"Volví en 1933, habiendo matado por lo menos un mito: el del viaje como medio de evasión. Desde entonces no me he sometido a tratamiento psicológico más que dos veces, y una por un breve lapso de tiempo. Lo que aprendí sobre todo fue que, por muy heteróclitas que sean las manifestaciones superficiales, uno termina por permanecer siempre idéntico a sí mismo, que hay una unidad en la vida y que todo se reduce, pase lo que pase, a una pequeña constelación de cosas que tenemos tendencia a reproducir, bajo diferentes formas, un ilimitado número de veces. Parece que estoy mejor y que ya no me obsesiona lo "trágico" ni la idea de que no puedo hacer nada sin enrojecer. Doy a mis actos y a mis gustos su justo valor, apenas me entrego ya a aquellas burlescas calaveradas, aunque todo sucece como si las construcciones falaces sobre las que vivía hubiesen sido minadas desde la base sin tener nada para reemplazarlas. El resultado es, sin duda, que actúo con más sagacidad, pero que el vacío en el que me muevo es también más acentuado. Con una amargura que antes no sospechaba llego a darme cuenta de que, para salvarme, bastaría con un pequeño fervor, pero que a este mundo le falta, decididamente, algo POR LO QUE SERÍA CAPAZ DE MORIR".
Michel Leiris, Edad de hombre