Mi propósito de año nuevo no es dejar el tabaco. Esta vez no. Es dejar la noche. Sé que es una frase con trampa, absoluta, demasiado inabarcable, casi incumplible... pero como dice un amigo mío, hemos alargado nuestro verano hasta diciembre y, de golpe, nos hemos encontrado casi en cueros bajo una intemperie helada...Nací a las diez de la noche, mi libro de cabecera es El bosque de la noche y hubo un día en que, sin darme cuenta, abandoné cualquier tipo de pretensión seria de carrera profesional en pos de un doctorado cum noctis. La noche es el gran teatro del mundo, la sal de la tierra, el salón de los pasos perdidos y las ilusiones fácilmente recuperadas. Pero siempre amanece y todo vuelve a estar sucio de nuevo. Nada más luctuoso que los restos de una fiesta, nada más amenazante que el sol colándose de manera obscena por los huecos de una casa oscurecida llena de vampiros. Para todos aquellos que realmente no creemos en este mundo, tan insípido e injusto, tan ridículo, la noche, en su absurdez, ha sido una forma de revancha. En la noche no hace falta esforzarse, no es una carrera de fondo, en la noche se premia la improvisación y la gracia, nada es grave. El caos del mundo se ordena, caprichosamente.
Pero de todo se cansa uno. A mí últimamente la noche me quita mucho y me da poco. Antes - en el antiguo régimen - hacía amigos, hacía amantes, hacía gracia, me hacían gracia. Ahora no me gusta ni la música, ni la gente, ni la forma que ésta tiene de relacionarse. Vale, el infierno no son los demás. Vale, me he hecho mayor. Ha llegado el invierno de nuestro descontento. Y sólo nos queda un vasto horizonte de sobriedad, gafas de sol, esfuerzo ingente y desayunos colmados de luz y literatura o cenas más o menos solitarias con películas antiguas de fondo y lluvia tras los cristales. ¿El amor, la política, la revolución permanente, la sabiduría? Demasiado tarde, me temo. Porque ¿cómo se sobrevive a la noche? ¿cómo sobrevivió la nobleza a la caída del antiguo régimen? ¿Y Roma al cristianismo? Sólo queda robesperrierizarse, constantinizarse, o irse al exilio e ir muriendo (viviendo) de melancolía. Cuando uno se ha divertido tanto y de manera tan absurda, ¿cómo pasa a ser feliz de manera seria? Divertirse es lo contrario a ser feliz. La noche es lo contrario del día. Uno nunca se acostumbra al hambre ni a la pobreza. Tan sólo las sobrelleva. Como buenamente puede...
Sí, sé que me puede el pesimismo de este invierno (que rima con infierno), de estos meses de excesos, de mi absolutismo vital, de mi enorme aburrimiento, un océano de aburrimiento. No te creas nada, todo es negro sobre blanco, todo es texto y contexto. Y sí, podemos ir cruzando ese abismo de luz blanca saltando de letra en letra... así lo hemos hecho hasta ahora. ¿Venecia no se puede atravesar a pie, subiendo y bajando puentes? Tengo una montaña de libros que se caerán sobre mi cabeza. Y una vez me sacuda el polvo podré llegar impoluto a la cita matutina. Café con leche, por favor. Y un poco de mermelada para endulzarlo todo.
Ahora no recuerdo si la insipidez del día me llevó a la noche o si el exceso de sal de la noche hace que encuentre soso el día. Si tuviese más cercana la lectura de Derrida, me pondría a hablar (quiero decir, a escribir) sobre la maldita lógica del suplemento y de la escritura como suplemento par excellence. Pero ahora toca recuperar la voz.
P.D. S., que sé que me lees, si quieres disfrutar de mis últimos días de embriaguez ven a verme pinchar el próximo viernes, será mi testamento nocturno (por el momento). Esta licencia me la tomo mientras escucho Queen of Denmark, de John Grant. Qué título tan shakespiriano, ¿no? Y ex abrupto: ¿por qué mentimos tanto los hijos de la noche? ¿O es que somos unos cobardes? Bueno, es cuestión de perspectiva. Los sonámbulos parecen estar en vela cuando en realidad están sumidos en las profundidades mudas del feudo de los sueños.
Y calmaos, cotillas, S. no es más que un fantasma... un "revenant", que se dice en francés.