchísimos papeles (revistas, folletos turísticos, coleccionables sin encuadernar y manuales obsoletos) al contenedor de reciclaje. Junté toda nuestra colección de El barco de vapor y la coloqué en un estante: blanco, azul, naranja, azul, amarillo, blanco, naranja, naranja, rojo, amarillo, azul, naranja, rojo. Así quedaron los lomos. Cada color hacía referencia a la edad adecuada para leerlos. Pensaba que hasta Julio Verne, Poe y Wilde había leído poco, pero no, había leído mucho, no sólo de El barco de vapor, sino de Alfaguara juvenil, de Los cinco, de alta mar (ed. Bruño), de Elige tu propia aventura... aparecieron muchos libros de terror y Los últimos días de Pompeya, de Bulwer Lytton, que recuerdo que me encantó.
Por la tarde, mientras veía con mi madre una peli cursilona con Maryl Streep (Dancing at Lughnasa), que habíamos elegido "a la carta", me quedé dormido en el sofá, con una mantita echada. Me desperté con la sensación diáfana de que acababa de estar con S., mi primer amor adolescente. Aquella boca fresca, aquel olor suyo, aquella piel lampiña estaban tan cerca de mí como entonces, como si no hubiesen pasado los años, como si su fantasma de aquellos días me hubiese visitado y, después de haberse despedido de mi madre, acabase de salir por la puerta. Fui a la cocina a por un cuenquito de arroz con leche, me lo comí y terminé de ver la película.
Entre los fantasmas de ayer, mi dietario de cuando hice Inter-rail con quince o dieciséis años: "Cuaderno de viaje por tierras francesas, italianas y austriacas con desenlace en la Cité Lumière", así lo titulé. Pensé en llevármelo a Madrid, pero luego decidí que es mejor que algunos cuadros no salgan de su emplazamiento habitual. Lo he leído esta mañana, después de volver de la madrugá con mis tíos y con mi madre. Lo he leído con premura, sintiendo cierta vergüenza, como si estuviese violando la intimidad de una vida ajena a la mía. Descubrí, por ejemplo, que durante la estancia en Venecia tuve unas fiebres muy altas. No me acordaba en absoluto. De hecho, después de leerlo sigo sin acordarme... como si me lo hubiese inventado.
miércoles, abril 08, 2009
Todo va a ir bien...
En 1922, su último año de vida (año en que también murió Proust), Katherine Mansfield anota en su diario muchos sueños. Sueña con su madre, con que vuelve a Australia, con América.
Sus últimas palabras: "Todo va a ir bien".
Sus últimas palabras: "Todo va a ir bien".
lunes, abril 06, 2009
Navidad en Roubaix. Los franceses. El último Almodóvar.
Un conte de Noël (2008), primera película estrenada en España de Arnaud Desplechin, transcurre en Roubaix, una localidad provinciana, fea y aburrida del norte de Francia, cerca de la frontera belga. Allí, en la casona familiar, es donde padre (Jean-Paul Roussillon) y madre (Catherine Deneuve), deciden reunir a sus hijos, nueras, yernos, nietos, sobrinos e incluso a la "viuda" de la difunta hermana lesbiana del padre. La excusa que sirve de pauta a tal reencuentro familiar es el día de navidad, aunque el verdadero motivo es la enfermedad degenerativa que le han diagnosticado a la madre, un tipo de leucemia ya conocido por todos, puesto que mató al segundo hijo de la familia a la edad de seis o siete años. Ante la necesidad de encontrar a un donante genéticamente compatible, la familia al completo, con sus análisis bajo el brazo, se reune después de años sin hacerlo. El principal conflicto está en el reencuentro de todos con el hijo desterrado (Mathieu Amalric), inútilmente concebido en su día para curar al hermano muerto y con el que las mujeres de la familia (tanto la madre como la primogénita), mantienen una relación de marcado odio y desamor. Sin embargo, él es (esta vez sí) el único miembro de la familia, junto con el nieto mayor (esquizofrénico e hijo de la primogénita), que puede curar a la madre. Partiendo de esta trama folletinesca y acogiéndose al esquema de ese género tan americano de reencuentro-familiar-en-fiestas-de-guardar (Navidad, Thanksgiving), Desplechin, empleando un sinfín de recursos cinematográficos (que van de la voz en off a la confesión epistolar, pasando por el recitado a cámara, la animación o una división del relato en capítulos), le da la vuelta al cuento tradicional como si de un calcetín se tratase, y partiendo de esa "médula cancerosa" que es la institución familiar burguesa, disecciona toda una serie de clichés y ramificaciones temáticas de modo irónico y con un gran talento.
La película, de dos horas y media de duración, despliega lo mejor y, quizás también, lo peor del cine y, por extensión, la cultura franceses, resultando, a la postre, una obra fascinante, compleja y rica, llena de referencias literarias y cinéfilas, cuyo primer visionado se queda corto, dejándote con ganas de más. Se trata, en definitiva, de una de esas obras de ficción que ensanchan las fronteras de lo real, amplificando la vida, testimoniando el poder de la cultura como prótesis tecnológica enormemente regenerativa y fundamental. Un conte de Noël remite al Bergman de Fanny y Alexander, a Vértigo de Hitchcock (fantástica la escena en que la recién llegada a la familia, judía, novia del hijo pródigo, se encuentra casualmente con Catherine Deneuve en el museo provincial de arte), a Cocteau, a Nietszche, a Emmerson, al Rey Lear, a Macbeth, a Antonioni y la Nouvelle Vague, pero también a Beautiful Girls y a todas esas películas americanas de enredos amorosos y reencuentro con la ciudad de provincias en que naciste, a la teleserie de matriarca con cáncer típica de la sobremesa, al Dickens de "Cuento de navidad" pero en versión dibujitos, a las películas de temática religiosa de los grandes estudios que nos pasan por la tele en Navidad o Semana Santa (Los diez mandamientos, Ben-Hur)... la lista sería interminable, porque muchos de los guiños culturales de la película se me habrán pasado o los desconozco. Y luego están las escenas desnaturalizadas madre-hijo que comparten la Deneuve y Amalric sentados en un columpio de la parte trasera de la casa y frente al altar de la iglesia local durante la Misa del Gallo...
