Llevas tiempo sintiéndote oculto.
Oculto ante la ciudad, ante los amigos, ante la familia, ante tí mismo.
Como un cuadro arrumbado en los depósitos del museo.
Como una lengua muerta.
En la sombra. Desconectado.
Estás enfermo, sí, pero de tu propia falta de luz.
En el ambiente hay una carga pesada que te oprime, que te impide moverte con gracia, moverte a voluntad. Se te viene a la mente esa imagen de la Poncia de Bernarda Alba: "capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara".
Nunca debiste adentrarte en habitaciones tan poco ventiladas.
Estás ofuscado, nervioso como el tronco de un árbol centenario, enrojecido de hacer fuerza contra todo, tratando de salir de ese nicho, mientras fumas y fumas y fumas.
Apuntas citas como ésta de Kafka: "Se sentía tan libre como se siente uno cuando, lejos de casa, habla con gentes que le son inferiores, guardándose todo lo que se refiere a uno mismo y hablando sólo con indiferencia de los intereses de los demás; así uno los eleva a un nivel superior, pero también puede dejarlos caer a voluntad".
Estás re-re-re-re-sentido. Recontraresentido. Atrapado en tu propia tela de araña.
¿Y la risa, que siempre fue tan tuya? Está abajo, en los sótanos...
¿Para qué fingir que estás bien? ¿Rodearte de mediocres y sonreírles uno a uno como un idiota? Jamás. Jamás. Jamás.
Es preferible la paz de los últimos cuartetos, la extrañeza del final de los tiempos... otro tipo de danza, la danza de las páginas.
A esa conjura de vampiros chupasangre, a esos profesionales de hacerle sombra a los demás, les dices: "recordad que mi signo es de fuego".
Es inútil.
Aunque no. Ni dieciocho años en Jerez pudieron contigo.
Algún día no muy lejano agarrarás esos cientos de folios que YA están escritos y darás un golpe sobre la mesa. La luz los dejará a todos ciegos.
No habrá éxito, ni bailes. Pero ese dolor tan malo habrá rebotado.
Y quedarás ahíto de tu propia soberbia.
Quien ríe último ríe mejor.