domingo, marzo 01, 2009

Recuerdos de Roma (I): via Giulia

"¡Tantas Romas, en realidad!
Tiempo para recordar, cuando el tiempo mismo ya esté muerto".

Terenci Moix, Crónicas italianas

Descubrí via Giulia en mi primer viaje a Roma. Posiblemente viniese caminando de la turba y el revuelo de Campo dei Fiori (lugar en el que la inquisición quemó a Giordano Bruno y cuyo fantasma encapuchado parece haber hecho todo tipo de alquimia hasta transmutar la zona en un alegre mercado diurno y animado punto de encuentro nocturno). O de observar admirado el famoso trampantojo de Borromini en uno de los patios de la Galleria Spada.
Me encontré con su arranque de golpe, tras recorrer algunas callejuelas ensombrecidas que desembocaban en uno de los puentes que cruzan el Tíber, el ponte Sisto. La experiencia de descubrir via Giulia, estando solo bajo el sol de mayo y con la única compañía de una arrugada guía de viajes en la mano derecha, fue parecida a experimentar un milagro. Aquella calle, larga y recta, flanqueada por edificios renacentistas y barrocos, estaba casi vacía, sin apenas turistas y, a pesar de no ser peatonal, apenas pasaban coches...
Via Giulia debe su nombre al papa Julio II, que la mandó construir a principios del siglo XVI como parte de su proyecto urbanístico de convertir Roma en una ciudad moderna. Lo moderno era entonces volver a la época clásica, con sus perspectivas teatrales y sus despejados y geométricos trazados. De ahí que via Giulia sea, quizás, el primer intento, desde la antigüedad, de renovación urbanística, de ensanche. En su origen, comunicaba el centro de Roma con San Pedro, algo que agradecerían enormemente las hordas de peregrinos que llegaban exhaustos de todos los rincones del orbe cristiano, acostumbrados como estaban a perderse en el laberinto de callejones de la ciudad medieval. Claro que el objetivo primordial de abrir esta arteria de casi un kilómetro de largo, que discurre en transversal a una de las ceñidas curvas del río, no era otro que concentrar en un solo espacio las principales instituciones económicas y gubermentales de la ciudad, así como facilitar el transporte seguro de mercancías procedentes del puerto fluvial de la Ripa Grande (en el Trastevere, hoy desaparecido) hasta el corazón financiero y comercial de la ciudad o el Vaticano.
En esta calle proyectó Bramante el que sería el proyecto estrella de Julio II, el Palazzo dei Tribunali, abandonado tras la muerte del papa y del que hoy sólo quedan algunos bloques de travertino. Porque el éxito de via Giulia fue relativamente fugaz. Si bien durante el papado de Julio II algunas de las familias más acaudaladas y poderosas de Roma compraron terrenos en la nueva calle de moda, convirtiéndola en objetivo de codiciosos y especuladores, tras la muerte del papa y el abandono de algunos de sus proyectos, como el mencionado palacio de justicia, la calle perdió parte de su atractivo y familias tan poderosas como los Spada y los Farnese construyeron las fachadas principales de sus nuevos palacios de espaldas a via Giulia. Uno de los encantos actuales de la calle es precisamente éste, observar los traseros ajardinados de los grandes palacios. De uno de ellos, del Farnese (actual embajada de Francia), sale el puente, también inacabado, con el que Miguel Ángel pretendía unir la sede romana de los Farnesio con villa Farnesina, residencia de recreo de la misma familia situada en la otra orilla del río, en el Trastevere (expresión latina que significa "detrás del Tíber"). Hoy está cubierto por una gran cortina de yedra...
En poco tiempo, via Giulia se convirtió en zona de burgueses y confraternidades mercantiles, que rompieron las imponentes líneas de los palazzi construyendo casonas más modestas, encantadoras para nuestros ojos de ahora, en su mayoría con pequeños jardines privados, y algunas de ellas con salida al Tíber. También se convirtió en el foco de la comunidad florentina en Roma, algo de lo que deja constancia la hermosa fachada barroca de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini, al final de la calle, no muy lejos del Castel Sant'Angelo.
Hacerse via Giulia de cabo a rabo, un día soleado, sentándose de cuando en cuando en las escalinatas de alguna de sus iglesias, degustando la sospechada quietud que emana de las altas tapias de sus jardines traseros, sintiendo el río no muy lejos, observando cómo algún pájaro se posa cantarín en el poyete de algún balcón renacentista, es una de las experiencias más hermosas que uno puede tener en la tierra.