Los franceses son seres enormemente raros. Tienen un algo imprevisible que los hace enormemente literarios, como personajes de Shakespeare. A diferencia de culturas más exóticas (a la mía) como la japonesa o la india, cuando me enfrento a determinados aspectos de su cultura me siento como quien se asoma a un relato de ciencia-ficción escrito durante la Guerra Fría. Quiero decir: todo resulta familiar (porque la invención humana es limitada en recursos) pero es como si todo se hubiese cambiado de orden. Esas reuniones familiares en las que se pueden pasar horas hablando del pixelado de una nueva cámara de fotos, esa extraña frialdad que tienen a veces siendo tan latinos otras, esa capacidad para la digresión (y no sólo me refiero a Godard o a Derrida, sino a situaciones cotidianas) me resultan sumamente extrañas. Lo extraño es mucho más inquietante que lo exótico, porque es como la locura, absolutamente imprevisible... como el vértigo, que tiene mucho que ver con la proximidad del vacío.
La película de Desplechin estrenada estos días es un contrapunto curioso del último Almodóvar. Ambas son epítomes de eso que se ha dado en llamar postmodernismo: películas barrocas, llenas de referencias culturales, de cinefilia, de flirteos con el kitsch, metaartísticas, enrevesadas en su exposición, en su montaje... el problema es que la de Almodóvar, como decían en la versión española de Cahiers du cinema, no mira directamente a los ojos de las obras que refleja, mientras que la de Desplechin sí. En ese sentido, el último Almodóvar es una obra fallida, artificial, profundamente forzada y esforzada. Una presencia un tanto invisible, translúcida como una escultura de cristal.
Yo, ya la he olvidado...
La película, de dos horas y media de duración, despliega lo mejor y, quizás también, lo peor del cine y, por extensión, la cultura franceses, resultando, a la postre, una obra fascinante, compleja y rica, llena de referencias literarias y cinéfilas, cuyo primer visionado se queda corto, dejándote con ganas de más. Se trata, en definitiva, de una de esas obras de ficción que ensanchan las fronteras de lo real, amplificando la vida, testimoniando el poder de la cultura como prótesis tecnológica enormemente regenerativa y fundamental. Un conte de Noël remite al Bergman de Fanny y Alexander, a Vértigo de Hitchcock (fantástica la escena en que la recién llegada a la familia, judía, novia del hijo pródigo, se encuentra casualmente con Catherine Deneuve en el museo provincial de arte), a Cocteau, a Nietszche, a Emmerson, al Rey Lear, a Macbeth, a Antonioni y la Nouvelle Vague, pero también a Beautiful Girls y a todas esas películas americanas de enredos amorosos y reencuentro con la ciudad de provincias en que naciste, a la teleserie de matriarca con cáncer típica de la sobremesa, al Dickens de "Cuento de navidad" pero en versión dibujitos, a las películas de temática religiosa de los grandes estudios que nos pasan por la tele en Navidad o Semana Santa (Los diez mandamientos, Ben-Hur)... la lista sería interminable, porque muchos de los guiños culturales de la película se me habrán pasado o los desconozco. Y luego están las escenas desnaturalizadas madre-hijo que comparten la Deneuve y Amalric sentados en un columpio de la parte trasera de la casa y frente al altar de la iglesia local durante la Misa del Gallo...
Los franceses son seres enormemente raros. Tienen un algo imprevisible que los hace enormemente literarios, como personajes de Shakespeare. A diferencia de culturas más exóticas (a la mía) como la japonesa o la india, cuando me enfrento a determinados aspectos de su cultura me siento como quien se asoma a un relato de ciencia-ficción escrito durante la Guerra Fría. Quiero decir: todo resulta familiar (porque la invención humana es limitada en recursos) pero es como si todo se hubiese cambiado de orden. Esas reuniones familiares en las que se pueden pasar horas hablando del pixelado de una nueva cámara de fotos, esa extraña frialdad que tienen a veces siendo tan latinos otras, esa capacidad para la digresión (y no sólo me refiero a Godard o a Derrida, sino a situaciones cotidianas) me resultan sumamente extrañas. Lo extraño es mucho más inquietante que lo exótico, porque es como la locura, absolutamente imprevisible... como el vértigo, que tiene mucho que ver con la proximidad del vacío.
La película de Desplechin estrenada estos días es un contrapunto curioso del último Almodóvar. Ambas son epítomes de eso que se ha dado en llamar postmodernismo: películas barrocas, llenas de referencias culturales, de cinefilia, de flirteos con el kitsch, metaartísticas, enrevesadas en su exposición, en su montaje... el problema es que la de Almodóvar, como decían en la versión española de Cahiers du cinema, no mira directamente a los ojos de las obras que refleja, mientras que la de Desplechin sí. En ese sentido, el último Almodóvar es una obra fallida, artificial, profundamente forzada y esforzada. Una presencia un tanto invisible, translúcida como una escultura de cristal.
Yo, ya la he olvidado...
domingo, abril 05, 2009
Una gota de la Isla de Pascua
Esta mañana, mientras me cepillaba los dientes, una gran gota-moái observaba en silencio mi gesto desde el seno del lavabo. ¿Qué querría decirme?