viernes, agosto 26, 2011

Un pequeño retorno

Maravillosa sensación al abrir la pequeña hoja de la ventana del baño mientras estás sentado sobre la taza del WC. Del lado del hemisferio izquierdo, la casa, en esa apacible hora de mitad de la tarde. En la radio, los compases de La Valse de Ravel. Del lado del hemisferio derecho, el viento caudaloso que entra por la ventana, tan "frufruoso", cargado de un algo invisible pero enorme, oceánico. A un lado el tiempo domesticado, el tiempo de la música; al otro, el tiempo de la naturaleza. Una franja de luz recorre la repisa del baño, poniendo de relieve el color de los frascos de perfume, de las toallas, de las muestras de geles, de los obsequios recogidos en hoteles, revelando el polvo que se ciñe sobre los tapones, sobre los listones de madera. Es una luz blanca y limpia, impropia de esta hora de la tarde en que todo se torna anaranjado o amarillo. Te sobreviene la impresión de estar en un hotel... hay algo en el ambiente, en la luz, que te recuerda a mañanas o tardes distraídas en alguna habitación de préstamo, las sábanas lisas y frescas, el mármol del baño rutilante, la televisión sin apenas voz, el desahogo propio de los intermedios. Siempre te han gustado los hoteles, con esa mezcla de familiaridad y foraneidad, de semejanzas y diferencias, el espacio ideal para hacer que la vida resulte menos aburrida, una escenografía perfecta para los inicios, para los finales, para el surgimiento de una idea, para un propósito de enmienda. Y vuelves a notar el viento, tan inasible como el tiempo, que está pero no está, que te golpea con suavidad el pelo de la nuca y de la frente, y el alma: siempre convocando un piccolo ritornare.