"Sus personajes están sometidos a una vida sin alicientes de la que parecen no poder escapar: ‘Por alguna razón Nadia tenía la impresión de que así sería toda su vida, sin cambios y sin fin’ (La novia). Se trata del prosaísmo cotidiano del mundo burgués: las miserias de la profesión, el hogar y la provincia. Toda esa rutina a la que en la novela decimonónica se responsabiliza del desencanto: de la domesticación de los impulsos juveniles o del desgaste de los ideales y las ilusiones".
José Muñoz Millanes, Prólogo a los Cuentos de Antón Chéjov
Lees El profesor de ruso, acostado. Estás a punto de cerrar los ojos suavemente, de dejar que el libro se escurra de tus manos... de repente, como un insecto que se posa inadvertidamente sobre nosotros, te asalta un pensamiento sobre la vida breve. Ha sido apenas un roce, con la forma de algún año que ya pasó por el calendario, pero te ha dejado nublado el resto de lo que llevas de tarde. Del mismo modo que un corte de agua pone en jaque nuestra vulnerabilidad haciéndonos repentinamente sentir sed, ese insecto en forma de año pasado, de mes pasado, de día pasado, ha desatado tu congoja. Piensas en el tiempo que te falta en todo sentido, en tu trabajo de mierda, en tus ansiedades cotidianas, en la escasa trascendencia de muchas de tus relaciones, en lo profundamente insatisfecho que estás siempre, en tu cobardía. Suena el piano de Die Kunst der Fuge de J.S. Bach y te parece mentira que una música tan melancólica pueda venir de un hombre que creía en Dios, de un tiempo habitado por Dios. La música del Antiguo Régimen puede sonar tonante o jubilosa, pero ¿melancólica? ¿No fue Mendelssohn el que redescubrió a Bach?...
En el centro de todo este desaguisado está tu relación con F., el envejecimiento de tus padres, el mundo que cambia, el traspaso de locales, las mudanzas, los amigos que perdiste, la monotonía de tu propio cuerpo, el miedo que crece prolijo como las uñas de los muertos, el desencanto, el arroz pasado que es tu vida. Cuando uno se refugia en los libros de esa forma tan desesperada en que lo haces tú, es porque ha claudicado, ha tirado la toalla, como te dijo ayer el otro F., refiriéndose posiblemente a otra cosa. Enterrado bajo libros con olor a hojas muertas. Arriba, la vida de los otros, que intuyes tan miserable o más que la tuya. Esa música ya la conoces. Es fácil de bailar, pero prefieres quedarte sentado en el reservado. De vez en cuando alguien te saca y tú haces el paripé, pero ¡qué rápido te cansas!
En las antípodas de todo esto, en una profusión de vida que de tan elevada parece un cáncer en plena metástasis, la gran barrera de coral: una mezcla de las ilusiones perdidas y por venir, de abigarrado paisaje al otro lado de la ventanilla, denso como el archivo de la memoria, lleno de olores renovados, de un azul turquesa tan rabioso que no parece de este mundo.