Me encantan las películas como
El otro, de Ariel Rotter, llenas de tiempos muertos, de silencios. Son un regocijo para la mirada. Un
reposamirada. Sus escenas se pueden rastrear, auscultar, sondear, sin atender a ninguna trama o argumento, a ningún diálogo, a ninguna sobreactuación. Un auténtico festín para nuestro
voyerismo...