La tarde se deshace en mi terraza. En la línea del horizonte, tras los edificios de la ciudad, tras las chimeneas de la fábrica de botellas, inmediatamente después del frontón bajo el que se esconde la caja escénica del teatro, una cordillera de nubes densas. Se apoyan sobre un zócalo gris, semejante a un incendio pintado, pero se van volviendo de un blanco purísimo al elevar la vista, como cumbres eternamente nevadas. Corre una brisa fresca, melancólica, alpina...