"La tía Zsüli era la guardiana de muchos secretos familiares, la heroína de sus propios relatos, un miembro de la familia, pero al mismo tiempo una extraña... Vivía en un apartamento minúsculo de dos habitaciones, en el segundo piso de un edificio, en condiciones más bien humildes; y, sin embargo, todo parecía noble y elegante a su alrededor porque todo lo que tenía era muy personal, su casa, sus muebles, sus vestidos, sus guantes y sus sombreros, y su manía de mezclar, con fines didácticos, palabras en francés en sus discursos... Estaba siempre de viaje, siempre haciendo planes para el futuro, escribiendo relatos y novelas, participando en veladas, viajando a París. Para mí era un fenómeno brillante. Tenía algo incombustible, algo elemental y radiante, algo que ni siquiera el tiempo, las penurias, la soledad o los desengaños lograrían cambiar. La tía Zsüli era una mujer de verdad, una obra maestra del fin de siècle".
"En la vida no suelen ocurrir cosas importantes. Al volver la vista atrás, al buscar el instante en que ocurrió algo decisivo, algo definitivo e irremediable - la experiencia o el accidente que decidió nuestra vida posterior -, tan sólo encontramos algunas huellas sin importancia, a veces ni siquiera eso. En realidad no existe más experiencia que la familia, como tampoco existe más tragedia que el momento en que te ves obligado a decidir si permaneces en el seno de la familia y en sus variantes a escala más amplia, como la clase social, la ideología, la raza, o bien te marchas por tu propio camino, a sabiendas de que te quedas solo para siempre, de que eres libre, estás a merced de todo el mundo y sólo puedes contar contigo mismo... Yo tenía catorce años cuando me escapé de casa, y después ya sólo regresé de visita, en los días de fiesta, durante breves temporadas (...)".
Sándor Márai, Confesiones de un burgués